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El Pensamiento Filosofico-Social De Camilo Jose Cela A Traves De Su Obra. (Spanish Text)
(USC Thesis Other)
El Pensamiento Filosofico-Social De Camilo Jose Cela A Traves De Su Obra. (Spanish Text)
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ABEYTA, Wenceslas Peter, 1930-
EL PENSAMIENTO FILOSOFICO-SOCIAL
DE CAMILO JOSE CELA A TRAVES DE SU
OBRA. [Spanish Text]
University of Southern California, Ph.D., 1974
Language and Literature, modem
Xerox University Microfilms , Ann Arbor, Michigan 48106
© Copyright by
Wenoealaa Peter Abeyte
19714 -
THIS DISSERTATION HAS BEEN MICROFILMED EXACTLY AS RECEIVED.
EL PENSAMIENTO FILOSOFICO-SOCIAL
DE CAMILO JOSE CELA
A TRAVES DE SU OBRA
by
Wenceslas Peter Abeyta
A Dissertation Presented to the
FACULTO OF THE GRADUATE SCHOOL
UNIVERSITO OF SOUTHERN CALIFORNIA
In Partial Fulfillment of the
Requirements for the Degree
DOCTOR OF PHILOSOPHY
(Spanish)
May 1974
UNIVERSITY O F S O U T H E R N C A LIFO R N IA
THE GRADUATE SCHOOL
UNIVERSITY PARK
LOS ANGELES. CALIFORNIA 9 0 0 0 7
This dissertation, written by
..........Wenc^M...P,...Abey_t«........
under the direction of h.A.*.. Dissertation Com-
mittee, and approved by all its members, has
been presented to and accepted by The Gradúate
School, in partial fulfillment of requirements of
the degree of
D O C T O R OF P H IL O S O P H Y
Dttn
Date. i-...,. J. J. . ¿ y
DISSERTATION COMMITTEE
INDICE
Página
INTRODUCCION ......................................... 1
Capítulo
I. IA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE................. 17
El destino
La libertad
La costumbre
El ente humano
La religión
La justicia
II. PABELLON DE REPOSO............................ 66
La compasión
La esperanza y la sensibilidad
Desengaño y muerte
III. LA COLMENA..................................... 121
Cela y la crítica de La colmena
El hambre y la necesidad
El frío y la enfermedad
Los estratos sociales
IV. VIAJE A LA ALCARRIA.......................... 181
Compasión por el pueblo
Armonía con la naturaleza
Propósito del viaje
Capítulo Página
V. LA CUCAÑA..................................... 213
La niñez
La adolescencia
VI. HISTORIAS DE ESPAÑA........................... 233
Los ciegos
Los tontos
CONCLUSIONES ......................................... 244
BIBLIOGRAFIA......................................... 260
APENDICE: Entrevista con Camilo José Cela.......... 277
INTRODUCCION
Se ha preguntado ¿cuál es el propósito de otra
tesis más sobre Camilo José Cela si sobre su obra se han
escrito ya cuatro disertaciones? Inició el estudio Paul
Ilie en 1959, tratando cronológicamente tan sólo las nove
las de Cela publicadas hasta entonces.^ Apareció después
la tesis de José Ortega en 1963 dedicada exclusivamente a
La colmena, la cuarta y, según la crítica, la novela más
2
importante de la serie hasta ahora.
Siguió luego el estudio de David William Foster en
1964 utilizando el mismo orden cronológico de Ilie y tra-
3
tando las mismas novelas. Agregaba únicamente, como era
^Paul Ilie, "The Novéis of Camilo José Cela" (diser
tación doctoral no publicada, Brown University, 1959).
2
José Ortega, "La colmena de Camilo José Cela:
Contenido y expresión" (disertación doctoral no publicada,
Ohio State University, 1963).
3
David William Foster, "Studies on the Contemporary
Novel as Experiment: A Technical and Structural Examination
of the Novéis of Camilo José Cela" (disertación doctoral no
publicada, University of Washington, 1964).
1
2
lógico, la novela posterior del momento publicada en 1962.
Ambos estudios se diferenciaban por el tema. Ilie por su
parte había estudiado la novelística de Cela en general,
sin referencia alguna a la crítica, y según cabía dentro
del género novela contemporánea, mientras Foster analizaba
la estructura de las novelas de Cela como evolución con
tinua que apuntaba hacia una nueva forma de novelar.
Foster se apoyaba ampliamente sobre la crítica que respal
daba sus teorías. Ilie, en cambio, no citaba a los críti
cos sino que procedía desde un estudio íntimo de la
naturaleza de la novela en busca del propósito de Cela, y
concluía diciendo que experimentar con la forma de una
novela era investigar los modos en que esa novela y sus
partes constitutivas reclamaban existencia. Con esto,
sostenía Ilie que había llegado al propósito de Cela. Por
la variación de su técnica, a cada novela, descubría Ilie
en Cela la búsqueda de un método para dar existencia a su
novela. Al cabo de sus exploraciones, Ilie apenas había
rozado someramente los problemas filosóficos del ser y del
comportamiento humano que tanto abundan en Cela. Su in
vestigación, mientras tanto, es un estudio revelador sobre
la novela de nuestro tiempo digno del acogimiento feliz
3
que goza dentro de su terreno.
Finalmente salió en 1967 la investigación de Felipe
Antonio Lapuente quien, apartándose del estudio cronológico
de la producción novelística, se dedicó a los antecedentes
y significado de la obra total de Cela en la historia de la
4
literatura española.
Mientras Foster e Ilie se concentraban en una
faceta del escritor Cela, la de novelista, Lapuente exami
naba la semejanza entre la tradición de escritores clásicos
españoles y Cela. Establecía un hilo común con varios
escritores como Quevedo, Larra y finalmente con la genera
ción del 98.
Después de todos estos estudios nos decidimos a
investigar el pensamiento filosófico y social de Cela, ya
que hasta ahora no se había tratado detenidamente este
aspecto de su obra en ninguna disertación.
El propósito de este estudio es sacar en limpio el
pensamiento y las actitudes sociales de Camilo José Cela,
célebre escritor contemporáneo, expresadas velada e indi
rectamente a través de su muy artística prosa. Para el
4
Felipe Antonio Lapuente, "Antecedentes y signifi
cado de la obra de Cela" (disertación doctoral no publicada,
St. Louis University, 1967).
4
análisis, hemos escogido diversos géneros de la obra,
concentrándonos en tres novelas representativas, un libro
de viajes, uno de memorias y finalmente un apunte carpe-
tone tónico.
De las novelas hemos seleccionado expresamente las
tres que más intensamente exprimen la filosofía del ser y
del comportamiento humano. En estas tres novelas, Cela
llevó a término feliz y convincente la filosofía de su
admirado compatriota, José Ortega y Gasset, del ser humano
compuesto del "yo y mis circunstancias." No es de extrañar
el camino que se marcó, ya que en su juventud, durante el
ocio del sanatorio aprovechó el reposo para leerse a Ortega
de cabo a rabo. A medida que penetraba su filosofía le
admiraba cada vez más hasta producir a los veintiséis años
5
la primera novela, La familia de Pascual Duarte en 1942.
Con esta novela. Cela, como novelista contemporáneo
importante, abrió nuevos horizontes en la novela española
de su tiempo. Dicha obra marcaba la pauta existencialista
en España para los escritores jóvenes que vieron en ella
lo que Albert Camus representó en Francia con L 1étranger
5
Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte
(Madrid: Editorial Aldecoa, 1942).
5
que también se había publicado el mismo año. El existen-
cialismo que en Francia había madurado con Jean Paul Sartre,
en España había estado ya en ciernes en las ideas de Ortega
y Gasset de manera que aunque chocaba un poco la recie
dumbre de Pascual, tampoco desencajaba con el pensamiento
europeo que principiaba a mostrarse fuertemente existen-
cialista.
De esta novela— el primer capítulo de nuestra in
vestigación— nos proponemos establecer la razón del ser
expuesto por Cela, en Pascual, y originado por Ortega en la
filosofía del yo y mis circunstancias. Es decir, la idea
de que la persona responde de su ser en proporción al
ambiente que le rodea. Al final veremos que la culpa de
Pascual en verdad no es suya sino de todo el puéblo español
que erradamente para justificarse del crimen, sacrifica al
cordero Pascual. El ente humano con su destino, libertad,
costumbre, religión y justicia lucha con el ente social
que, por sus instituciones, también tiene su destino,
libertad, costumbre, religión y justicia. La lucha es
feroz y al final vencen ambos pero en planos distintos.
La sociedad cree que ha cumplido su justicia deshaciéndose
del supuesto criminal. El ente humano, representado por
6
el humilde Pascual, en realidad es el vencedor victorioso
por haber sido fiel y leal a su misma persona.
En La familia de Pascual Duarte, que es la familia
o sociedad española, Cela restaura al más horrendo criminal,
según la sociedad moderna, la dignidad humana que le corres
ponde. El autor expone los factores responsables en la
génesis del criminal, y rechaza los estereotipos de la
justicia. Para Cela, el hombre dentro de su medio— no a
pesar de él— es el arquitecto de su propio destino.
En el segundo capítulo de este estudio buscamos el
pensamiento de Cela en su segunda novela, Pabellón de
reposo.^ El motivo de esta selección es por el enorme
contraste sicológico de acción entre la primera novela y
ésta. Aquí el ente humano se enfrenta con unas circunstan
cias que hacen de su ser y de su comportamiento un protago
nista de dinámica acción interna muy ajena a la acción
externa de Pascual. El valor de esta novela para nuestro
intento reside en el refinamiento de los sentimientos
humanos a pesar de circunstancias desesperadas. Encontra
mos al ser humano en desaforada lid con la muerte pero
^Camilo José Cela, Pabellón de reposo (Madrid:
Afrodisio Aguado, 1943).
respaldado por una filosofía de resignación con dignidad
y aplomo que viene a los españoles desde su antiguo y
estoico compatriota, Séneca. También descubrimos la
compasión y humanismo de Cela que compadece al hombre des
humanizado y aislado por una enfermedad contagiosa. Su
sensibilidad extraordinaria capta el desengaño humano al
nivelar la muerte a todos sin distinción. Aunque relativa
mente esta novela se haya comentado poco, no pudimos sin
embargo prescindir de ella por la valiosa experiencia per
sonal de Cela en el sanatorio. Desde luego su pensamiento
sobre este tema, aunque en género ficticio, debe cobrar
unos matices únicos por haber experimentado, Cela mismo,
esa vida.
Puesto que el propósito de esta investigación no es
seguir el orden cronológico de la producción de Cela, ni
tampoco seguir exclusivamente un género, tratamos en el
7
tercer capítulo de nuestro trabajo, La colmena. Dicha
obra corrobora el pensamiento filosófico y social de Cela
a la vez que coincide con su auge novelístico. Hemos esco
gido esta novela por ser la expresión culminante de su
7
Camilo José Cela, La colmena (Buenos Aires: Emece
Editores, 1951).
8
quehacer y pensamiento social. Su filosofía de la vida
trasluce en las inquietantes vidas que retrata y en las
instituciones sociales que ingeniosa y sutilmente censura.
Sobre esta novela exclusivamente ha escrito toda
una disertación el granadino, José Ortega. En ella trataba
el contenido y la expresión, asegurando que la novela no
era totalmente existencialista por no ajustarse a la norma
del existencialismo francés en relación con lo absurdo del
g
mundo. En esto se oponía a la opinión de Olga P. Ferrer.
A nosotros no nos interesa clasificarla en ninguna
escuela formal de filosofía sino sacar su filosofía de la
vida respecto al individuo y a la sociedad. Intentamos ver
lo que los críticos no han visto de su actitud hacia las
instituciones y hacia las personas particulares. Precisa
mente tratamos de ver en su método todo lo contrario de la
despreocupación y cinismo por la humanidad que le atribuyen
los críticos. Su filosofía del hombre y de la vida es
totalmente opuesta a la interpretación que la crítica ha
hecho de su obra; sobre todo la de Juan Luis Alborg,
g
Olga P. Ferrer, "La literatura española tremen-
dista y su nexo con el existencialismo," Revista Hispánica
Moderna, XXII (julio-octubre, 1956), 297-303.
Joaquín Entrambasaguas, Federico Sainz de Robles, R. L.
9
Predmore, Robert Kirsner y Mary Ann Beck. Estos son
algunos de los críticos que difieren de nuestra hipótesis;
trataremos de exponer sus opiniones y de aducir luego
nuestra justificación en prueba de lo contrario.
Intentaremos comprobar que el motivo fundamental de
Cela es el hombre como sumo valor. Veremos como su huma
nismo se disfraza en la ironía, en el cinismo, y en lo
aparentemente cruel y desgarrado. Todo demostrará, en el
fondo, una ternura infinita y una indignación refrenada en
la que traslucirá su ansia de justicia por los seres des
graciados. Su interés primordial aunque no aparente será
la crisis del hombre.
Cela es un hombre cuya obra progresivamente hasta
9
Juan Luis Alborg, Hora actual de la novela espa
ñola (Madrid: Ediciones Taurus, 1958).
Federico Sainz de Robles, La novela española en el
siglo XX (Madrid: Pegaso, 1957).
Joaquín Entrambasaguas, Las mejores novelas con
temporáneas, Vol. X (Barcelona: Editorial Planeta, 1966).
R. L. Predmore, "La imagen del hombre en las obras
de Camilo José Cela," La Torre, IX (enero-marzo, 1961),
81-102.
Robert Kirsner, The Novéis and Travels of Camilo
José Cela (Valencia: Artes Gráficas Soler, 1963).
Mary Ann Beck, "Nuevo encuentro con La familia de
Pascual Duarte," Revista Hispánica Moderna, XXX (julio,
1964), 279-298.
llegar a La colmena, y con más ímpetu aun en obras poste
riores, ha desafiado más y más a los traductores y comen
taristas. Sus escritos, a medida que ha ido publicando,
se han vuelto cada vez más poéticos e intraducibies. No
obstante, detrás de este arte late su preocupación
humanitaria y su desasosegadora voz contra la injusticia,
principalmente, hacia los seres física y moralmente necesi
tados. Esta paradoja del deseo de impartir un mensaje pero
con arte cada vez más difícil quizá exista por el deseo que
tiene Cela de no ser considerado simplemente como un mero
autor de protesta social sino como un artista o personali
dad en las letras del siglo. A mi parecer este deseo se ha
cumplido puesto que en un momento determinado se ha con
siderado a Cela como el novelista más importante de España.
Pero más que un deseo, me parece a mí un estado de per
fección artística. Cela es un escritor complicado que a
medida que ha publicado ha crecido en su arte igual que
progresa el místico a los varios estados de perfección, y
que para el lego resultan éstos cada vez más y más difíci
les de atrapar y de apreciar. Cuanto más se ha desarro
llado el místico o el artista, tanto más complicado resulta
comunicar su experiencia a los demás.
11
Dejamos el género novela y pasamos al cuarto capí
tulo tratando el género libro de viajes. Hemos escogido
como ejemplo su primer libro de dicha índole, Viaje a la
10
Alcarria, por ser el mejor ejemplo que hasta ahora ha
producido Cela de este género.
Aunque la novela de Cela, mediante la ficción,
retrata cumplidamente la realidad brindándonos un claro
reflejo de la verdad social, el libro de viajes, sin em
bargo, se ajusta directamente, por su naturaleza, a la
misma realidad. Desde luego el resultado de este género
nos ofrece un encuentro inmediato con un valioso y verídico
documento social divorciado de la imaginación creadora.
Por ser más directo este contacto con la realidad, nos es
indispensable incluir este documento en una investigación
que se consagre al pensamiento social. Hemos escogido sólo
un viaje, y el mejor, puesto que todos tratan del mismo
tema aunque en distinta geografía ibérica. Lo que, en todo
caso, nos interesa es el tema social. En este libro los
seres inútiles, los niños, los tontos, y los ciegos forman
el núcleo de su inquietud. En él nos revelará su autor
^Camilo José Cela, Las botas de siete leguas,
Antetítulo de Viaje a la Alcarria (Madrid: Revista de Occi
dente, 1948).
12
la armonía que debe existir con el ambiente, con la natu
raleza, y con las personas inútiles deshumanizadas por el
hombre mismo. La mayor lección que de aquí sacaremos es la
moralizadora acción del viaje de la generación del 98, pero
con aplicación actual. También buscaremos el ejemplo que
nos da de la benéfica convivencia con toda clase de seres
y niveles sociales.
Para el quinto capítulo de esta tesis hemos esco
gido el género memorias con el título, La cucaña.^ La
selección nos da la base de su pensamiento social y de los
elementos claves que formaron sus principios fundamentales
en su formación como escritor. Es un libro de memorias que
por la veracidad de su género lo hemos incluido como fuente
auténtica del pensamiento celiano y como testigo indispen
sable de las actitudes del niño y del adolescente Cela en
el crítico período formativo de su vida. En este libro
trataremos de encontrar la raíz de sus actitudes humani
tarias. Buscaremos el por qué de esas actitudes siguiendo
la misma hipótesis de Cela de que el hombre es producto de
su herencia natal en conjunto con sus circunstancias.
^Camilo José Cela, La cucaña (Barcelona: Ediciones
Destino, 1959).
13
Finalmente el sexto y último capítulo lo dedicare
mos a otro género distinto pero totalmente representativo
12
de Cela. Hemos escogido Historias de España como dechado
superior entre una producción considerable de más de diez
años del género que denomina Cela apuntes carpetonetónicos.
El título se lo inventó él aunque no la índole del género.
Los apuntes son la croniquilla atónita de los minúsculos
acaeceres de la España árida, ese inagotable venero de
temas literarias, según Cela. El carpetonetonismo, nos
dice, pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo,
entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado,
de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determi
nado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente,
la España árida. Fuera de ella no puede darse el apunte
carpetonetónico, por la misma razón que no se pueden dar
porcelanas chinas en el Japón o en la India.
El apunte carpetonetónico no es ni un artículo, ni
un cuento, ni una novela. Puede muy bien no tener prin
cipio ni fin, cosa que por definición, según Cela, no les
está permitido a los géneros mencionados. El apunte
12
Camilo José Cela, Historias de España (Madrid:
Ediciones Arión, 1957).
14
simplemente brota y desaparece; ni nace ni muere. Es una
crónica minúscula narrada en forma de esbozo caricaturesco.
Historias de España es un libro enteramente artís
tico pero de un palpitante mensaje humanitario detrás del
arte. Es un libro de colores fuertes que contrastan con
un fondo obscuro como en la pintura de Solana. También es
un libro de figuras distorcionadas como en la pintura de
Picasso. En esta obra investigaremos cómo Cela ha empleado
la realidad objetiva de los ciegos y los tontos para expre
sar las emociones subjetivas de compasión y preocupación
que estos seres incitan en él. Veremos cómo se vale para
ello, de la exageración, de la distorción y del simbolismo
como en la pintura o en la escultura expresionista. Este
libro es un ejemplo del arte contemporáneo de Cela cuya
obra creativa se aparta más y más de la literatura tradi
cional, y que en vez de tornarse únicamente más poética, se
torna más en literatura de arte, de escultura o de pintura,
por así decir. Se aparta de la tradición en el método pero
no en los temas populares.
Cela inició el apunte carpetonetónico en Cebreros,
provincia de Avila en 1947, produciendo más de setenta
ejemplos del modelo en diez años. Al cabo, publicó en 1957
15
Historias de España considerándose la culminación o loza
nía, en su obra, de dicho género. Para nuestro propósito,
este libro es imprescindible como una artística expresión
madura de su dedicación al doliente y anodino sector
humano de los tontos y de los ciegos.
Hemos escogido estos cuatro géneros literarios
representativos de la obra de Cela porque son los que, de
toda su obra, mejor respaldan nuestra hipótesis de que Cela
es un escritor de compasión y misericordia y no de frialdad
y de crueldad. Comprobaremos cómo las cualidades de Cela
que parecen poner de relieve lo exageradamente cruel, lo
grotesco, lo excesivamente desgarrado, y su actitud apa
rentemente despiadada, no son sino el disfraz de un artista
que busca en él la expresión de su arte. El resto de la
obra de Cela no se opone a nuestra opinión, sino que in
cluso algunas que no hemos tratado serían tan sólo una
repetición de nuestro argumento.
Cela no se puede calificar simplemente como nove
lista, sino como inquietante escritor español moderno de
diversos géneros que bebe de continuo de las fuentes del
momento igual que de las tradicionales. Es a la vez origi
nal, tradicional y moderno. Es un escritor que encaja bien
16
con la larga serie de escritores clásicos peninsulares.
No se le puede colocar en ningún "ismo," ni se le puede
colgar ninguna etiqueta de los movimientos literarios. Es
escritor multifacético, y más que nada, es individualista
aunque no simplemente por el mero hecho de serlo, sino por
ser ya así su naturaleza. Es hombre de talento que ha
ensayado diversos géneros sin haberse aferrado a ninguno.
Su obra es multifacética y homocéntrica, girando alrededor
del hombre lastrado por la misma sociedad que él compone.
La voz de Cela comprende más que un eco de la generación
del 98. Y su obra, más que un nexo, es la continuación
moderna de los escritores clásicos españoles que se inspi
raron en el pueblo mismo.
CAPITULO I
LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE
El destino
Cela publicó su primera novela La familia de
Pascual Duarte en 1942 a los veinte años de edad. Ya en
1941 había publicado uno que otro cuento, y más anterior
aún, rondando los veinte años, había principiado su carrera
literaria con unas poesías publicadas posteriormente a su
primera novela.^" También en 1935 había publicado dos poe
mas en El Argentino, diario de La Plata.
En La familia de Pascual Duarte nos ofrece el autor
una sencilla, y a la vez compleja, observación profunda de
la vida que se escapa y sigue escapándose de los más, no
humildes. Es decir de la mayoría de las personas que no
han nacido ni se han criado en ambiente de pobreza o mi
seria. La observación es sencilla para el economista
^"Camilo José Cela, Poemas de una adolescencia cruel
(Barcelona: Sociedad Alianza de Artes Gráficas, 1945).
17
18
o el político pero compleja para el sicólogo que trata de
llegar a los motivos que impulsan al supuesto criminal a
cometer barbaridades. Sólo el que ha convivido en la
miseria o el sicólogo que ha investigado los procesos men
tales pueden apreciar la complejidad del criminal. La vida
de Pascual pone de manifiesto la inseguridad, la angustia
e incluso la futilidad de la existencia. Lo que tiene de
meritorio e interesante es que pudo Cela trascender su
medio y meterse en el de Pascual. Ya en la segunda oración
del primer capítulo nos da indicios de la penetrante obser
vación y desinteresada dedicación a la humanidad que ocu
pará su vida y la que habrá de desarrollar en el diario
vivir confirmando así su vocación libre y firmemente
escogida.
Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer
y sin embargo cuando vamos creciendo, el destino se
complace en variarnos como si fuésemos de cera y en
destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la
muerte.*
En este primer párrafo nos enfrentamos en seguida
con el problema del destino y su incomprensibilidad.
2
Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte
(4a ed.; Barcelona: Ediciones del Zodíaco, 1946), p. 35.
A partir de ahora, los números a continuación de las citas,
se refieren a esta edición.
19
Parece evidente que los que captan el mensaje de un Pascual,
son los seres humildes y analfabetos de las aldehuelas,
pero, que por no estar en los círculos eruditos jamás
articularán su pensamiento a cognición del público. Mas no
por ser menos conocido deja de ser menos verdad. Al con
trario, si la buena sociedad no ha prestado oídos a este
sector de la humanidad, la culpa no es ya de los analfa
betos; la verdad ahí está, y lo que es peor puede explotar
algún día como lo ha atestiguado repetidas veces la his
toria del hombre. Claro está que no todos estos seres
terminarán sumando sangre sobre sangre, como Pascual, pero
la verdad es que todos llevan dentro de sí la capacidad de
hacerlo tras haber continuamente sumado desilusión sobre
frustración y desgracia sobre tragedia.
Que Cela, como Baroja y otros autores, sin hacer
protesta social, haya podido sustraerse y entrar en ese
medio tan distante y enormemente distinto del suyo, no
puede menos que distinguirle como agudísimo observador y
originalísimo escritor. El ambiente de Pascual es total
mente diferente al de Cela y en eso reside el mérito de
nuestro autor. Es cierto que todo escritor de literatura
imaginativa se mete en el ambiente del protagonista como
20
lo hace Ciro Alegría en el Mundo es ancho y ajeno o como
Jorge Icaza en Huasipungo pero el resultado final hace que
a dichos autores se les considere como escritores de pro
testa social. Cela, como Baroja, se diferencia en este
aspecto apareciendo como un autor original por protestar la
injusticia al humilde sin que se le identifique con la
protesta social. El mérito de Cela consiste en haberse
metido en el ambiente distinto del suyo sin identificarse
con la protesta del protagonista sino que penetrando la
sicología de Pascual trata de identificar los motivos de
acción del supuesto criminal y de llevar la culpabilidad a
donde pertenece. De esta manera, Cela concede al lector
una perfecta libertad de interpretación, pero una libertad
que impulsa al más vago pensador a interrogarse definitiva
mente a sí mismo. ¿Son, por ejemplo, mis experiencias,
como persona menos humilde comparables a las del humilde?
Si no lo son, entonces ¿qué base de comprensión común tengo
para interpretar, con un mínimo de verdad, la vida del
humilde? Cuando el pensador se contesta honradamente a su
interrogación no puede menos que reconocer el color inevi
table del cristal de sus propias experiencias que in
variablemente tiñe su esmerada interpretación.
21
Las personas humildes, como Pascual, son las que
diariamente en sus percances viven en contacto directo con
la realidad, y con la tierra; con la vida; en los alumbra
mientos; con la muerte: en los entierros cavando y tapando,
ellos mismos, los sepulcros. Continuamente tienen delante,
sin pedirlo, el principio y el fin del hombre. No pierden
de vista ni por un solo momento, la verdad del destino, de
la muerte, y de su incapacidad para torcerles el camino.
A diferencia de los menos humildes, no pueden distraerse de
la verdad que a todos afecta sin que todos estén consciente
de ella. No es extraño que la vida de Pascual nos hable de
partos, de abortos, de muertes y de entierros; que en ella
huela los malos olores y se encuentre inclinado a ellos
igual que el hombre refinado a los olores aromáticos de los
que ha sido rodeado la mayor parte de su niñez en período
de formación. Realmente, hablando del refinado, no hay
proceso de refinamiento porque en su infancia no se vio en
la necesidad de convivir con l.os malos olores y pasar
gradualmente a los aromáticos. De manera que su asociación
de sentimientos con las variaciones del olfato va nece
sariamente ligada al ambiente de la no humilde sociedad que
a toda costa evita los malos olores. El humilde, como
22
Pascual, necesariamente asocia sus sentimientos y memorias
con el limitado repertorio de olores que a medida de su
desarrollo han crecido con él. Es muy natural que Pascual
en la posada no pueda dormir echando de menos el olor de la
cuadra igual que, por el contrario, no dormiría por vez
primera quien no está acostumbrado a semejantes olores.
Esto no califica a Pascual de hombre primitivo sino más
bien de humilde que al no haber dejado nunca, hasta enton
ces, aquel ambiente, se ve desprovisto, de la capacidad
para disfrutar del avance cultural de la humanidad. Todo
es según nos acostumbramos, dice Cela, y la verdad es que
así lo demuestra la ciencia sicológica. El hombre es un
puñado de hábitos y costumbres, de otra manera no podría
funcionar. Ensayaría actuar sin acierto como los nenes al
nacer.
En el mismo párrafo inicial donde nos acaba de pre
sentar el problema del destino, expone Cela, más a fondo y
de acuerdo con la diaria observación de la vida, el pro
cedimiento y exposición del mismo: "Hay hombres a quienes
se les ordena marchar por el camino de las flores y hombres
a quienes se les manda tirar por el de los cardos y de las
chumberas" (p. 35). De esta discriminación respecto a los
caminos vitales está pero bien consciente la humanidad,
23
bien que por otra parte la causa de esa distinción la atri
buya inadvertidamente y casi por completo a los que en ella
figuran. Desde allí la solapada pero jamás certera idea de
que cada cual, pocas veces, es inmérito receptor de su
ventura o desventura. Se afianza más aún, en la mente
popular, esta idea con el refrán del pueblo que dice que
según se siembra así se recoge. La falta proviene no de
otra razón que la de comparar lo particular con lo univer
sal.
La humanidad, en todas las culturas desde el prin
cipio de la historia, ha intentado incesantemente dar una
explicación al destino. En la cultura occidental se ha
ponderado el problema desde antes del antiguo testamento
hasta el evangelio; desde San Agustín hasta la edad media,
y desde el medioevo hasta nuestros días. Y siguiendo la
línea clásica, desde Platón y Aristóteles— olvidados en un
tiempo— hasta el Renacimiento. En la explicación Evan
gélica, promulgada en el mundo occidental, nace y crece el
mal al lado del bien hasta galardonarse éste y castigarse
aquél escatológicamente sólo al final.
Ante estas dos divisiones: el bien y el mal, Pascual
no discurre, solo observa e interpreta haciendo hincapié en
lo advertido. Esto es así no por eludir el problema moral
24
sino porque, en orden existencia!., Pascual se ha enfrentado
inevitablemente primero con el problema ontológico al que
no encuentra explicación que le abra paso al problema
ético. Las circunstancias y el ambiente donde aparece
Pascual ya están hechos con antelación sin que Pascual haya
tenido parte en formarlos. Por eso pudo decir al iniciar
su biografía, "Yo, señor, no soy malo aunque no me falta
rían motivos para serlo." Luego viene el fuerte contraste
de arrepentimiento y aprensión moral al rematar su vida.
Esto indica un crecimiento ontológico y ético, y una tran
sición moral de acuerdo con el existencialismo moderno.
A Pascual se le ha mandado tirar por el camino de los car
dos y de las chumberas pero está consciente de que hay
quienes marchan por el de las flores bien que él no figure
entre ellos.
Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su
felicidad sonríen con la cara del inocente; estos
otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan
el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha
diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y
colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha
de borrar ya. (p. 35)
Al ir Pascual a rematar a don Jesús, una de sus víctimas,
sonreía éste— sin duda a lo que se refiere Pascual— con la
cara del inocente. Recuérdese luego la dedicatoria del
libro que le hizo Pascual.
25
En Jas tres previas citas que juntas componen el
primer párrafo, Cela nos ofrece una concisa expresión de
todos los medios y clases sociales sin mencionar jamás el
vocablo: sociedad. En las mismas líneas nos enfrenta con
el poder del destino— o del establecimiento u orden estable
cido— y con la impotencia del hombre ante su inexorable
cumplimiento. Esta verdad del destino— tan llevada y
traída en la historia de la humanidad y tan de continuo
discutida o negada en sermoneos— queda sucintamente expre
sada en el primer capítulo de la primera novela del autor
con una economía sorprendente de palabras que eficazmente
la traducen en mensaje humanitario e ingeniosidad literaria
de Cela.
Pascual Duarte nace y se desarrolla en un pueblo
como todos; no faltan las casas modestas ni las humildes,
hombres como don Jesús, ni hombres sin el don como Pascual.
El hecho de haber nacido en las circunstancias que nace
Pascual o un don Jesús es uno de los mensajes de la novela,
del ineludible hecho de no permitírsele al hombre escoger
sus progenitores ni su nivel cultural y esto a pesar de su
inteligencia o falta de ella.
La verdad es que la vida en mi familia poco tenía
de placentera, pero como no nos es dado escoger,
26
sino que ya— y aún antes de nacer— estamos destinados
unos a un lado y otros a otro, procuraba contentarme
con lo que me había tocado, que era la única manera
de no desesperar. (p. 52)
Hablando Pascual del destino de su hermano, Mario,
cuya existencia toda es un continuo trágico sufrimiento
conmovedor, debido no ya del todo al destino sino al des
cuido e indiferencia de la madre, factor humano que inevi
tablemente figura en el desenlace de la vida, nos dice: "La
suerte se le volvió tan de su contra que sin haberlo bus
cado ni deseado, sin a nadie haber molestado y sin haber
tentado a Dios, un guarro (con perdón) le comió las dos
orejas" (p. 77). Antes de contarnos la tragedia, Pascual
ha cavilado bastante sin explicarse demasiado la razón por
la cual acaecen tales desgracias a quienes menos se las
merecen, a los inocentes de verdad, como a Mario. Nos
expresa una terrible verdad al decir, "sin haberlo buscado
ni deseado, sin a nadie haber molestado." ¿Por qué desa
forada suerte, nos preguntamos, está sometido el hombre a
semejantes peripecias? Y no se piense que en realidad
percances como el precedente son entelequias tratándose
desde luego de una novela, puesto que cada cual los viene
observando con mayor o menor intensidad a lo largo de su
vida. No obstante, hacemos hincapié en la verosimilitud
27
de este incidente en las desgracias del desdichado citando
un suceso similar reciente.^
Después de contarnos lo del cerdo, rematando el
destino de Mario con su infeliz muerte a los escasos diez
años, dice Pascual: "Pasó después algún tiempo sin que se
desgraciara de nuevo pero, como al que el Destino persigue
no se libra aunque se esconda debajo de las piedras ... fue
a aparecer, ahogado, en una tinaja de aceite" (p. 83).
Que Pascual está convencido del papel del Destino en la
vida del hombre, lo ha demostrado relatando la tragedia de
Mario. Corrobora esta convicción con la reflexión sobre
su propia vida mientras escribe en presidio.
... si el esfuerzo de memoria que por estos días estoy
haciendo se me hubiera ocurrido años atrás, a estas
horas, en lugar de estar escribiendo, estaría tomando
el sol en el corral, o pescando anguilas en el regato.
... Estaría haciendo otra cosa cualquiera de esas que
hacen— sin figurarse— la mayor parte de los hombres.
(p. 96)
Repite Pascual tres situaciones de las muchas en que el
hombre actúa por fuerza de costumbre sin fijarse, es decir,
inconsciente. Sólo viene la conciencia después de un golpe
3
Alerta (México, D.F.), primero de abril de 1972,
p. 29. En el estado de México, un cerdo le comió ambas
manos a un niño de ocho meses mientras la madre, de humil
dísimo estado, lavaba en el regato cerca de casa.
28
trágico o de un percance inesperado. Para ponderar y sacar
provecho, primeramente hace falta espabilar la conciencia.
Desgraciadamente tal procedimiento suele darse en la vida
humana sólo después del desengaño y de la desilusión y
demasiado frecuente después de haber ya cometido alguna
barbaridad irrevocable.
Después de haber tratado el destino pasamos ahora
a otro elemento, la libertad, que forma parte de la condi
ción del ente humano.
La libertad
Pascual sabe que el destino es ineludible pero tam
bién está consciente de otro enigma tanto o más misterioso
e inescapable que el destino: el libre albedrío, que ronda
paralelamente con aquél y que llega a complicarle un tanto
más la existencia. A veces le sobrecoge en sus pondera
ciones este dúo bien equilibrado. Otras veces pesa más la
balanza de un lado que del otro y vice versa. A Pascual,
como a todos los demás hombres, la armónica coexistencia—
si es que del todo exista— entre estos dos conceptos, se le
escurre de la inteligencia dejándole más perplejo aún que
antes de haberlo cavilado. Puesto que pondera el contra
dictorio problema de destino y albedrio— hechos ambos
29
indiscutibles e inexplicables para Pascual— llega a un
reconocimiento, aunque no del todo comprensible, del papel
que hacen ambos en su comportamiento y por ende termina en
un arrepentimiento ejemplar: "... en estos momentos tal
tristeza me puebla y tal congoja, que por asegurarle estoy
que mi arrepentimiento no menor debe ser que el de un
santo" (p. 97). El problema del destino y del albedrío
nunca se llegan a resolver en la mente de Pascual. Pre
cisamente la acción de la novela va entrelazada con este
problema, clave central, que permite a sus lectores juzgar
a Pascual según la filosofía de cada cual que leyere. Sin
embargo para Pascual está bien clara la duda:
Quién sabe si no sería Dios que me castigaba por lo
mucho que había pecado y por lo mucho que habría de
pecar todavíal Quién sabe si no sería que estaba
escrito en la divina memoria que la desgracia había
de ser mi único camino, la única senda por que mis
tristes días habían de discurrir. (p. 147)
Para poner de relieve lo indescifrable de lo que toca al
destino y lo que toca al albedrío nos dice: "Se mata sin
pensar, bien probado lo tengo; a veces sin querer. Se
odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la
navaja ..." (p. 160). De una cosa está cierto Pascual y
de la que, en su opinión, no cabe la duda. Si el destino
hubiera proporcionado otras circunstancias de las que
30
proporcionó, su comportamiento hubiera discurrido por
derroteros menos infelices. Consciente del papel del albe
drío sumado al destino y a las circunstancias, nos da a
entender que debió ser así y no de otra manera:
Es probable que si la paz a mí me hubiera llegado
algunos años antes, a estas alturas fuera, cuando
menos cartujo, porque tal luz vi en ella y tal
bienestar, que dudo mucho que entonces no hubiera
sido fascinado como ahora lo soy. (p. 164)
Atribuye Pascual, claramente, a Dios o al Destino el hecho
de que no haya ocurrido así privando al albedrío de haber
ejecutado la acción de escoger dentro de otras circunstan
cias. Claro, que dentro de las circunstancias en que, de
hecho, opta Pascual, la elección le ha conducido a éste y
no a otro fin. Su opción, por lo tanto, guiada por el
destino le hace alcanzar las cumbres que, después del arre
pentimiento y penitencia, alcanzaron los Místicos y que una
vez más le hace dudar si es preferible morir en sentido
místico, mientras vive, como Santa Teresa de Jesús, la gran
4
mística del siglo dieciseis: "Muero porque no muero," o
terminar la dulce agonía de una vez con la muerte.
Pero no quiso Dios que esto ocurriera y hoy me encuen
tro encerrado y con una condena sobre la cabeza que
4
Poesías de Sta, Teresa, Vol. LUI de Biblioteca de
Autores Españoles (Madrid: M. Rivadeneyra, 1877), p. 519.
31
no sé que sería mejor si que cayera de una buena vez
o que siguiera alargando esta agonía, a la que sin
embargo me aferró con más cariño, si aún cupiese, que
el que para aferrarme emplearía de ser suave mi vivir,
(p. 164)
En el discurrir de Pascual, la voluntad tiene su
parte indudable en la vida del hombre. El destino hace que
los sucesos salgan de una forma determinada, pero, en la
que ha dejado ya su huella inconfundible el albedrío. El
albedrío actúa según los conocimientos o falta de ellos y
escasas veces a pesar de ellos. Por eso pudo Pascual decir:
Buena diferencia va entre lo pasado y lo que yo
procuraría que pasara si pudiera volver a comenzar;
a lo hecho, pecho, y tratar de evitar que continúe,
que bien lo evito aunque ayudado— es cierto— por el
encierro. (p. 171)
Si Pascual comenzase de nuevo, haría otra vida de la que
hizo, dados los conocimientos que por ahora tiene de su
parte. Esto demuestra su avance de lo ontológico a lo
ético. Pero también es cierto que el destino ya marcó
irrevocablemente los derroteros que siguió su pasada vida.
A lo irremediable hay que entregarse con conformidad. A lo
hecho pecho es una elección libre y provechosamente esco
gida por el albedrío. De no ser así— faltando la conforma
ción— se abriría paso hacia otra dirección acaso más desas
trosa.
32
La costumbre
Pascual reconoce la fuerza de la costumbre en el
hombre; no pocas veces ha dicho, "Todo es según nos acos
tumbramos" (p. 178). Pero lo que tiene de curioso este
axioma para Pascual es la inesperada costumbre que observa
en el comportamiento de los de la ciudad, comportamiento
que sin duda admira. Ve en este actuar una gran diferencia
de su manera de ser aunque tiene por seguro que la costum
bre del habitante de la ciudad vino a ser, en cierto grado,
determinada por el destino igual que la del habitante del
campo. Se trata aquí del matrimonio con quien se alojaba
Pascual.
El Estevez se lio a discutir a gritos con otro que
por allí pasaba ... reñían porque, por lo visto, el
otro había mirado para la Concepción, pero lo que más
extrañado me tiene todavía es como, con la sarta de
insultos que se escupieron, no hicieron ni siquiera
ademán de llegar a las manos. ... Así da gusto¿ Si
los hombres del campo tuviéramos las tragaderas de
los de las poblaciones, los presidios estarían des
habitados como islas. (pp. 180-181)
La oración precedente lleva dentro de sí una implicación
acaso no muy aparente, a primera vista, pero no menos
verídica en la actualidad. Los presidios están poblados
de personas del campo o de los barrios citadinos pobres
que casi siempre coinciden con las personas de humilde
33
condición.
En la actualidad los penales están habitados por
una mayoría de personas de humilde condición que son los
que en realidad sufren la pena de muerte. Implícito va
aquí el pensamiento de Cela de que las circunstancias
tienen mucho que ver en la formación de hábitos y costum
bres; desde ahí la diferencia de comportamiento entre el
hombre del campo y del de la población.
Otro ejemplo del poder de la costumbre es evidente
en el comportamiento de Pascual al querer que aborte su
mujer por guardarse de andar en boca de la gente.
No me sentía malo— bien Dios lo sabe— pero es que uno
está atado a la costumbre como el asno al ronzal. ...
Si mi condición de hombre me hubiera permitido personar,
hubiera perdonado, pero el mundo es como es y el querer
avanzar contra corriente no es sino un vano intento.
(p. 190)
En harto bien medidas y escasas palabras expresa Pascual un
hecho muy evidente en la cultura hispánica e iberoamericana,
que el hombre no es hombre sino un cornudo, un chulo, un
5
Tim Findley, "Amsterdam— Lifelong Battle for
Life, " San Francisco Chronicle, febrero 28, 1972, p. 2.
"In 1965 a survey of defendants sentenced to death was con-
ducted and it became clear that most of them were poor
people. Nearly all of those who did die were poor."
34
bragazas o todo lo que se quiera, menos hombre si acepta
los devaneos de su mujer en materia sexual. Tanto es así,
que ni religión, ni moral, ni nada pesa lo suficiente sobre
tal costumbre. En estos trances, la misericordia, la tole
rancia o la comprensión pueden estar demás. No hay apela
ción. Si se quiere dar paso a dichas cualidades, habría
que dejar de ser hombre. La costumbre igual que el destino
se entrecruzan continuamente en la vida de Pascual quien se
resiste igual que a las circunstancias, no pocas veces, con
la inteligencia y una voluntad desafiadora.
El embarazo ilegítimo siempre ha ocasionado un
desvergüenzo para la familia en España, pero es de más in
tensidad cuando se trata de una esposa que tiene a su
marido. Esta costumbre social está profundamente arraigada
en el pueblo, y a la fuerza afecta como circunstancia a
Pascual quien hubiera perdonado si su condición se lo hu
biera permitido. Pascual se vio en un dilema entre la
costumbre y la razón. Por una parte dice que está atado
como el asno al ronzal refiriéndose a la fuerza de la cos
tumbre. Por otra dice que hubiera perdonado refiriéndose
a la razón. La razón le advierte lo que es justo en este
caso y la costumbre le empuja a avanzar con la corriente
35
a pesar de la justicia. La costumbre del pueblo no le
permite aceptar los devaneos sexuales de su esposa pero la
razón le invita a ponderar fríamente la justicia y a perdo
nar. También es verdad que no pocas veces actúa por impul
sos salvajes— fruto de su ignorancia— pero impulsos que son
sólo la venganza de Pascual contra el destino. No comienza
a comprenderlo hasta el final cuando hay que pagar por sus
hechos con su vida.
Hablando a su regreso, después de su huida de casa,
del embarazo de su mujer durante la ausencia, Pascual atri
buye los móviles a causas naturales, aunque a primera vista
le parezca responsable el destino: "... emprendí el viaje
de vuelta, el viaje que tan feliz término le señalaba si el
diablo— cosa que yo entonces no sabía— no se hubiera empe
ñado en hacer de las suyas en mi casa y en mi mujer durante
mi ausencia" (p. 184). Inmediatamente reflexiona y pone
las causas en su justo sitio según le dicta la razón:
En realidad no deja de ser natural que mi mujer, joven
y hermosa por entonces, notase demasiado, para lo poco
instruida que era, la falta de marido, mi huida, mi
mayor pecado, el que nunca debí cometer, y que Dios
quiso castigar quien sabe si hasta con crueldad.
(p. 185)
Como hemos alegado anteriormente, en cuestión de
honor no hay apelación sin dejar de ser hombre, pero el
36
amor, es decir, la emoción del amor genuino, todo lo vence,
si es auténtico en realidad. Pascual siendo hombre com
pleto dispone de verdadero amor presentándose a la razón la
ocasión propicia y por ende al final puede perdonar a Lola
tan sólo por la pureza del amor que le tiene y por haber
reconocido en sí mismo la parte que él tuvo en la divaga
ción sexual de Lola al huirse.
El retorno de Pascual impresiona terriblemente a
Lola quien imperceptiblemente, por condiciones en que se
encontraba, se debilita y muere, por fin, del susto ocasio
nado al revelar sus relaciones sexuales con el Estirao, el
más odiado y resabiado enemigo de Pascual. Tan de su
contra se le torna la suerte— la tiene ya bien probada
desde la muerte de su hijo— que ocasiona su huida creyendo
poder echar todo al olvido. Lo que es peor, Pascual pre
siente la desgracia, y es natural que así suceda después de
haberse harto familiarizado con ella. No es extraño, por
otra parte, que las corazonadas lleguen a cumplírsele, que
no son otra cosa que la observación de causas naturales.
Cuando más gozaba de su hijo, tantos infortunios le habían
acaecido ya que razón tenía en dudar su felicidad.
Sin encontrar una causa que lo justificase, aquel
gozar en la contemplación del niño me daba muy mala
37
espina. Siempre tuve muy buen ojo para la desgracia
... y aquel presentimiento, como todos, fue a confir
marse al rodar de los meses como para seguir redon
deando mi desdicha, esa desdicha que nunca parecía
acabar de redondearse. (pp. 140-141)
Su mayor pecado, su huida, que nunca debió cometer
ahora redondea su desdicha por el irremediable recuerdo y
el amor que en su regreso sintiera por Lola. Cuando el
tiempo se encarga de sanar las heridas, el destino troca
nuevamente su suerte.
La memoria de Lola, que tan profunda brecha dejara
en mi corazón, se iba cerrando y los tiempos pasados
iban siendo, poco a poco, olvidados hasta que la mala
estrella que parecía como empeñada en perseguirme,
quiso resucitarlos para mi mal. (p. 198)
Aquí se refiere Pascual al irreprimible odio que en él des
pierta el Estirao, condición que no puede remediar. La
intención de Pascual, aunque estaba muy ofendido su honor
de hombre, no era la de matar al Estirao, principalmente
porque se sentía orgulloso de ser hombre de su palabra, de
ser un señor. Así se lo había prometido a Lola y así iba
a cumplir, incluso, a ultranza, pero la desmesurada chule
ría del Estirao efectúa lo inevitable con el temperamento y
circunstancias de Pascual: su muerte.
Pascual se vio ante un conflicto que debía resolver.
Por un lado, el hecho de ser muy hombre, en lo que tocaba
a su honor, se oponía, por otro lado, al hecho de tener
38
palabra. Dentro de este dilema, por cualquier camino
saldría mal. No obstante, Pascual dio más valor a la noble
virtud de tener palabra y es por donde se propuso salir.
Aquí está una vez más el ejercicio de su albedrío superando
la costumbre al escoger libremente el perdonar a Lola y
guardar su palabra, bien que las circunstancias, por otra
parte, le brindaron luego, a pesar de su voluntad, la otra
alternativa: la venganza del honor ultrajado.
El ente humano
Llega a aclararse poco a poco el concepto de Pas
cual sobre lo que es el hombre con la muerte del Estirao y
las vicisitudes de la vida. Tres años estuvo en el penal
de los veintiocho que le salieron por haber muerto al
Estirao. Pascual asegura que de haberse portado mal hu
biera estado allí los veintiocho; o catorce si se hubiera
portado regular como todos? pero, para su desgracia, a él
le dio por portarse lo mejor que pudo, suspendiendo, su
buen comportamiento, los veinticinco años que le restaban.
En esto ve Pascual la mano del destino guiando su vida
hacia lo que está determinado.
... esa fatalidad, esa mala estrella, que como ya más
atrás le dije, parece como complacerse en acompañarme,
39
torció y dispuso las cosas de forma tal que la bondad
no acabó para servir a mi alma para maldita la cosa.
Peor aún: no sólo para nada sirvió sino que a fuerza
de desviarse y degenerar siempre a un mal peor me hubo
de conducir. (p. 205)
Pascual se da plena cuenta de lo que ha escogido.
Escogió portarse bien y después, con pena de lo acontecido,
cavila si no hubiera sido mejor haber escogido comportarse
mal ya que así, privado de libertad, se hubiera ahorrado
nuevos delitos de sangre, su madre hubiera muerto de muerte
natural y él hubiera salido "manso como una oveja, suave
como una manta" (p. 207). Pero el destino hizo que esco
giera lo ya determinado con resultados funestos. "Cumplí
excediéndome lo que se me ordenaba ... y me soltaron; me
abrieron las puertas, me dejaron indefenso ante todo lo
malo ... y creyendo que me hacían un favor me hundieron
para siempre" (p. 207). Pascual por un lado decide por
tarse bien poniendo buena cara al mal tiempo, y el destino
por otro lado, es decir, las condiciones y causas indepen
dientes de Pascual siguen su incesante e inapelable tra
yecto. Es iluminativa a la vez que aleccionadora la alusión
que hace Pascual al destino comparándolo con su sombra,
descifrando al ente humano, la noche que salido del penal,
libre y solitario, pasa al lado del cementerio aviado a
casa. Primeramente piensa sobre lo poco que es el hombre
40
en esta vida recordando a todos sus deudos e incluso a su
enemigo, el Estirao, luego se le ocurre si no es, acaso, la
Providencia que adrede le pone delante el camposanto para
inducirle a meditar.
La sombra de mi cuerpo iba siempre delante, larga,
muy larga, tan larga como un fantasma, muy pegada al
suelo, siguiendo el ferreno. ... Corrí un poco; la
sombra también corrió. Me paré; la sombra también
paró. ... La sombra había de acompañarme, paso a paso,
hasta llegar. ... Cogí miedo, un miedo inexplicable.
(p. 216)
Cela, en su primera novela, reflejaba con entusiasmo
las ideas respecto al ente humano que acababa de leer en su
muy admirado Ortega y Gasset. Recuérdese que Cela produjo
la novela después de haber leído no sólo Los clásicos espa
ñoles de la colección Rivadeneyra, sino la Obra completa de
Ortega durante su forzado reposo pulmonar. De entre los
pensadores, Ortega y Gasset figuró en el pensamiento
celiano con predilección. Tanto admiraba Cela el pensa
miento de Ortega hasta que llegó al punto de incorporarlo
al suyo y ejemplificarlo en una novela. Pascual Duarte
nació como resultado de esta expresión que buscaba Cela.
La familia representaba las circunstancias determinadas y
Pascual al ente humano que se hallaba envuelto en dichas
circunstancias.
41
Ortega había insistido, aunque sin dar un ejemplo
novelesco concreto como Cela, en la filosofía de que vivir
era ya encontrarse forzado a interpretar nuestra vida. En
cada instante nos encontrábamos con determinadas conviccio
nes radicales sobre lo que eran las cosas y nosotros entre
ellas. No se trataba, pues, de que el hombre vivía y luego,
si venía el caso, si sentía alguna curiosidad, se ocupaba
en formarse algunas ideas sobre las cosas.
La vida iba constituida por dos dimensiones, in
separable la una de la otra. En su dimensión primaria
vivir era estar yo, el yo de cada cual, en la circunstancia
y no tener más remedio que habérselas con ella. Esto im
ponía a la vida la segunda dimensión consistente en que no
tenía más remedio que averiguar lo que era la circunstan
cia. Pensábamos sobre la circunstancia y este pensamiento
nos fabricaba una idea, plan o arquitectura del puro
problema, del caos que era por sí, primer cimente, la circun
stancia. A esta arquitectura que el pensamiento ponía
sobre nuestro contorno, interpretándolo, llamábamos mundo
o universo. Este, no nos era dado, no estaba ahí, sin más,
sino que era fabricado por nuestras convicciones. No había
manera de aclararse un poco lo que era la vida humana si no
42
se tenía en cuenta que el mundo o universo era la solución
intelectual con que el hombre reaccionaba ante los proble
mas dados que le planteaba su circunstancia.^
Aunque ya hemos tratado anteriormente el problema
del destino, lo traemos aquí a la memoria para poner de
relieve la unidad del ente humano formado de varios elemen
tos. La sombra llega a ser símbolo del destino inseparable
del hombre y su albedrío, unidos ambos indirimiblemente en
la formación del ente final, que es, el producto acabado
del yo y mis circunstancias A este yo y sus circunstan
cias se encuentra atado sin poder recurrir a nada ni a nadie
que le desate. Precisamente cuando se propone huir de nuevo
para evitarse el inminente matricidio que cada día se acerca
más, se encuentra irrevocablemente aferrado a la tierra, a
la sombra que va muy pegada al suelo.
... la cosa la fui aplazando, hasta que cuando me
lancé a viajar, con nadie, que no fuese con mis mis
mas carnes, o con mi mismo recuerdo, hubiera querido
poner la tierra por en medio. ... La tierra que no
fue bastante grande para huir de mi culpa. ... La
tierra que no tuvo largura ni anchura suficiente para
hacerse la muda ante el clamor de mi propia concien
cia. (p. 232)
6
José Ortega y Gasset, Obra completa, Vol. V
(Madrid: Revista de Occidente, 1961), p. 24.
43
Como ya lo ha expresado antes, es imposible querer
avanzar contra corriente; nada, ni todo el universo, si
quiera, con toda su ingeniosidad y sus fuerzas, puede
apartar a Pascual de lo determinado o sea del destino. Son
y serán siempre una misma entidad mal que le pese al hombre.
Su propia conciencia no es otra cosa que el advertimiento
de su intelecto y albedrío rodeado de las circunstancias
y condiciones. Querer deshacerse o dirimir la más mínima
parte de este ser es cambiarle de esencia y tener ya delante
no a Pascual, sino a otro individuo. Para mejor aclarar
este concepto, a renglón seguido de la cita anterior, nos
dice:
Quería poner tierra entre mi sombra y yo, entre mi
nombre y mi recuerdo y yo, entre mis mismos cueros y
mí mismo, este mí mismo del que, de quitarle la sombra
y el recuerdo, los nombres y los cueros, tan poco que
daría. (p. 232)
Las ideas hasta ahora expresadas ponen de relieve
el concepto filosófico de lo que es el hombre. No es la
explicación como la busca Pascual, ni tempoco completa,
pero sí es indiscutiblemente una de las observaciones que
hace Cela en la investigación de lo que es el individuo.
El yo y mis circunstancias es uno de los muchos elementos
que figuran en el concepto total de lo que es el hombre.
44
Su naturaleza no es tan sencilla como para poder estudiarse
aparte de su medio. El hombre desprovisto de ambiente,
sacado de las condiciones, es cosa poco menos que imposible
querer entender. Por este y no por otro motivo, afirma
Pascual que de quitarle la sombra y el recuerdo, los nom
bres y los cueros, tan poco quedaría. Es sólo al final
cuando relata su vida a don Joaquín Barrera López descar
gando su conciencia— como Santa Teresa a quien el inquisi
dor Soto aconsejara escribir de nuevo su vida también para
7
calmar muchas angustias de espíritu — que Pascual intenta
poner las cosas en su sitio y empieza a comprender al ente
total. Es entonces que su vida cobra nueva perspectiva al
empezar las piezas— como de una taracea— a colocarse en su
justo sitio.
Ahora empieza a tener semblanza de sentido el
problema ético que antes estuviera ofuscado en el embrollo
ontológico. Es en estos instantes, en el relato de su vida,
que puede apreciar todas las fuerzas que se entreveraron,
7
Obras Sta. Teresa, Vol. LII de Biblioteca Autores
Españoles (Madrid: M. Rivadeneyra, 1877), p. 3. "Dijóle,
como la vio tan fatigada que lo escribiese todo y toda su
vida, sin dejar nada al maestro Avila y que con lo que
escribiese se sosegase." Ella lo hizo así y escribió sus
pecados y vida.
45
se entrecruzaron, y a veces hasta se fundieron en una sola
entidad para hacerle lo que es. Aquí figuran sin contra
dicción alguna la inteligencia, el albedrío, la costumbre,
el ambiente y las condiciones, o mejor dicho, las cir
cunstancias y el destino.
De acuerdo con la cultura occidental de galardón o
castigo escatológico, Pascual se arrepiente, pide confe
sión, recibe absolución y finalmente encuentra sentido—
aunque no del todo claro pero suficiente para hacerle
escoger otra senda— al enigma del destino y la libertad en
el hombre. No pide el indulto ni lo quiere si se le ofrece
porque ahora sabe bien claro la parte que hace la costumbre
en el hombre ya formado: "es demasiado lo malo que la vida
g
me enseñó y mucha mi flaqueza para resistir al instinto."
Por estar ya formada y madura su manera de ser con los
hábitos o costumbres aventajando al albedrío, Pascual dema
siado bien sabe que por mucha voluntad que tenga para ven
cer el mal, los hábitos o manera de ser ya le llevan
ventaja. De manera que rechaza a exponerse de nuevo a
semejantes sendas, es decir, rechaza a la libertad y escoge
0
Cela, La familia de Pascual Duarte. p. 30. Carta
a don Joaquín Barrera López.
46
seguir encerrado. En esto vuelve a ejercer su libre albe
drío dando paso a la evolución del problema ético.
La religión
Analizamos ahora el concepto de la religión por lo
que toca a Pascual como miembro de un estrato social deter
minado. La religión institucional representada por la
iglesia y el clero en don Manuel, cura del pueblo de
Pascual, no parece ser más que otra institución social como
el ayuntamiento o el gobierno central. Tiene sus rúbricas,
sus leyes y ordenanzas que se deben cumplir en los bauti
zos, entierros, bodas y demás acontecimientos como se cum
plirían en cualquier otra institución social. Aparte de
estas funciones con sus debidos reglamentos, la religión
carece de la intención primordial llegando a ser sólo una
institución social de tantas, a la que se acude al nacer,
al casarse y al morir. La religión como institución de
significado intemporal, acaso, tenga sentido sólo para el
estrato social de un don Jesús, porque respecto a un Pascual
sólo se manifiesta como una mecánica subyugación a actos
externos desprovistos de todo sentido. Así aparece, in
cluso, en la actitud del cura en lo que concierne a Pascual:
47
"Siéntate allí. Cuando veas que don Jesús se arrodilla, te
arrodillas tú; cuando veas que don Jesús se levanta, te
levantas tú; cuando veas que don Jesús se sienta, te sien
tas tú también" (p. 108).
Los roces que Pascual había tenido con la institu
ción religiosa antes de ir a presidio se habían limitado al
entierro de su padre en que don Manuel le echó "un sermon-
cete," al entierro de su hermano, Mario, y ahora a su boda.
Estaba, sin embargo, consciente que don Manuel "decía misa
para don Jesús, para el ama y para dos o tres viejas más"
(p. 107). Lo que parece darnos a entender que don Manuel
dedicaba más tiempo a ciertos estratos sociales de los que
parece como excluido Pascual que, incluso, hasta para
asistir a misa debe depender en sus acciones de lo que
hiciere un don Jesús, el aristócrata del pueblo. También
podría indicarnos que el interés de don Manuel no excedía
de las personas que acudían a la iglesia. No obstante
Pascual, ya sea autodidacta en materia de religión, ya sea
que lo ha aprendido de don Manuel, hace resaltar un aspecto
intrínseco de su religión: la confesión. Sabía el signifi
cado de la misma en sentido trascendental y demuestra en
esto, tener un concepto más desarrollado de la religión
48
que el de una mera institución social. Concebía a la reli
gión no como ligada simplemente a una institución: "me
confesé, y me quedé suave y aplanado como si me hubieran
dado un baño de agua caliente" (p. 110).
La precedente expresión de Pascual indica un estado
de ánimo diferente al de antes de confesar. Se puede dedu
cir sin pena a caer en error que Pascual entendía por
confesión algo más trascendente que la mera confesión
física, es decir, el simple hecho de contar sus faltas a
don Manuel. La confesión física, por sí misma, carece de
la virtud— que Pascual parece atribuirle— para poder efec
tuar el estado de ánimo del que nos habla Pascual después
de la confesión. Esto supone que Pascual entendía por con
fesión un proceso metafísico que por el mérito de creer
Pascual en él, era capaz de transformarle el estado de
ánimo. El sentirse suave y aplanado lo ha ocasionado la
confesión que de entenderse como un simple relato de culpas
al cura no hubiera podido producirle semejante euforia.
A medida que Pasjual se ha ido formando en el plano
físico y moral, se han ido incrementando también sus cono
cimientos intelectuales. Es de esperar que cuando ha lle
gado al fin de su vida, el ente final se encuentre más
49
completo, más redondeado y que ahora la religión— que antes
estuviera en ciernes— haya cobrado mayor trascendencia. No
es extraño que en el penal se haya confesado y diga, "fui
yo quien di el aviso al sacerdote" (p. 165) como indicio de
haber libremente escogido la confesión estando bien ente
rado de lo que ello implicaba.
También hace aquí una curiosa alusión a la misa que
dice el capellán los domingos, diciendo, "esa misa que oyen
un centenar de asesinos, media docena de guardias y dos
pares de monjas" (p. 165). Anteriormente nos había des
crito la congregación de don Manuel diciendo, "esa misa que
decía para don Jesús, para el ama y para dos o tres viejas
más" (p. 107). El contraste de ambas congregaciones es
aparente. Luego se ve que don Manuel decía misa mientras
que la misa de don Santiago la oía la congregación. Quizá
esto indique un estado de desarrollo o conciencia reli
giosa. O quizá ni siquiera lo pensara Cela al emplear las
voces "decir" y "oir" ya que en la cultura hispánica
corrientemente se emplean ambas con referencia a la misa.
El cura dice misa; el feligrés la oye.
Si Pascual ha sido quien decidió llamar a don San
tiago para disponer los negocios de su alma, es evidente
que no sólo ejercitaba el libre albedrío sino que también
50
llameaban en su intelecto chispeantes conocimientos infra-
naturales que sobrepasaban lo sencillamente racional. En
pocas palabras, Pascual estaba convencido de la prolonga
ción del hombre después de la muerte y al reflexionar sobre
el poco tiempo que le restaba se apresuraba a hacer peni
tencia de ayunos— como asegura don Cesáreo Martín, cabo de
la Guardia Civil— porque tenía presente la filosofía esca-
tológica occidental de remuneración en la muerte. Claro
que no intenta saldar deudas con ayunos pero son la lógica
consecuencia de su arrepentimiento. Arrepentimiento tal
que pudo asegurar Pascual "que ejemplo de familias sería mi
vivir si hubiera discurrido todo él por las serenas sendas
de hoy" (p. 171).
También testifica don Santiago, su confesor, que
aunque a primera vista pareciera una hiena, no pasara de
ser un manso cordero acorralado y asustado por la vida.
Dicho juicio enfoca en auténtica perspectiva todos los
factores que contribuyeron para redondear la persona que
verdaderamente fuera Pascual y no la que apareciera al ser
arbitrariamente juzgado por elementos aislados o ajenos a
su naturaleza y ambiente. Finalmente podemos deducir que
Pascual tiene religión, que su religión es la occidental,
generalmente denominada cristiana y específicamente,
51
Católica Romana.
La justicia
Quizá un aspecto en La familia de Pascual Duarte
que más que nada haya dividido a la crítica en dos formi
dables frentes opuestos sea la justicia. Gregorio Marañón
vio en los actos criminosos de Pascual "una suerte de
9
abstracta y bárbara pero innegable justicia," aunque Cela,
el autor, a renglón seguido le contestara lo contrario:
No, no, eso no se puede admitir: La justicia humana
es necesariamente imperfecta y, a las veces, absurda.
El día que pueda contemplarse desde la Eternidad la
vida de los hombres como un paisaje completo y lejano,
lo probable es que nada sorprenda tanto a los bienaven
turados, si en ellos existe la capacidad de sorpren
derse por alguna cosa, como la insólita rareza con que
la justicia humana debe haber coincidió, a lo largo de
las generaciones, con la justicia estricta de Dios.
Y debe ser así: porque nada caracteriza la irreme
diable imperfección del hombre como su imposibilidad
para ser justo, aun cuando quiera serlo con todas las
veras de su corazón. (p. 6)
Al negar que el individuo como Pascual pueda ejercer jus
ticia, tampoco podrán los hombres en conjunto ya que sólo
se multiplicaría el error del individuo. Entonces, ¿cuál
es el pensamiento de Cela respecto a la justicia ejercitada
g
Cela, La familia de Pascual Duarte, p. 6. Prólogo
de Gregorio Marañón.
52
por el estado? Dice Cela:
La Justicia en consecuencia no es una realidad entre
los hombres, ni podrá serlo nunca; sino una ficción
cuya eficacia residirá precisamente en el hecho de
que cada hombre no pueda administrarla por sí mismo.
Puesto que es fundamentalmente expuesta al error,
tiene que estar vinculada y monopolizada por un arti
ficio social— las leyes, los tribunales, los magis
trados— que, aunque manejados y servidos por seres
humanos, asume las imperfecciones de su actuación con
la irresponsabilidad de los entes de creación. (p. 7)
En vista de lo antedicho, viene a ser la justicia
lo que realmente representara en la ejecución de Pascual y
demás condenados a pena de muerte: un hecho innegable de
parcialidad por el estado contra unas y otras inescapables
víctimas de las circunstancias y, despreciables minorías,
pero un hecho dotado de la suficiente semblanza de impar
cialidad para poder escurrirse por el portillo de la apro
bación social;^0 un hecho de la ineludible imperfección
humana que viste aparatosamente de supuesta justicia
envolviéndose íntimamente en zarandajas y colando desaper
cibidas verdaderas injusticias. Dice Cela tocante a este
aspecto de la justicia administrada por el estado:
El mito, sin carne ni hueso, de la Justicia absorbe y
neutraliza las imperfecciones en la administración
^José M. Ferrer III, "Death Penalty: Cruel and
Unusual Punishment," Time, enero 24, 1972, pp. 54-55.
53
de la justicia, que al individuo no se le podrían
perdonar. De igual modo, la Medicina, como entidad
científica, sirve de antídoto a los tropezones de
los médicos. Ahora bien, Pascual Duarte olvidaba
esto y se tomaba la justicia por su mano. Si cada
hombre quisiera hacer lo propio, aun suponiendo que
acertara, la Justicia desaparecería en unas horas.
A lo que se refiere Cela aquí es que si por ejemplo se unie
sen todos los individuos en un mismo fin contra el estado,
dicho estado perdería su autonomía. Cela ha expresado un
concepto universal aplicable no ya a las desavenencias de
los individuos dentro del estado sino a los conflictos de
las naciones en nuestro planeta. La verdad es que por esto
el mundo actualmente, con plena aprensión de guerra nuclear,
anda extremadamente turbado y con razón. Nos dice Cela:
En el fondo, esto es lo que ocurre en las guerras y
sobre todo en las revoluciones. Lo más grave de ellas,
no son las desolaciones materiales, sino el que sus
protagonistas decreten la sustitución de la Justicia
establecida, por una justicia personal, de individuo a
individuo, sin otro código que la llamada Razón de
Estado, Acción Directa u otro artificio similar. No
es raro que en estas circunstancias, el hombre armado
y anárquico haga justicia estricta; pero, a la larga
y a la corta, la Justicia sale perdiendo y hay que
volver a empezar a armar el tinglado y a enseñar a res
petarle, que no es tarea floja. Este tejer y destejer
del respecto a la ley, es lo que más ha retrasado la
marcha del mundo. Así pues, la justicia cumple con su
deber enviando a la horca a los que, como Duarte, hacen
la justicia por su propia mano, y acierta, al dar sólo
una categoría secundaria, de atenuante, a la considera
ción de que tal vez pudiera el brazo armado de violen
cia, estar movido por la razón. (p. 8)
54
La opinión de Eugenio de Nora sobre los actos de
Pascual coincide con la de Marañón. Hablando Nora de la
crítica que trató de relacionar a Pascual con L1étranger
de Camus en un impreciso frente común existencialista, nos
dice:
Sin embargo, los crímenes del campesino español no
tienen nada de "gratuitos"; son siempre respuestas
provocadas— y en cierto modo castigos merecidos—
por seres más repulsivos que el matador ... en una
palabra, la presencia del mal es mucho más evidente
en los demás que en Pascual Duarte, de modo que el
asesino es también, y antes que nada, víctima: víctima
de las gentes con quienes choca, y, sobre todo, de
las terribles circunstancias en que "la vida" los va
situando a él y a otros. En último análisis, por con
siguiente, la responsabilidad de ese mal que envenena
a nuestro personaje no puede imputarse a persona alguna
concreta; debe referirse a una estructuración colectiva
defectuosa, a una injusticia genérica de la que la
miseria, la ignorancia, la brutalidad (y en último
extremo, el crimen) se derivan.^
Gonzalo Sobejano no sólo concuerda con Nora sino
que va un poco más allá y nombra la "estructuración colec
tiva" que hace víctima al "cordero pascual."
La familia de Pascual Duarte no es sólo la familia
carnal, sino la familia social, la sociedad española
en cuyo seno— bien poco materno— se formó, se deformó,
aquella oveja sacrificial, aquel cordero pascual.
Porque Pascual Duarte, que tantas víctimas hace, re
sulta ser, no ya una víctima más de la ley, sino la
^Eugenio de Nora, La novela española contemporánea,
Vol. II (Madrid: Editorial Gredos, 1962), pp. 115-116.
55
víctima de su familia carnal y de su familia social.
Y confirma esto el hecho en que la crítica menos ha
insistido: el hecho de que la confesión del condenado
a muerte sea una confesión pública dirigida al repre
sentante de la clase social agredida en la persona del
Conde de Tórremejía.^
José María Castellet comparando a Pascual con
Mersault de L'étranger de Camus considera a Pascual también
víctima:
... le avasalla la vida, esa vida externa, esa sociedad
que les rodea de un tejido de absurdos ante los cuales
ellos no tienen otra defensa que la más elemental de
todas: el asesinato en defensa propia. ... Ese hombre
acosado que es Pascual Duarte, ese solitario, ese hom
bre al que la sociedad ha obligado a ser antisocial,
es— como dice Marañón, prologuista del libro— uno de
"estos ejemplos de "hombre-juez," que es lo más bárbaro
que produce la especie, pero al mismo tiempo lo que
requiere más tradición. ^
Domingo Pérez Minik opina que "Pascual Duarte es la
resultante de un clima y de una estructura social irregu-
14
lar," y luego comparando el clima moral de L 'étranger
12
Gonzalo Sobejano, "Reflexiones sobre La familia
de Pascual Duarte," Papeles de Son Armadans, XLVIII (enero,
1968), 31.
^3José María Castellet, "La obra narrativa de
Camilo José Cela," Revista Hispánica Moderna, XXVIII
(abril-octubre, 1962), 128-129.
14
Domingo Pérez Minik, Novelistas españoles de los
siglos XIX y XX (Madrid: Ediciones Guadarrama, 1957),
p. 264.
56
con el de Pascual nos dice de éste:
Por encima y por debajo de esa naturaleza humana ...
aparece como un [sicj conciencia volitiva autónoma,
muy personalizada, que se cubre de un dispositivo
moral singular ... española hasta su última savia, y
que pudiéramos llamar, la llaman todos: tomarse la
justicia por la mano ... sobre esta forma de ser, más
que de existir, puede levantarse un universo ético de
la mayor trascendencia.
Frente a tal actitud sería curioso traer a la me
moria la opinión de Paul Ilie, "La novela es un tratamiento
ontológico, y no ético de la vida. Juan Luis Alborg no
considera la obra otra cosa que un relato de los crímenes
17
de un bárbaro vulgar." Joaquín de Entrambasaguas asiente
en dicho juicio, diciendo que Pascual mata por incultura
y brutalidad mientras Mersault mata por razonamiento ateo.^*
Jerónimo Mallo, en cambio, dice de Pascual, "Las
atrocidades que comete tienen ... si no una justificación
15
Minik, Novelistas españoles, pp. 264-265.
^Paul Ilie, La novelística de Camilo José Cela
(Madrid: Editorial Gredos, 1963), p. 76.
17
Juan Luis Alborg, Hora actual de la novela espa
ñola (Madrid: Ediciones Taurus, 1958), p. 83.
18
Joaquín de Entrambasaguas, Las mejores novelas
contemporáneas, Vol. X (Barcelona: Editorial Planeta,
1966), p. 587.
57
19
sí una explicación humana." Mary Julia Dyer diferencia
el conflicto de Mersault y de Pascual declarando que,
... uno contrapone un mundo y otro, con el resultado
de que el protagonista es condenado por pertenecer al
mundo opuesto, es decir por lo que es; el otro señala
la lucha entre un individuo y el destino que le oprime
por todos lados hasta que se condene por lo que ha
hecho, empujado por este destino.^0
David Feldman, por su parte, ha visto en la novela
un sentido sutil de mayor penetración en el mundo de las
ideas. Nos dice, "Pascual Duarte, Cela's first novel,
serves as an effective vehicle for the expression of his
central philosophy; a firm faith in man1s ability to sur-
„21
vive.
A los antedichos juicios seria propio incorporar
los motivos que ve Sobejano en la obra, respecto a los
crímenes y confesión de Pascual:
Los crímenes de Pascual Duarte, y sus desgracias, no
sólo han de verse como acumulación truculenta de
19
Jerónimo Mallo, "Caracterización y valor del
'Tremendismo' en la novela española contemporánea,"
Hispania, XXXIX (marzo, 1956), 49.
20
Mary Julia Dyer, "L 'étranger y La familia de
Pascual Duarte: un contraste de conceptos," Papeles de Son
Armadans, XLIV (1967), 292.
21
David Feldman, "Camilo José Cela and La familia
de Pascual Duarte," Hispania, XLIV (diciembre, 1961), 658.
58
violencias, ni como abundante ejemplario de la condi
ción trágica de toda existencia, ni en fin como serie
de pruebas de un temperamento patológico: deben ser
examinadas a la luz que sobre ellas arroja la índole
de la persona a quien van confesados. Y esa persona
no es sino un "alter ego" del insigne patricio local.
Es como si en la persona del Sr. Barrera resucitase
Pascual Duarte al Conde de Tórremejía para explicarle,
y explicarse a sí mismo, por qué todas sus violencias
remataron en rematarle. En rigor el crimen culminante
de Pascual no es el que tiene por víctima a su madre,
aunque así lo parezca, sino el que tiene por víctima
al conde, crimen solamente aludido en la obra pero que
es el que lleva al protagonista, sin remisión, al
patíbulo.
Pecarán de ligeros quienes no vean en Pascual una
trascendencia mayor que de un pasmante relato de actos
tremendos. Además ésta es una novela de rezumante reali
dad. La verosimilitud y realidad de la novela son enorme
y paradójicamente imponderables. Incluso, algunos críticos
han visto en Pascual la verdadera historia de un ente real:
Creo que encaja muy bien Pascual Duarte con otros
tipos, históricos por desgracia, de su calaña y que
pudo ser muy bien la novela de Cela la biografía
puntual de muchos de aquellos monstruos auténticos
que andan ahora por ahí, aunque la justicia legal
mente les condenara a garrote, como a Duarte, pero
les cayó un indulto.2^
22
Sobejano, "Reflexiones sobre La familia de
Pascual Duarte," pp. 23-24.
23
Entrambasaguas, Las mejores novelas contempo
ráneas, pp. 585-586.
59
En Pascual, Cela nos da un personaje universal
demostrando que el patente analfabetismo de Pascual no im
pide que medite filosofías ya que por figurar dentro del
género humano queda, ipso facto, y a pesar de su ambiente,
dotado de entendimiento y provisto de albedrío sin precisar
estudios para meditar o filosofar sobre su vida. Citamos
entre otros a Paul Ilie, "It is difficult for us to believe
that a man who has not gone to school beyond the age of
twelve can reflect with the philosophical irony that Pascual
.,24
manages.
Pascual es un personaje universal en el sentido en
que este tipo se aplica a toda la humanidad ya que la razón
de ser del hombre es inteligencia y albedrío. Pero más
específicamente es universal en el sentido en que Pascual
encaja con todo criminal injustamente condenado a muerte
por la sociedad y que se encuentra a la fuerza meditando
filosofías para explicarse lo absurdo de la vida.
Con más razón que ninguno, este tipo de persona
tiene la proclividad para meditar a diario filosofías con
la ironía del español ya que por motivo de su necesidad
24Paul Ilie, "The Novéis of Camilo José Cela"
(disertación no publicada, Brown University, 1959), p. 9.
r
60
continua, no se explica lo absurdo de sus aprietos mientras
otros naden en el aroma de las flores. Es un hecho cono
cido que no nacemos los mortales en los mismos medios ni
condiciones aunque sí en los mismos cueros, ni heredamos
los mismos genes aunque en resumidas cuentas todos somos
humanos. Tanta es la diferencia de condición que al de
parar la Justicia la misma balanza indiscriminadamente para
todos: ricos, pobres, eruditos, analfabetos, patricios,
plebeyos, cultos e incultos, resulta una suma indefectible
mente absurda e incomprensiblemente injusta. Un buen
ejemplo que ilustra esta verdad es la aplicación de la pena
capital en los EE. UU. Invariablemente los condenados a
muerte, según las estadísticas, provienen de los niveles
económicamente más bajos de la sociedad. Total que la
justicia en estos casos termina por aplicarse a unos cuan
tos desgraciados. Este aspecto de la Justicia, inaplicable
universalmente, resulta irónico como la caricatura que
parodia los móviles de las leyes que pasan finalmente, por
desgracia, a ser las que rigen en nuestra sociedad. Bajo
la majestuosa igualdad de la ley, queda terminantemente
prohibido a arribos ricos y pobres mendigar pan, dormir bajo
puentes y pedir limosna. La ley no está hecha por los
necesitados.
61
Con destacar la justicia hacemos resaltar más la
libertad o libre albedrío, puesto que sin él la justicia
o la injusticia dejan de existir. Aunque reconocemos el
poder del destino y de las circunstancias no negamos el
albedrío como, en verdad, lo hacen algunos críticos, quizá
sin intento, cuando llaman los crímenes de Pascual instin
tivos, de motivos ajenos a la razón, y procedentes de una
rusticidad animal, brutal y cruel. Tal explicación priva
la novela de todo mérito sin dejarle ni una miaja siquiera
de razón por su existencia. Negación no menos inusitada
que sorprendente tratándose como en verdad se trata de un
condenado a garrote que a falta de albedrío sería absurdo
que respondiese por sus actos pagando por sus crímenes con
su propia vida. Lo que proviene del instinto es inmerece-
dor de pena o gloria. Y si Pascual es loco irremisible, la
novela ya no tiene sentido y carece del mensaje que de otra
forma nos ofreciera.
En vista de todos estos juicios de la muy variada
crítica y de los divididos campos de opinión sobre esta
novela, lo más certero para captar el mensaje de Cela es
atenerse a lo que dice el mismo autor quien insinuadamente
implica que el problema es más profundo de lo que aparenta.
62
Y así debe ser, sino ¿cómo explicar la abundante crítica?
Esto quizá sea para escarmiento de los precipitados o de
los que no hicieran sino un somero análisis del tema, ya
que en ello se ve un latente mensaje sobre la justicia de
un casi imperceptible escarceo removido más aún acaso
inadvertidamente por la crítica. Pero el mensaje, en todo
caso, no está claro a los ojos del lector aunque se encuen
tre por cierto, indignado al enterarse de que aparentemente
hay un algo impreciso de injusticia en la muerte de Pascual.
Verdaderamente, esta vaguedad es un aguijonazo para inci
tarnos a pensar en serio.
El mismo Cela nos dice que Pascual Duarte murió
ignorando por qué lo prendió la justicia, y en el veinti
cinco aniversario de Pascual nos dice Cela:
De todo nos llamaron a Pascual Duarte y a mí, a lo
largo de estos trescientos meses. ... Pero las circun
stancias que motivaron la malaventura de mi pobre
títere, no se enmendaron: para desgracia de todos y
dolor de quienes lo sepan ver.2^
Queda bien elucidado en esta cita el pensamiento de Cela
sobre el papel de las circunstancias respecto al ente final
25
Camilo José Cela, "Inevitable, rigurosamente
inevitable," Papeles de Son Armadans, XLVIII (enero, 1968),
7.
63
o producto acabado que es Pascual al remate de su vida.
Atribuir la total responsabilidad a Pascual, por lo que es.
no exigiría la enmienda de las circunstancias, enmienda
inasequible a Pascual y a todos los que figuren en ese
mismo nivel social.
Cela procuró con entusiasmo aplicar el existen-
cialismo de Ortega en la vida de Pascual Duarte para darnos
una exposición de la filosofía del yo y mis circunstancias.
Por esto es que no atribuye toda la responsabilidad por su
muerte a Pascual sino que también culpa las circunstancias.
Por esto también el destino y la libertad forman parte
íntegra de la vida de Pascual.
Según Ortega, eso que llamamos una época histórica
no es sino un clima moral, donde predominan ciertas valora
ciones, ciertas preferencias, ciertos entusiasmos. Si
coinciden las preferencias ambientes de nuestra época con
el proyecto de vida que cada uno de nosotros es, entonces
nuestra vida se logra fácilmente. Pero si las estimaciones
de la época en que vivimos pugnan con el tipo de hombre que
hemos de ser, nuestra existencia se malogra. Esta ecuación
de coincidencia o repugnancia entre nuestro programa vital
y nuestra época es uno de los factores primarios de lo que
64
llamamos destino. No escapamos a la circunstancia; ella
forma parte de nuestro ser, favorece o dificulta el
26
proyecto que somos.
En Pascual hemos visto un ambiente moral que pugna
contra el tipo de hombre que ha de ser Pascual y por consi
guiente su vida termina en el garrote. Cela quisiera que
las circunstancias se enmendaran para que un tipo como
Pascual que representa valoraciones de fidelidad y justicia
no se malogre sino que sirva para mejorar el clima moral.
Pascual, el yo, se encuentra en el clima nacional
inmediato a la guerra civil. Es un clima de desesperación
e injusticia que no puede favorecer al yo. Cela trata de
destacar estas dos dimensiones, haciendo al pueblo español
el reo del malogro de Pascual. Su novela representa la
pugna del ente humano contra el ente social en la persona
de Pascual habiéndoselas con su familia nacional que le
decreta la muerte como a vil criminal sin valor humano
alguno.
P a s c u a l e n su m e d io s a l e a r q u i t e c t o d e s u p r o p i o
d e s t i n o p o r q u e no s e d e j a l l e v a r de l a s e x i g e n c i a s d e l a
26
Ortega y Gasset, Obra completa. V, 467.
65
sociedad. No le importa el qué dirán sino que fiel a su
conciencia hasta el final sale un hombre completo e íntegro.
Por fidelidad a sí mismo, su familia social le hace crimi
nal. Pero Cela vindica a este criminal, entregándole la
dignidad que le corresponde después de haber puesto la
culpabilidad donde pertenece. Vindica a Pascual como
hombre de libertad que por ella ha sabido llegar a ser una
persona digna del vocablo hombre íntegro.
Que Cela ha logrado su propósito en representar
esta filosofía se ve al final en Pascual que fiel a su
conciencia sale vencedor de las circunstancias. Estas por
sus valoraciones podían haberlo desviado de ser lo que fue.
Fue al final un hombre íntegro que no se dejó llevar del
ambiente. "Qué significa lo que llamamos hombre íntegro
sino un hombre que es enteramente él y no un zurcido de
compromisos, de concesiones a los demás, a la tradición,
27
al prejuicio?"
27
José Ortega y Gasset, Obra completa, Vol. II
(Madrid: Revista de Occidente, 1946), p. 149.
CAPITULO II
PABELLON DE REPOSO
La compasión
En el capítulo anterior hemos visto la filosofía
del ente humano compuesto del yo y las circunstancias según
el sistema procedente de Ortega y Gasset. En la novela del
segundo capítulo, el mismo pensamiento filosófico se desen
vuelve con mayor vigor pero no ya en la acción externa,
sino en la interna del espíritu que más aptamente caracte
riza al yo como ser humano. Aquí la dinámica acción sico
lógica contrasta con la violenta acción física de la primera
novela. El yo se encuentra en circunstancias desesperadas
que provocan acción interna muy animada y mucho más peculiar
al espíritu humano que la acción externa de agresinidad.
Esta ejemplifica en el hombre lo que tiene de animal,
aquélla lo que tiene de humano.
Después de la turbulenta vida de Pascual Duarte
su autor nos asegura que, en su segunda novela, Pabellón
66
67
de reposo, no pasa nada. Con esto Cela quiere dar a enten
der que aquí no hay muertes violentas ni acción física
brutal. La verdad es que aquí pasa mucho más que en cual
quier otro libro de Cela si advertimos que se trata de los
sentimientos humanos y de la inacotable acción del espíritu.
Para dicha acción que es de mayor aptitud que la acción
física se precisa mucha quietud. La tranquilidad y el
sosiego, esas dones que suelen venir después de la revol
tosa acción, según Cela, son la materia prima de los héroes
y de los grandes hombres que el mundo ha conocido.^"
En Pabellón de reposo Cela ha intentado tomarle el
pulso a las insondables regiones del corazón humano y en
gran parte ha acertado. Que su libro sea novela o deje de
serlo ya es otra cosa. En él ha demostrado la penetrante
observación de la vida de que él es capaz. La obra ejem
plifica la compasión que el autor exhibe hacia el hombre a
través de sus personajes. Está saturada de un claro huma
nismo pese al hecho que algunos críticos la consideren "una
2
sucesión de ... manifestaciones plenamente morbosas."
^Camilo José Cela, "Elogio del sosiego," Papeles de
Son Armadans, XVI (febrero, 1960), 99.
2
Federico C. Sainz de Robles, La novela española en
el siglo XX (Madrid: Ediciones Pegaso, 1957), pp. 240-241.
68
Y no porque el mismo Cela esta vez, no se precaviera en
atenuar la hiriente realidad, de no haberse percatado, el
choque para el lector hubiera sido incalculable.
Los tipos están literaturizados— esto es: aguados—
porque me pareció excesivo llevar a la página escrita
la ruindad, la vileza y la violencia de las que mis
atónitos ojos de entonces fueron testigo. No me arre
piento de haber sido clemente porque pienso que la
vida, al lado de la abyección, siempre sabe dar cabida
a la misericordia.
Asimismo el más acusado delator de Cela, ha visto en la
obra un relato que "no se desarrolla ... dentro de un clima
de dramatismo o desesperación, sino en un remanso de suavi
dad y de lirismo que dan a la novela el tono de un libro
4
poético." En esto, la mayor parte de la critica coincide.
La novela, es cierto, no deja de ser una muestra de acen
drado lirismo poético en prosa que mejor sería considerada
por su estética. No obstante, la consideramos por las
valiosas revelaciones sicológicas que ofrece de la vida de
un sector de la humanidad.
La novela va dividida en dos partes técnicamente
equivalentes. La segunda es una prolongación de los mismos
3
Camilo José Cela, "La experiencia personal en
Pabellón de reposo," Papeles de Son Armadans, XXIV (febrero,
1962), 134.
4
Alborg, Hora actual de la novela española, p. 88.
69
protagonistas de la primera. El relato de los siete perso
najes, es iniciado en el primer capítulo por un universi
tario y terminado en ,gl séptimo por un negociante. Al
principio alienta una evidente y comprensible esperanza de
curación a pesar del avanzado término de la enfermedad.
Al desarrollarse la novela pasando a la segunda parte,
viene ya el desengaño y finalmente la inevitable muerte.
La esperanza de la primera parte desvanece lentamente es
fumándose en un vaporoso y vago sentir nostálgico. Se
convierte luego en un angustioso y trágico desengaño que
remata con la muerte.
Los protagonistas resaltan en una vibrante y honda
humanidad vital pese a que van innombrados sin otra identi
ficación que el número de la habitación. Este aparece en
toda la ropa, incluso, hasta en la de la cama. Los números
llegan a poner histérica a una señorita interna. No sin
razón se ahorró los nombres, Cela, ya que en ello recalca
la indiferencia y olvido de los que tienen salud, y que
despiadados, por lo tanto, cruelmente deshumanizan a los
que sufren. No les importa su ansiedad ni su doloroso
existir. Pudiéramos aplicar a la omisión de los nombres,
las palabras del autor en la nota a la segunda edición de
70
esta novela: "Pido perdón por disfrazar la ternura de
crueldad y advierto paladinamente que sé bien que, a veces,
las excepciones no son lo extraordinario sino lo habitual y
torpemente y aburridamente cotidiano.No es de extrañar,
sin embargo, que algunos críticos tomando la obra de Cela
al pie de la letra, a ras del truculento vocablo o escueto
estilo, sin más ni más, no hayan sacado ternura sino cruel
dad. Estos no han advertido, empero, a la técnica y al
puro truco artístico que desempeña el acrisolado escritor
para primero atraernos y luego inducirnos a una salubérrima
y provechosa reacción humanitaria. Citamos entre otros al
norteamericano, R. L. Predmore, "Si es verdad que el hombre
no importa al mundo, también es verdad que el hombre no
merece importancia. Por lo menos, ésta parece ser la
opinión de Cela, que tanto empeño pone en destruirle o
deshumanizarle.
Nada más retirado de la intención o mensaje de Cela
humanista puede aducirse que dicha opinión. Por cierto,
5
Camilo José Cela, Pabellón de reposo (2da ed.;
Barcelona: Ediciones Destino, 1952), p. vi.
^R. L. Predmore, "La imagen del hombre en las obras
de Camilo José Cela," La Torre, XXXIII (enero-marzo, 1961),
89.
71
nada barrunta más lejos de la realidad y de una justa valo
ración del autor que dar palos de ciego. No cabe duda que
lo esencial de Cela, es decir, la sensibilidad y el huma
nismo que da cabida a toda variedad humana, física y moral:
al tonto, al ciego, a la prostituta, al preso etc., se les
ha escapado inadvertidamente. Si aparenta deshumanizarle
es porque de hecho es un fait accompli por el hombre actual
que encima taimadamente se las ingenia en disimularlo.
Hacernos consciente de la situación desenmascarando
la hipocresía y minándole su resistencia con sus propias
mañas es el humanismo de Cela. La verdad es que para Cela
el hombre en sí vale mucho, como veremos más adelante y
también vale más que el autor mismo en la literatura:
La vida de los personajes es más importante— y también
más lógica— que la del escritor. La vida de los per
sonajes es más real— y también más duradera— que la
del escritor. La vida de los personajes es más lo
zana— y también ¿por qué no?— más gallarda— que la del
escritor.7
La compasión o sea el sentir con el hombre que
padece es uno de los móviles que le indujeron a aguar una
realidad vital que él mismo había vivido habiéndose inter
nado dos veces en un sanatorio antituberculoso, una a
7
Camilo José Cela, "La galera de la literatura,"
Insula, VI, No. 63 (marzo, 1951), 8.
72
los quince años en 1931, y la otra a los veintiséis en
1942. De la experiencia personal de ambos sanatorios tiene
no poco la novela según él mismo nos asegura, pero Pabellón
de reposo no se centra allí, ni es ninguno de los dos.
A veces cabe preguntarse si será inocente e ingenua
o mal intencionada la crítica. Para el hombre nada es im
posible, ni siquiera la doble intención. En suma veamos lo
que dice Valbuena Prat sobre las dos primeras novelas
celianas:
Ya hemos señalado el éxito de reediciones de esta
novela de Cela, La familia de Pascual Duarte, bronca,
impresionante, angustiosa. Y al lado de ella colo
camos a la meditativa agonía de la espera en su
Pabellón de reposo.®
El clima de la meditativa agonía que Cela se ha
buscado para exhibir la compasión es un clima propicio al
refinamiento del espíritu— lo más sublime de lo humano.
E l y o e x i s t e en un a m b ie n te a t e n a z a d o r d o nde e l s e n t i m i e n t o
humano no p u e d e m enos q u e c r e c e r m e d ia n te l a c a v i l a c i ó n .
En estas meditaciones, el humanismo y la compasión se ex
tienden al hombre deshumanizado por el mismo hombre, es
0
Angel Valbuena Prat, Historia de la literatura
española, Vol. III (Barcelona: Editorial Gustavo Gili,
1960), p. 804.
73
decir por el que tiene salud— otro yo en otras circunstan
cias. El lector que no capte este doble plano de Cela,
corre el riesgo de interpretar esta compasión como crueldad
ya que la novela exhibe, a propósito, la escueta y cruel
existencia de un yo y de un ambiente determinados.
La saludable y aleccionadora conclusión a que se
debe llegar es el desengaño humano de igualdad universal en
la muerte. Ningún yo, cualquiera que sea, escapa esto.
Pero el mayor provecho aún que se debe sacar es la estoica
acepción con aplomo de lo inaceptable.
Es importante tener presente esta técnica de Cela,
este puro truco que emplea simplemente para lograr su fin—
la compasión del hombre.
La esperanza y la sensibilidad
Hemos emprendido el análisis de esta obra precisa
mente para demostrar con citas sacadas de ella misma que lo
que se ha dicho de la crueldad de Cela no es sino un malen
tendido. La novela está repleta de una honda y delicada
sensibilidad conmovedora que indica una profunda y sutil
comunión del autor con el hombre y la naturaleza. Las
citas son los pensamientos tomados de los monólogos, con
versaciones, cartas y diarios de los siete internos del
74
sanatorio. Por medio de estas citas expondremos la compa
sión y la sensibilidad de Cela. Esta compasión y esta
sensibilidad están inseparablemente ligadas a la esperanza
que nutre la vida de estos enfermos. La esperanza es el
aliciente que les mantiene en lucha continua para seguir
viviendo. Cela retrata esta lid y compadece a los lidia
dores.
Cuando la señorita del 37 se pregunta qué clase de
pájaro será el del tejado creyendo ella que quizá sea un
mirlo, el universitario del 52 le contesta:
— Estoy seguro que no es un mirlo, jovencita.
Los mirlos son agradables y meditativos.
— Sí, agradables y meditativos, como los mendigos
que tocan el violín. ¿No es cierto?
La muchacha se quedó pensativa. En sus ojos . ..
había una tristeza inaudita.
— Oiga— me preguntó— , ¿y los violinistas pobres?
No acabó su pregunta. ¿Qué querría haberme
dicho?^
Es el primer indicio de la disposición de bastante delica
deza para captar las emociones y sentimientos de los demás,
y de exquisita sensibilidad. La señorita, humilde sin
duda, pensaba en alguna estimable o cunada persona que se le
9
Cela, Pabellón de reposo, en Obra completa, Vol. I
(Barcelona: Ediciones Destino, 1962), p. 212. A partir de
aquí, todos los números que aparecen después de las citas
se refieren a esta edición.
75
quedaba atrás al meterse en el sanatorio.
C o n tin ú a lu e g o h a b l a n d o de l a mism a s e ñ o r i t a
d i c i e n d o :
La señorita del 37 sigue teniendo sus pequeños tro
piezos. Pobre 37, con lo mona que es! Llora por las
noches cuando divisa a lo lejos las luces de la capi
tal. ... Lo que más teme es la soledad. Quedarse a
solas la desazona, porque le saltan a la memoria, una
a una, todas las muchachas que ya murieron, solteras
como ella, en el pabellón. La vida es triste, pro
fundamente triste, y la humanidad, cruel. (p. 221)
A l c h i c o u n i v e r s i t a r i o l e p a s a un i n s t a n t e p o r l a
c a b e z a e l c a m b ia r s e p o r e l c o c i n e r o q u e a u n q u e s u f r e d e
reum a n o t i e n e l a t u b e r c u l o s i s , p e r o lu e g o c a e e n l a s e n s a
t e z y en l a e s p e r a n z a d e p o n e r s e b i e n :
Pero no pensemos en vanos proyectos irrealizables.
Pensemos en estos cortos dos meses que nos esperan
y seamos sensatos. Pronto volveremos otra vez a
la vida activa, al bufete, a la redacción, a la ter
tulia con los amigos, y olvidaremos en seguida todo
lo pasado. Sí; dos meses se van rápidamente, día
tras día, y aunque a veces parezca como que tardan,
no hay que desesperar. (p. 218)
Se consuela y se da ánimo a sí mismo diciendo que
al pabellón sólo vienen los que en realidad no tienen nada
que lo único que necesitan es reponerse un poco. Asimismo
la señorita del 37 trata de animarse y de hacerse creer con
vaga esperanza que las hemóptisis que ha tenido son insig
nificantes. Y se obstina en no creer que tal vez vengan
del pulmón.
76
— Ayer, ¿no sabe usted?, tuve tres esputos rojos
grandes y cinco pequeños. ¿No cree usted que, segura
mente, serán de la garganta?
Y se queda pensativa, haciendo inauditos equili
brios para creerse, ella también, que aquella sangre
salió, efectivamente, de la garganta. (p. 221)
Vuelve a escribir la señorita del 37 el lunes 14
evidenciando la misma esperanza.
Hoy tuve dos veces algo de sangre; quizá sea de
la garganta, quizá de la nariz. Con esto del calor,
se congestiona una de tal manera.
Cuando tengo algún esputo rojo, ya es sabido:
suben las décimas, suben las pulsaciones, suben las
respiraciones. ... Lo único que baja y baja sin parar
es el peso, que no hay quien lo detenga. Estoy
preocupada, profundamente preocupada. Quizá sea lo
mejor seguir el consejo del médico: una monaldi.
(p. 224)
Después de la pequeña ráfaga de esperanza le invade
la duda y una desolación agustiosa. Se queja hasta llegar
su lamentación a convertirse en oración a Dios.
Es horrible, horrible no tener a nadie a quien decir:
¿qué hago?, ¿me opero?, ¿no me opero?; no tener a nadie
a quien pedir un poco de cariño, un poco del mucho
cariño que necesito.' Ay, Dios mío.' Soy la mujer mal
dita, la señalada; soy la mujer a quien nadie puede
besar en la boca, porque un mal terrible y pegadizo le
come las entrañas. (p. 224)
En medio de esta soledad y de las desazones en la
enfermedad le llega una gotita más de esperanza pensando de
nuevo en Dios y en la oración. "Voy a rezar; voy a pedir
a Dios que me dé unas gotas de alegría, que ahuyente mis
negros pensamientos" (p. 225). Efectivamente así sucede
77
porque al día siguiente jueves 17 olvida su mal y comienza
a pensar y a compadecer a los demás. Escribe: "Ayer tra
jeron una nueva compañera al pabellón. La metieron en el
40; ya será el 40 para siempre. Es joven aún, pero tiene
la cara como cansada. Es guapa, se pinta y tiene una tos
terrible. ¡Pobre.'" (p. 225). Casi olvida su mal por com
pleto la del 37 consolando y animando a la del 40. La
muerte del compañero del 14 en vez de desanimarla o recon
centrarla, por el contrario, le recuerda la existencia
después de la muerte y le reconforta la idea de vivir tras
morir.
— Este aire tan puro pronto le quitará a usted
la tos, ya verá.
Ella se sonrió.
Sí, en eso confío. Si no me hubiera quedado en la
ciudad; hubiera tenido menos tiempo para acordarme de
que estoy tuberculosa. ... Ayer ha muerto el pobre
muchacho del 14. ... Tenía los ojos hermosamente
tristes y azules.
Qué gusto pensar que es cierto que la gloria
existe, que es un aéreo paraje donde los desgraciados
poetas tuberculosos encuentran la receta exacta de
la poesía, la palabra que pega con todas las palabras,
la fácil idea poética que todo lo expresa.' En esa
gloria estará ahora el 14, que ha dejado ya de sufrir,
recitando aquellos versos suyos que me dedicó.
(p. 227)
Un mar tranquilo de esperanza inunda el ambiente,
mientras tanto al aspecto físico del compañero muerto
metido en un ataúd negro con la tierra encima no se aparta
78
de su imaginación. Esto la sobrecage el ánimo y la hace
pensar en los aspectos puramente materiales de la muerte.
A los muertos no se les debiera enterrar: es cruel.
Se les debiera dejar en los húmedos y verdes prados,
a la orilla de los alegres riachuelos, recubiertos con
un tul o con una gasa para que las mariposas no les
molestasen. Sería, sin duda, más humano. (p. 228)
Pasamos ahora a los papeles que deja el señorito
finado del 14 para recoger su sensibilidad y esperanza.
E l e r a un p o e t a q u e s e n t í a con p r o f u n d i d a d y a p r e c i o e l
existir, ser y sufrir.
Yo era la flor de estufa, el hijo único, el único
nieto, el niño a quien jamás nadie contrarió, el niño
triste que lloraba por las noches cuando se acordaba
de los niños pobres que no tenían donde dormir, el
niño que nunca hizo daño a los pájaros, que siempre
los quiso. (p. 231)
Hablando de su niñez en la época colegial, nos da
una penetrante visión de lo que por regla general acontece
a los niños pero que pasa casi inadvertido para los mayores
como suele suceder invariablemente.
El colegio era una cárcel fría, deshabitada. Era
mos muchos, muchos escolares, muchos profesores, pero
estábamos todos solos, tan tristemente solos, que
llorábamos de pena por las esquinas sin saber por qué,
como si las esquinas nos acompañasen, como si fueran
más cariñosas, más amparadoras que aquellas inhóspitas
altas salas, donde en medio de un silencio de funeral
pasaban nuestras horas lentas. (p. 231)
La soledad, en medio de la multitud, en mitad de
la turba, metido en la población escolar, es una nota
79
desconcertante para el sicólogo moderno que se empeña tozu
damente en diluir, pero que bien mirado, es lo más natural,
lo más noble, que se puede dar en un niño de fuerte y deli
cada sensibilidad. El poeta del 14 a pesar de la muche
dumbre que le rodea puede entrar en sí mismo en una especie
de elevada oración y lirismo.
D io s m ío , p e n s a b a , ¿ p o r q u é me h a b é i s a b a n d o n a d o ?
Angel de la guarda, dulce compañía, ¿dónde estás?
No, no en la fría capilla, con aquel santo de ojos
espantados, ni en el comedor con sus largas mesas de
mármol que nos quitan el apetito; ... Yo sé que existe
un ángel que va siempre al lado nuestro. ... Angel de
mi guarda ... ¿por qué no me dices estoy aquí?, ¿no
me ves?, haciéndote compañía, dispuesto a ayudarte
contra esos compañeros que son mayores que tú y que se
rien de tu candor? (p. 232)
En su elevado discurrir, dotado de una perspicaci
dad extraordinaria, percibe en justo y sublime concepto la
idea de la verdadera libertad.
La libertad no existe para mí; jamás existió. La
libertad es una sensación. A veces puede alcanzarse
encerrado en una jaula, como un pájaro; cuando yo
era pequeño y me creía libre, nunca salía del jardín.
Allí iban a jugar los niños de los jornaleros de la
abuela. ... Aquellos niños eran joviales. ... Yo me
acuerdo de ellos y me invade una nostalgia infinita.
(p. 232)
Al hablar de la muerte de su madre que murió
tuberculosa y joven cuando él aún era niño, demuestra con
ternura su sensibilidad y la esperanzada oración de la
madre que jamás llegó a cumplírsele.
80
Lloraba cuando me cogió de los hombros para decirme:
mi querido pequeño, tu mami poco va a durar. Ahora
no te puedo dar un beso con la boca, como todas las
noches cuando iba a bendecirte a tu cama; pero te lo
da con todo— su corazón. ... Sé muy bueno, y que Dios
te proteja y que jamás— se lo pido por lo más santo—
te rompa las venitas de los pulmones. (p. 234)
La tradición y la costumbre que siempre hacen vio
lencia a la inocencia del niño para imponerse y moldarle a
capricho violentamente su vida se ve claramente demostrado
en el entierro.
La tradición es la tradición y mi abuelo así me lo
hizo comprender. ... No lloré en todo el tiempo; supe
contenerme. Cuando más ganas de llorar tuve, cuando
la tierra empezó a caer pesadamente sobre la caja,
cerré los ojos para no ver nada. Todos los señores
me dieron la mano y mi abuelo, cuando regresamos a
casa, me dijo que en mí reconocía su sangre y me regaló
la casa de la carretera. Con ella estoy pagando ahora
el sanatorio. (p. 234)
Después del entierro, su padre seguía haciendo
viajes, y él, agrega, andaba un poco como evadido paseando
y componiendo versos por entre los castaños de la finca.
Aquellos momentos ahora le invaden la memoria llenos de
triste añoranza. Son tan líricos que en ellos se entreve
Cela, el poeta, en unos momentos vivos de límpida poesía.
Ah.1 Tiempos felices, en que la tristeza era como un
aliciente más para aquella vida que se sostenía como
de milagro, pendiente siempre de un hilo.' Ahora os
recuerdo con pena y con amargor. Mi vida, que acaba,
no dejará rastro alguno; será como esa suave brisa
81
que pasa a la caída de la tarde y que nadie recuerda
después, o como esa agua tibia de las lluvias de
agosto, que tanto nos agradan y que tan pronto echamos
en el profundo pozo del olvido. (p. 235)
Continúa su exquisito lirismo con un angustioso
deseo de inmortalidad que casi nos recuerda la desesperan
zada lucha de Unamuno con la muerte. La semejanza con
Unamuno reside no en la forma de perdurar cada uno eterna
mente, sino simplemente en el deseo inquietante de esa
inmortalidad. Quisiera haber sido agua del mar que perdura
o padre de un hijo que al menos le recordara poniendo una
esquela en el periódico— que no obstante las amarillas
páginas perduraría— y rezando por su alma después de
haberse marchado. Cae en que la voluntad divina ha sido
menos cariñosa con él quizá por no merecérselo y termina en
una poética plegaria hacia Dios.
Dios mío, Dios Santo.' Dadme esa conformidad que me
falta.' Haced que mi alma alcance esa vida eterna
que habéis prometido a los buenos.' Yo no soy malo,
Dios mío; os lo aseguro. Yo no he tenido tiempo de
ser malo; yo confío en vos. (pp. 235-236)
Seguimos ahora con la señorita del 40, que según
ella misma nos cuenta, está horrorizada con el número que
aparece en todas las prendas de vestir y ropa de la cama
para identificarla.
82
... mis blusas, mis medias, todas marcadas en rojo:
40, 40, 40, sin que hayan dejado escapar ni una sola.
Es una obsesión que me persigue, que no me deja des
cansar, que se me aparece incluso entre sueño y sueño
cuando al despertarme a medianoche, desvelada, enciendo
la luz para distraerme y me tropiezo con el rojo 40
bordado sobre la almohada; al lado mismo de mi cabeza.
... Lloro, lloro con una pena profunda, con unas
lágrimas tristes y solitarias, y el pañuelo que me
llevo a los ojos, en una esquina, tímidamente, como
si se avergonzase del mucho mal que me hace, tiene dos
numeritos color sangre. Un cuatro y un cero.
(pp. 239-240)
Al evitarse Cela los nombres de los pacientes y
asignarles en cambio, un número, no hace sino dramatizar la
despreocupación y desprecio del hombre en general hacia el
doliente sector humano. Es uno de los casos que más impre
sionan por el hecho de que una persona— si se reconoce la
dignidad que le corresponde— no es una mera estadística ni
un simple número. Trocar a la persona por una cosa es
deshumanizarla. Quizá lo que a algunos más molesta en la
actualidad es, incluso, la despersonalización, por así de
cirlo, de las cosas como, por ejemplo, las escuelas del
gobierno en Nueva York o los comercios de Moscú designados
por un número. Síntoma de la industrialización que trae
por consecuencia la mecanización y desvaloración del hombre.
Cela, el escritor, advirtiendo de sobra la condi
ción actual a la que el hombre, por desgracia, se ve
83
sometido, no la permite escapar desapercibida gastando el
mismo hecho como recurso literario que, sin duda, puede dar
mayor golpe y que puede alcanzar la salubre y decisiva
reacción del hombre y, sin buscarlo, hasta la superreacción
de la crítica. Que Cela ha logrado, sin esforzarse, llamar
la atención de más de un crítico es indiscutible, pero eso
ya es otro asunto. La verdad es que con la ñoñería de lo
convencional, de lo cursi y de lo seudo-estético, que tam
poco le va a Cela, no habría logrado nada para la humanidad.
A pesar de su fidelidad y esfuerzo como escritor en los
problemas del hombre, Cela repitadas veces ha dicho que ha
dado un grito en el desierto: "el enfermo crónico, el
suplicante y ridículo enfermo crónico, ahí están. Nadie
los ha movido. Nadie los ha barrido. Nadie ha mirado para
ellos."10
La pobre chica de un cuatro y un cero, a su llegada
al pabellón se ha enterado que esa habitación y ese número
iban asignados, tan sólo unos días antes, a un señor. Cita
remos— aunque sea larga la cita— las palabras completas
de la señorita por su mérito artístico en la formación de
^Cela, Obra completa, VII, 958-959. Nota a la
tercera edición de La colmena (Barcelona: Ediciones
Destino, 1969).
84
esta novela. Estas mismas palabras aparecerán trozo a
trozo como estribillo al final de cada capítulo de la se
gunda parte. Su repetición cada vez nos indicará una nueva
muerte de otro protagonista de la primera parte hasta que
hayan muerto todos. El tema recurrente de la muerte hará
remontar el hecho de que por terrible que sean la angustia
y la ansiedad o que por dispares que sean los sentimientos
o los estados del hombre, todo irá a terminar con la muerte.
Según me dicen, antes, hace tan sólo unos días,
ese 40 iba marcado sobre ropa de hombre. Al pobre se
lo llevaron una noche, camino del cementerio.
La carretilla marchaba por el sendero, entre los
pinos, bordeando el barranco, arrimándose al arroyo,
en el que se reflejaba la luna, impasible y fría como
la imagen misma de la muerte. La empujaba el jardi
nero, el pelirrojo jardinero, que canta en voz baja
cuando poda los geranios o los rosales.
La carretilla es de hierro, de una sola rueda.
Estuvo en tiempos pintada de verde, de un verde del
color brillante de la esmeralda, pero ahora está ya
vieja, ya apagada, ya mustia y sin color. ¡Para lo
que la usan.'
Cruzado sobre la carretilla, saliendo por los
lados, el ataúd parece, entre las sombras de la noche,
un viejo tronco de encina derribado por el rayo.
Dentro, un hombre muerto, con su camisa marcada
cuidadosamente, como su camiseta, como sus calceti
nes, con el breve y rojo 40, que me desazona.
(pp. 240-241)
La señorita, no obstante, esta larga meditación
sobre la muerte del ocupante previo de su habitación, tiene
momentos lúcidos de esperanza sobre todo de esperanza de
85
volver a la vida divertida de los bailes y de los boites
que dejó la noche que le vino a borbotones el fuerte vómito
de sangre manchando el parquet como testimonio de despedida
para venirse a la tierra ignorada del pabellón, "Sí, que a
mí también me pongan neumo. Volveré de nuevo a la ciudad,
volveré de nuevo a la alegría y al jolgorio" (p. 246).
Entre los papeles del chico del número once, un
chico intensamente enamorado, encontramos también su enorme
deseo de poder ser feliz siquiera como las ranas del regato
y poder como ellas escapar el peligro.
Las ranas del regato son felices, como no lo soy yo,
como no he sabido hacerte feliz a ti. Las enfermedades
no les acechan y el niño ruin que camina con la piedra
escondida a la espalda suele errar su puntería. Las
ranas entonces se chapuzan en rápidos y ágiles saltitos
y desaparecen raudas bajo el verdín del agua, que casi
no se mueve. ¡Ah, si nosotros pudiéramos, de un salto,
ponernos al otro lado del peligro.' (p. 250)
Pero también vibra en él una esperanza trascenden
tal que contrasta con su puro deseo material de ser como
la rana, "porque Dios existe, amada mía de mi corazón, y
está de nuestra parte. Tengamos confianza" (p. 253).
Alienta esa esperanza a pesar de su amor desengañado que
no le permite disfrutar del dulce beso en la boca de su
amada por esa enfermedad que parece ser una maldición del
mismo Dios en quien confía.
86
Y esa boca, a la que no puedo besar porque ninguna
boca, y menos ésa, fuera jamás tan mala y tan ruin como
para darle en castigo a mamar la muerte de mis labios,
la muerte que me consume el pecho y que aflora, como
una maldición, hasta mis labios, sonreiría levemente,
con una sonrisa casi imperceptible, con una sonrisa
que la mayoría de los humanos no podrían captar, como
tampoco pueden, en su triste ceguera, tocar con las dos
manos la nube del cariño. (p. 255)
De las enfermedades pegadizas, una que más aflige
la sensibilidad del individuo enamorado, es la tuberculosis
puesto que es por la boca que cae la fatalidad de contagiar
a la amada por el beso. Frente a tal situación, el pobre
chico del once, con aplomo y serenidad, nutre la esperanza
sin dejarse arrastrar por la desesperación que domina al
cobarde. Expresa en esto, Cela, auténticos sentimientos
humanos que no saltan un ápice la raya de la realidad y que
tampoco concuerdan con el fatalismo exirtencial de Sartre
o el absurdo de Camus.
¡Ay, pobre amada mía, triste cariño de mi corazón.’
Aún me queda, en lo más recóndito y escondido de mi
alma, una leve esperanza. Y esa escasa y lejana espe
ranza que me mantiene, la estrujo contra mi pecho
para que todavía siga alimentándola tu recuerdo.
(p. 255)
La filosofía de Cela es de armonía con la natura
leza. Esta idea repudia el pensamiento actual de querer
tener en este tiempo moderno, una contestación científica
para todo, incluso, para la vida humana. Cela expresa
87
esta conformación con su ser natural por medio del chico
del número once. Su pensamiento de estoica acepción de lo
difícil es aparente.
¿Por qué, Dios mío, no nos dices lo que hemos de
durar; no nos envías un ángel mensajero que nos di
jese: tienes aún por delante quince años, o quince
meses o quince días tan sólo, o no más quince horas?
¡Ah.' Eso sería orden, un orden de comerciante
que me repugna; pero ... , ¡Sería tan cómodo
(pp. 256-257)
Las meditaciones de los protagonistas se alternan
en chico y chica haciendo como ya dijimos antes un total de
siete. Pasamos ahora al capítulo VI que es el pensamiento
de una señorita soñadora alojada en el 103 y que nos re
cuerda el respeto y amor a lo que vive, como Albert
Schweitzer. Demuestra una sensibilidad inusitada frente
al cruel espectáculo del hombre indiferente que hasta casi
parece disfrutar haciendo sufrir a lo viviente. Compara lo
violento de querer ahogar los sentimientos con la furiosa
lucha desesperada de lo viviente por la vida. La sensi
bilidad es extraordinaria.
Es doloroso tener que ahogar este cariño inmenso
que ha echado raíces en mi corazón. Es doloroso,
pero inevitable, como inevitable también y doloroso
es tener que ahogarlo en la tristeza y en la soledad,
donde flotan todos los sentimientos que se rebelan,
impotentes, contra su destino, como esos gatitos
recien nacidos que tardan en ser tragados por el
agua donde la molinera cruel los arrojó y en la que
88
se debaten con sus torpes bracitos mientras el almendro
que da sombra a la escena y el alacrán que escarba bajo
la piedra conservan su rítmico respirar, sin inmutárse
les ni una sola fibra. (p. 261)
Es un párrafo repleto de angustia y de significado.
Ninguna oración está de más, incluso, cada palabra— como en
las piezas de un prodigioso artesonado— contribuye a su
hondo sentido. Cela es un escritor de exquisitos y nobles
sentimientos cuyo latido terriblemente profundo puede sen
tirse en el corazón humano. Ante la real e inexorable
inconmiseración, no ya de la naturaleza, sino del hombre
que debiera tener corazón nos dice:
Es cruel y amarga la indiferencia de lo que está
vivo y rozagante hacia lo que, mustio y derrotado,
se muere lentamente. El candoroso pájaro de la mañana
que vuela alegre sobre los sembrados no dedica ni su
más fugaz mirada hacia el ave herida por el cruel caza
dor, hacia la triste alondra que se arrastra como si
fuera un topo, porque su gracia se la llevó aquel tiro
que se fue rebotando de piedra en piedra, por la
colina. (p. 261)
Luego agrega una explicación sobre el pájaro o el
humano que no piensa en los dolidos ya que el suceder así
parece ser natural.
Pero yo no quiero pensar que el limpio pájaro que
cruza por el cielo sea malo. Yo no quiero pensar que
la liviana muchacha que se pasa las noches con la
espalda al aire y rodeada de smokings, sea mala.
Sería estar despechada y desesperada, cosas que toda
vía, gracias a Dios, no estoy. Me alimenta la espe
ranza y me atosiga el pensar que algún día pueda
perderla. (p. 262)
89
En fin, hablando sobre la muerte y pensando del
compañero del 52, termina diciendo:
Una se muere lenta, pero inexorablemente, como la
humanidad entera. No hace falta estar enferma; basta
con haber nacido. ... Quiero pensar que Dios, que todo
lo dispone, hará llegar algún día a esos hermosos ojos
abstraídos la sinceridad, la evidente sinceridad de
esta sonriente y complacida mirada mía que galopa
camino de la tierra y que, probablemente, jamás fue
tan sincera como cuando lo mira. (pp. 264-265)
El capítulo VII termina la primera parte con las
cartas de un señor, negociante, de la habitación número 2.
Con este tipo nos introduce Cela a la imparcialidad de la
muerte en irrogarse como indisputablemente suyo a cualquier
estrato social pese a los posibles económicos de que pueda
echar mano para escapar la enfermedad y aplazar un tanto
más la muerte.
Lo interesante son las actitudes sobre la vida con
las que llega el señor al pabellón. No le da la más nimia
importancia al hecho de que la enfermedad puede ser la
inapelable determinante que decisivamente trunque su vida.
Ni piensa en que esta enfermedad pueda verter sin remisión
todo lo que de la vida espera como si por derecho inexo
rable. Se ve que es un señor de posibles. Económicólmente,
dispone de cuanto se le antoja. Tampoco le falta, para
redondear su suerte, una querida de apetecible y bien
90
formada figura. Claro, ésta es indispensable en un señor
que se crea pudiente entre los nuevos ricos. Sin embargo,
ha abandonado sin motivo, sólo p°r el capricho, a su propia
mujer e hija. A estos tipos censura Cela, a los que sin
justicia, cruel y despreocupadamente hacen sufrir a los
demás.
El señor cree candorosamente que pronto se librará
del encierro y que en seguida volverá a la vida normal de
los negocios. Cela ingeniosamente pinta el tipo por medio
de cartas que revelan con maestría la índole del comer
ciante. Lo más curioso son los desvarios febriles sobre el
negocio. Al administrador de su empresa le escribe dándole
órdenes y consejos contradictorios, consecuencia de la
fiebre. Le encarga ocultar la enfermedad al público disi
mulando un viaje por El Cairo u otra ciudad por el estilo.
Del domingo que principia las cartas al sábado, ya
ha caído progresivamente en una miaja de sensatez, fruto
del reposo y del ambiente de quietud y manda que no se le
encubra nada a su mujer sobre el estado de su salud. Ya
para el domingo puede ver más clara la realidad:
Veo negro el porvenir. ... No sé si me habrá perjudi
cado este ambiente dulce y tristón de los moribundos
... me siento vagamente feliz ... me noto muellemente
en declive y veo— al principio con espanto, ahora ya
91
con resignación y hasta con complacencia— que estoy
abocado a la desaparición que jamás pude sospechar, a
la muerte ensoñadora y dulce que sólo los poetas, los
músicos y a veces las señoritas solteras consiguen de
la providencia. (p. 277)
Cuando ya se ha desengañado de la paz que le invade
el corazón, no sabe por qué, esta transmutación de ánimo y
casi se avergüenza de haberlo conseguido. "Es ridículo que
un banquero muera así. ¿Qué cara pondrían mis compañeros
si se enterasen? No, por Dios; que lo ignoren si no quere
mos que todo se venga al suelo" (p. 277) .
No obstante la vergüenza, trata de convencer a los
demás que algo de innegable realidad ha penetrado su enten
dimiento y le ha cambiado repentinamente de los valores que
él tenía antes por inmutables.
El designio divino, Dios— ¿se da usted cuenta,
amigo mío, de que Dios es una realidad más palpable
quizá que el dolor, que la libra esterlina o que los
yacimientos de petróleo?— , Dios, decía, ha querido
avisarme a tiempo de que desentumezca mi alma del
pecado, y una sensación de sosiego interior que no
sabría definir invade todo mi ser. (pp. 277-278)
Creo que hemos señalado suficientemente claro el
papel de la esperanza y de la sensibilidad de los protago
nistas de la primera parte. Ahora nos resta ver el papel
del desengaño y de la muerte en estos mismos protagonistas
al remate de su vida. Vamos a la segunda parte de Pabellón
de reposo.
92
Entre las dos partes de la novela presenta Cela un
intermedio digno de consideración por su índole y por la
luz que arroja sobre el hecho de que a nadie le interesa
los enfermos, incluso, a los mismos administradores del
pabellón de reposo. El intermedio es nada más que un re
portaje de los médicos, que se esmeran por mejorar las
condiciones del sanatorio, a los señores de la directiva.
Resaltan aquí las estadísticas desagradables. De un total
de 120, capacidad del pabellón, ha habido 66 bajas, 52 por
defunción, 5 por curación total y 9 por curación parcial.
Los médicos con todas sus mañas y artificios se empeñan en
que los señores directivos acepten el nuevo presupuesto que
asciende a tres millones y pico, cifra que les desconcierta,
claro está, ya que ven el pabellón como un negocio— punto
rebosante de actualidad en la medicina de hoy.
Para rematar la indiferencia en este mismo inter
medio, una enfermera de aspecto sano y robusto con la bata
salpicada de sangre, insensata e inhumanamente cuenta como
asunto de risa la muerte de un pobre desgraciado. Reaccio
nan al relato también con risa repelente un corro de costu
reras. El narrador discretamente añade un punto humano a
la vista de esta inhumanidad: "A alguna costurera quizás
93
le corriese un escalofrío de remordimiento por la espalda"
(p. 281).
El intermedio también ofrece una observación aguda
del cambio de existencia que caracteriza a los pacientes
desde su enfermedad.
La conversación es rara vez amena; por regla
general gira sobre el eterno e inagotable tema de la
enfermedad. Los tuberculosos han dejado de ser abo
gados, de ser ingenieros, comerciantes, pintores,
novios, insatisfechos amantes; han dejado en su sitio
ya remoto la carga pesadísima de sus jamás iguales
caracteres. Ahora ya no son más que enfermos, que
enfermos del pecho. Toda una vida dando vueltas alre
dedor de un síntoma que se tuvo— va ya para tres
primaveras— una mañana al levantarse ... (p. 284)
Desengaño v muerte
Igual que en los siete capítulos de la primera
parte, por medio de citas, fuimos partícipes de la espe
ranza de los siete protagonistas, asimismo en los siete
capítulos de la segunda parte presenciaremos su desengaño
y muerte. Veremos el doloroso desprendimiento del yo de
sus circunstancias, ya adversas, ya favorables, con la
muerte. El desprendimiento que nos pinta Cela es tan dolo
roso como arrancar la uña de la carne, pero la estoica
acepción de la muerte es una saludable lección más fuerte
aún que la muerte misma. El pensamiento filosófico y
94
social de Cela se evidencia en estos pobres desgraciados a
quienes la vida les ha sido menos propicia. Su existencia
es un complicado tejido que va realizándose poco a poco
circunstancial, moral y ontológicamente. Según la filoso
fía de Ortega, el yo llega a ser lo que escogió dentro de
lo que sus circunstancias le proporcionaron. Estos siete
protagonistas no tienen otro remedio que el de enfrentarse
con la muerte. Es decir, habérselas con la circunstancia.
Las circunstancias no proporcionaron otra alternativa y la
opción del yo en este caso es aceptarla con aplomo, digni
dad y noble resignación. Con esto, el yo termina ennoble
cido.
El universitario de la primera parte después de
*
leer la obra del humanista Thomas A. Kempis llega a un
estado de religioso sentir: "Tú eres la verdadera paz del
corazón. Tú, el único descanso. Fuera de Ti todo todo es
desasosiego e inquietud. En esta paz eterna ... , en Ti,
sumo y eterno bien ... , dormiré ... , y descansaré"
(p. 288) .
Ha llegado ya a un enfrentamiento con la cercana
muerte, y desengañado piensa que vivir así es muy poco
vivir, aunque por otra parte morir sin haber vivido lo bas
tante feliz, viviendo para encontrar, la muerte natural
95
le desilusiona. Ya no deja ni un instante de echar sangre
y aunque le consuelan el médico y los demás, asegurándole
que son extraños los casos de muerte por hemóptisis, el
universitario se obstina en dudarlo.
Es posible; pero me obstino ... en no creerlo. ...
La muerte la veo cerca y ya me voy familiarizando
con la idea. Después de todo, ¿para qué desear
vivir eternamente, cuando la vida tan pocos goces
nos ha proporcionado? (p. 289)
La verdad es que el que pase por estos trances o
haya visto a otros pasar no puede menos que reconocer una
realidad palpitante, un hecho tan sumamente verdadero como
el aire que respira.
No llamarme pesimista si alguna vez leéis: pensad
tan sólo que es inaudito, que es casi inexplicable,
no rebelarse contra la triste y oscura muerte de la
cama de un sanatorio, no alzarse iracundo y enfurecido
contra esta muerte ruin y miserable. (p. 289)
Lo más doloroso del desprendimiento del que ante
riormente hemos hablado, es decir, de la muerte, es tener
que dejar a las personas y las circunstancias con quienes
el yo se haya encariñado. Un punto de profunda sensibili
dad en un individuo es el encariñarse, amén con las perso
nas, con las cosas, con los sitios que guardan instante
por instante el repertorio de su desarrollo en todos sus
aspectos— físico, moral, religioso, amoroso, sicológico,
sentimental, cariñoso, intelectual, estético, olfativo,
96
sensitivo, visual, auditivo, etc.— a medida que ha pasado
por ellos desde los primeros recuerdos de su niñez hasta su
muerte.
Este aspecto de cogerle amor al ambiente ha sido
equivocadamente interpretado por algunos críticos como una
especie de primitivismo.^ Sentimos disentir pero esa
frialdad que se demuestra no ya al medio sino a las per
sonas— entiéndase, claro, de las que se den a querer— no es
sino un síntoma de desaprecio, de despego, de desvaloración
de sí mismo; de falta de dignidad y de fe en su propio ser.
En una palabra, de deshumanización. El hecho de no dar el
justo valor al medio donde se ha nacido y crecido también
puede ser una revelación de hipocresía, querer aparentar,
por motivos no del todo claros a la persona misma, una
sofisticación vana, una adulteración de la sencillez y de
lo verdaderamente noble. Esto de aparentar es un hecho tan
corrientemente humano como la hipocresía misma. Hacer lo
contrario tampoco deja, ni un ápice, de ser plenamente
humano.
Ilie, La novelística de Camilo José Cela, p. 43.
"La ingenuidad que implica tal acción sólo puede encon
trarse en un espíritu sencillo ... "
97
En el universitario/ igual que en Pascual Duarte,
Cela nos ha enfrentado con esta sensibilidad, fruto de su
penetrante observación de la vida misma.
La tristeza se apodera de mis pobres carnes y las
lágrimas asoman a mis ojos al pensar que sólo con la
imaginación podré ya despedirme de aquellos sitios a
los que tan ardientemente amé.
Adiós para siempre, mi viejo rincón, mi querido
gallinero; adiós para siempre oscura y hermosa piedra
del acantilado, donde bate el cariñoso mar; adiós,
jugosa y verde yedra del bello cementerio. (p. 291)
El desengaño no lo opaca todo, sino que con él brota la paz
de haber encontrado el fin. El universitario comenta en
la muerte de la señorita del 37, "sus ojos cerrados dulce
mente a la vida como gozosos de haber vuelto a encontrar—
al finj— la senda de la dicha" (p. 293) Y luego continúa
con esa tan humana duda del más allá. Es cierto que comenta
la dicha de la señorita con quien se había encariñado, pero
esto no indica que tiene ya resuelto el problema de la
existencia después de la muerte. Esta duda es enteramente
humana. Se podría denominar universal ya que a todos atañe
mas ninguno la resuelve sino para sí mismo. El universi
tario tiene sus ideas propias sobre la felicidad postuma de
la joven del 37. Lo que no sabe, sin embargo, es que él
mismo le ha proporcionado antes de morir ese solo instante
feliz del que habla. Ya lo veremos en la página siguiente
98
al tratar de la muerte de la señorita.
¡Ah, qué ignorantes somos y que poco vemos más del
alcance de nuestra primera mirada.1 La señorita del 37
será, quizás, dichosa en la contemplación de Dios; pero
feliz, lo que se dice realmente feliz ... , ¿lo será?
... le faltará, para ser la imagen misma de la mujer
feliz, el haberse sentido dichosa, por lo menos, un
solo instante en este bajo mundo ... arastrará ...
donde Dios se hace vista y deslumbradora presencia, su
vago sentimiento de no haber poseído ni un momento esa
felicidad de cuerpo entero que se encuentra una vez en
algunas vidas. (p. 294)
Sigue con la duda, sobre todo, la personal del per
dón de Dios. Es una duda que alguna vez atosiga a todo
creyente en Dios. Para este joven, quizá por sus conoci
mientos universitarios, la duda del perdón de Dios se
acentúa un tanto más. Ya no es sólo una duda ontológica
sobre la existencia de otra vida sino una duda de aspecto
fuertemente moral. Después de haber sufrido bastante en
esta vida no sabe, dado el caso de que otra exista, si
habrá que sufrir más intensamente aún. Cela dramatiza
vivamente este pensamiento ético. Su tratamiento fuerte
mente moral va entrelazado a su pensamiento filosófico del
ser y de la existencia.
Dudo, dudo constantemente de que mis muchos pecados
puedan ser perdonados y, sin embargo ... ¿He tenido
tiempo, realmente, de ser ruin y desgraciado de verdad?
A veces creo que no, y esa idea viene a consolarme de
mi indecisión. (p. 295)
99
Pero la mayor desazón viene de seguir meditando
sobre el cuadro completo del más allá. Es decir, del
ontológico y del ético.
No me importa la muerte— no me importa demasiado— ;
pero el solo pensamiento de que este infierno que en
vida he pasado fuera pálido al lado del que pudiera
esperarme, hace que yo quisiera convertirme en bello
trozo de cuarzo que duerme en las entrañas del monte
... en ternera que muere— ya se sabe que muere— a
manos del matarife, pero a quien no espera ese espan
toso e inquietante final de los infiernos inciertos.
(p. 295)
Termina el capítulo primero y termina la vida
terrestre del universitario con el tema recurrente: "La
carretilla marcha por el sendero etc." (p. 296).
Capítulo dos señala a la señorita del 37. En su
carta del domingo, 6 se queja del universitario que no la
ha visitado. Como ya sabemos, esta señorita muere antes
que el universitario aunque, en el orden cronológico de los
capítulos de la novela, su muerte se comente después. Esta
señorita, por lo visto, nunca en la vida había sido feliz.
Aislada por una enfermedad contagiosa, la faltaba el cariño
humano hasta que el chico universitario la concedió tan
sólo el único momento de felicidad. Hasta entonces sus
circunstancias no la habían proporcionado sino el sufri
miento y la privación del calor humano en cruel y dolorosa
deshumanización. Cela recalca sobre esto, con insistencia,
100
haciéndonos conscientes de que el único valor en la vida
para el hombre es, en última instancia, la comprensión
humana. Para redondear la felicidad del yo, el cariño y el
calor humanos son imprescindibles. A la hora de la verdad,
el resto de las valuaciones humanas son de poco o ninguna
importancia. El hombre, social por su naturaleza según
Cela, precisa, para completarse, el amor de sus semejantes.
No obstante, no lo conseguirá aislado en un sanatorio que
sólo recalque la seca e inmisericorde crueldad del seme
jante con salud.
Otro punto en que hace hincapié, Cela, es lo inna
tural e inarmónico del sistema moderno de estudios que en
vez de hacer florecer lozana y saludablemente lo humano lo
reprime. La universidad, en el afán de impartir una cul
tura extensa, aplasta las sensibilidades humanas en potencia
de desarrollo. Cela, repetidas veces en toda su obra, pone
esto de relieve. Aquí se vale de la señorita del 37 para
hacer una crítica de la universidad y de su producto. Es
una institución que censura igual que a los colegios por su
sistema frío e inhumano contrario a la naturaleza.
La caparazón de cultura que se obstinaron en col
garle como lastre, a él, que hubiera podido nacer
para poeta, para intentar ahogarle su corazón de oro,
101
se ha roto ya hace tiempo, cuando la enfermedad hizo
trizas sus preocupaciones pasajeras. (p. 298)
La soledad y falta de cariño la hacen sentirse
abandonada de Dios y de los hombres, y desengañada de la
medicina.
¿Para qué ha servido esta plastia, que me ha defor
mado el cuerpo y va camino de torcerme el espíritu?
¡Ah, si yo hubiera tenido a quien preguntar: ¿qué
hago?, ¿me opero?, ¿no me opero?; si yo hubiera tenido
a quien pedir un poco de cariño, un poco nada más del
mucho cariño que necesito.' ...
Ay, Dios mío, Dios mío.' ¿Por qué me habéis malde
cido? ¿Por qué me señalasteis? ¿Por qué ... ?
(p. 300)
La señorita cuya salud empeora más cada día, cuyo
peso mengua a diario espantosamente y cuyo insomnio atroz
le va minando el espíritu, ha encontrado un destello de
cariño en el compañero del 52, el universitario, que le ha
trasformado su ser en una actitud casi feliz.
En sus palabras adivinaba como un deje— sin-
cerísimo, ciertamente— de compasión, que me sobrecoge
y me acobarda. ¡Es tan bello, pero tan triste,
inspirar lástima.' ...
— ¿Sabes lo que he pensado hace ya tiempo?
— ¿Qué?
— Pues que la felicidad es más fácil de conseguir
de lo que parece.
— ¿Y tú has sido feliz alguna vez?
— No; jamás. Pero no desconfío en serlo todavía.
No podría explicar lo que entre los dos sucedió.
Fue un instante de bienaventuranza, breve, brevísimo,
pero que sólo él compensó todo mi largo esperar.
(p. 304)
102
Al día siguiente, sabado, 12, con la felicidad que
ha encontrado, ya no le importan ni la salud ni la muerte
y escribe: "Hoy no me he pesado. ¿Para qué? Nada me im
porta ya estar fea ni delgada. Mi imaginación no puede
apartarse del recuerdo de la tarde de ayer. Era lo único
que me faltaba para morir feliz" (p. 305).
Con el mismo recuerdo del chico del 52 que la ha
hecho feliz, le viene a la memoria el finado del 14 asal
tándole la duda del más allá.
¿Por qué será que el recuerdo de lo de ayer, que
no consigo ni quiero apartar de mi cabeza, me trae
siempre la triste añoranza del 14, de la mano misma
de la bella y esperanzadora realidad del 52?
Una duda me asalta. ¿Podré volver a verlo?
¿Será la gloria un éxtasis, una contemplación, como
creemos los cristianos? ¿Será una ampliación de los
tremendos placeres de la tierra, como suponen los
mahometanos? ¿Será un hacerse nada y encontrar en
la negación la ansiada felicidad, como piensan los
indios? (p. 305)
Termina la pobre chica escribiendo el miércoles,
16: "He tenido tres fuertes hemoptisis. ¡Aún tengo sangre:
Nada me importa ya morir; nada absolutamente" (p. 307). El
estribillo: "La empuja el jardinero etc." nos indica que ha
dejado ya este mundo.
Pasamos ahora a los papeles del chico del 14 que,
por lo visto, fue poeta. Este es el capítulo tres de la
103
novela. Principia hablándonos de la desesperanza y la
muerte. Este chico al contrario del universitario con
siguió el don de la poesía pero le ha faltado desde niño
para ser feliz el cariño humano. Perdió a su madre tem
pranamente y él aún muy joven ingresó al sanatorio
aislándose forzosamente de la sociedad. Sus bienes mate
riales pasaron a manos de un administrador. El único
destello de cariño que podría redondear su felicidad se
presenta en una paradoja. Desesperado de la vida, con la
muerte llamándole a la puerta, se encuentra irónicamente
enamorado de la chica del 40. A esta hora, todos los demás
valores, en la vida, nada le importan. Con este chico
número 14 nos demuestra Cela que a pesar de alcanzar el yo
el desarrollo que antes existía en potencia, le falta el
elemento básico social de calor humano necesario para com
pletar su ser.
Cuando la desesperanza le ha invadido a uno, por
fiada y cautelosa, y hace sentirnos, cada vez más
próxima, la cruel presencia de la muerte. ... Sí, no
hay duda. ...
La muerte es algo tan tremendamente airado que sólo
la desnudez, ... puede escindirla del ridículo. ...
La muerte es bello y airoso remate para una juventud
desgraciada.
La muerte no es espanto; es alivio tan sólo. Y
el no poder vivir es desalivio y lucha que se pierde,
(pp. 308, 310)
104
Recordando a su madre, quien como dijimos en la
primera parte murió joven y tuberculosa, llega al desengaño
de la vida y se encara, lleno de valor, con la muerte, pero
el recuerdo de su madre le hace quejarse a Dios por habér
sela quitado tan temprano.
Tengo un triste simbólico parecido con mi madre. Bien
claro está mi destino, que ni me espanta ni me desilu
siona; que lo veo llegar con la misma calma con que el
día se va, tarde a tarde, para que llegue la noche. ...
¡Mi pobre madre.' ¿Por qué, Dios mío, os obstinasteis
en apartarla de mí? ¿Por qué no permitisteis que estu
viera a mi lado en estos últimos momentos en que tanto
la hubiera necesitado? (pp. 310-311)
A pesar de su cercana muerte le ha nacido una
atracción amorosa por la señorita del 40 y no se explica
lo absurdo del poder que lo ha movido a este estado.
¿Pero, es posible? Estoy con un pie en la tumba.
Dios no se cansará de enviarme sus avisos. ¿Por qué
lloro? ¿Por qué esa mutación repentina en mi estado
de ánimo?
¿Hablaré a mi Señor siendo yo polvo y ceniza?,
decía Kempis. ¿Tendré valor para alzar mi mirada, que
contamina hasta Tus altas regiones? (p. 312)
Al acercarse ya la muerte se siente familiarizado
con ella y descubre más su naturaleza. Comenta:
Me encuentro muy mal, demasiado mal. La muerte es
dulce, pero su antesala, cruel. ... Los últimos instan
tes de los tuberculosos no son, en verdad, tan hermosos
como han querido presentárnoslos los poetas románticos.
Se sufre más a última hora, bastante más de lo que han
querido hacernos creer, y el anhelo de vivir, el ansia
105
de no conformidad que surge cuando vamos llegando al
final, nos produce una angustia inaudita, que sólo
sirve para ayudarnos a sumar nuevos sufrimientos.
(p. 314)
Llega el momento de la muerte. El administrador le
ha escrito que la sequía ya arruinó la cosecha. Al joven
le es igual. Sigue con fuertes hemoptisis echando toda la
sangre por la boca. Dice, "me muero por la boca, como el
pez, enganchado al siniestro anzuelo que me devuelve a la
tierra sangrando por la lengua" (p. 316). Termina el
capítulo tres con el tema de la carretilla, "cuando marcha
cuesta arriba etc."
En el capítulo cuatro nos encontramos con la seño
rita del 40 que vino de la ciudad con una tos tremenda.
Sigue obsesionada por el número que marca su ropa que ahora
es ya de un rojo desvaído y pálido por el lavado. Se mira
en el espejo por las mañanas y ve que poco a poco se le va
acercando la muerte, "La pintura tapa el reflejo de la
pálida muerte en mis mejillas ... no soy vieja; soy simple
mente enferma, lo que es mucho peor" (p. 319).
La señorita procura inspirarse, a sí misma, con
fianza repitiéndose que tiene una voluntad de bronce pero
la leve duda interrumpe, "¿se me estará quebrando, Dios
mío?" (p. 235). Le viene a la memoria la noche que salpicó
106
a su novio de sangre dejando un charco en el parquet del
salón de baile. "Mi juventud quedó en aquel salón (alguna
vez lo escribí, estoy segura), y aquella noche entré en
la tierra ignorada. ¿Por qué escribo esto? ¿Será que la
voy a abandonar?" (p. 326).
Vuelve a mirarse en el espejo desengañándose que ha
llegado el fin, que la muerte la espera.'
¡Que mala estás, pobre 40.' ... tu vida ya no es
vida, ni tu mirar, mirada. Me lo dice el espejo ...
bien tristemente. ... El neumo, fracasado ... me qui
siera infundir a mí misma fuerza y conformidad. Yo
tengo una voluntad de bronce. Yo tengo una voluntad
de bronce. Yo tengo una voluntad ... (p. 326)
No terminó la frase. Aparece otra vez la carre
tilla: "Cuando va por el liso camino del regato etc."
Luchó hasta el final inexorable, como muchas vidas humanas.
Cela nos presenta los percances humanos con harta sensi
bilidad. Si examinamos cuidadosamente la primera parte de
la novela, encontraremos a esta chica gustosa y llena de
vida bailando con su novio cuando de pronto la sorprende el
percance que la hubo de conducir irremisiblemente, como
ella dice, a la tierra ignorada. Por su enorme sensibili
dad y manera de ser, a esta chica, más que a ninguno, la
molesta la impersonalidad de los números en su cambio
repentino de vida. Es muy natural. Los números
107
representan la deshumanización que hacen los sanos de los
enfermos. Por medio de este truco Cela dramatiza el sufri
miento moral de una sensibilidad harto exquisita aplastada
por la indiferencia humana. El sufrimiento no ya físico
sino moral, no la hace perder valor, sino que estoicamente
hasta morir se repite a sí misma las palabras: tengo una
voluntad de bronce. Con este puro artificio nos comunica
Cela su pensamiento social respecto al trato que tiene la
sociedad con el enfermo tuberculoso de la tierra ignorada
y la actitud que tiene el enfermo, por sus propias fuerzas
sin que nadie le anime, de luchar hasta el final. Recuér
dese que Cela fue interno más de una vez, de manera que nos
habla de una abundante experiencia íntima personal aunque
en forma de novela.
Capítulo cinco nos ofrece la correspondencia del
chico enamorado que está en la habitación once. Escribe a
su amada en lunes hablándole sobre el significado de la
vida y de lo poco que el hombre de la calle, el hombre
ordinario, la conoce. En este chico, en cuyo corazón flo
reció el amor antes de marchar a la tierra del olvido,
refuerza Cela su observación de la indiferencia de los
sanos hacia los enfermos. Su novia, después de mucha
hipocresía, al final le abandona escribiéndole que si algún
108
tiempo le había querido, que ahora, no obstante, lo olvi
dase. Ella no quería uncirse a un carro ardiendo ni
embarcarse en un buque que hacía agua. Demuestra Cela la
poca delicadeza y la dolorosa herida que el humano, falto
de sensibilidad, causa a su semejante. El chico, menos mal
como si por providencia divina, jamás se enteró. También
nos indica Cela que el más trágico dolor moral es el del
amor no correspondido. Para perfeccionarse el amor precisa
ser mutuo.
La vida es bella al tiempo que cruel. Más bella
cuanto más difícil y fatigosa. Me paro a contemplarla
en mis azules venas trasparentes y la veo marchar
veloz ... imposible como una sacerdotisa destinada al
sacrificio. Los hombres que andan por la ciudad, que
van y vienen a sus negocios ... los hombres a quienes
ves a diario por las calles, ¿qué saben de esto?
(p. 327)
En vista del estado avanzado de la enfermedad de la
que ya el chico se ha dado plena cuenta sigue alimentándose
de una enorme esperanza de poder volver a su aunada aunque
tiene que ser definitivamente por el milagro.
Es amargo el saber que ya, pase lo que pase, sólo
a los dos nos resta la solución violenta del milagro,
que Dios retrasa ya hasta límites insospechados.
¿Para cuando. Dios mío, guardas tu benevolencia? ¿Para
cuando tu caridad? ... Dios mío, siempre siempre Dios
mío, pienso por qué no me hicisteis liviana nubecilla
de estío ... Dios mío, ¿por qué ancestral pecado que
hoy me toca purgar, me hicisteis hombre? (pp. 328-329)
109
El martes escribe con esa duda que siempre atenaza
a los que van llegando a la muerte. "Existe Dios, amada
mía, pero no está de nuestra parte. ¿Podremos seguir
teniendo confianza?" No obstante, y por esto la llamamos
duda, por la ausencia de certidumbre, el chico se conserva
en la esperanza y en él parece ser que el desengaño no
llegará nunca. Morirá pensando en casarse con su amada
aunque en sus últimas cartas la encuentre despegada.
En lo más recóndito y escondido de mi alma, pobre
amada mía, triste cariño de mi corazón, aún me queda
una leve esperanza— ¡Dios mío, que levej— que estrujo
contra mi pecho para que por el poco tiempo que fuera,
siga alimentándola tu recuerdo. ...
Sigo dando vueltas en mi mente a la idea— ¿irreali
zable?, prefiero no creerlo— de nuestra boda. ¡Tan poco
ibas a tener que aguantarme.' (p. 332)
Según el narrador de la novela, la muerte trunca
aquí la correspondencia y nos advierte que las cosas suce
den como está escrito y no como nosotros quisiéramos que
sucedieran. La novia del finado se negó rotundamente a
querer a su amante, le escribió una carta de desengaño que
el chico jamás leyó. El narrador ve claramente la mano de
Dios en ello. "La carta fue devuelta a su autora. Llegó
tarde. No hay duda alguna que Dios dispone las cosas
sabiamente" (p. 334). Se repite el estribillo: "La carre
tilla es de hierro etc" (p. 334).
110
El capítulo seis nos presenta las memorias de la
señorita del 103. Principia en seguida hablándonos de la
muerte y de la cruel indiferencia de lo que vive lozano y
vigoroso hacia lo que muere mustio y casi desapercibido.
Una verdad bien palpable con la que vivimos a diario, casi
sin advertir a la tremenda realidad que encierra, y olvi
dados de lo que implica.
La muerte llama, uno a uno, a todos los hombres
y a las mujeres todas, sin olvidarse de uno sólo—
¡Dios, qué fatal memoria.' — , y los que por ahora vamos
librando, saltando de bache en bache como mariposas o
gacelas, jamás llegamos a creer que fuera con nosotros,
algún día, su cruel designio ...
Para lo que vive no existe lo que se muere, lo que
se pierde implacablemente para la vida, lo que huye
del cotidiano dolor de mantenerse, instante a instante,
en una ininterrumpida continuación de actitudes. Y
para lo que se muere, lo que vive y perdura es una
dolorosa y ofensiva presencia que no se aguanta.
(p. 335)
La desesperación al enfrentarse con el desengaño de
la muerte trata de invadir su estado de ánimo aunque no lo
consigue. Nos dice:
A veces quiere el ángel que ordena los pensamientos
desde su celestial oficina, que yo piense en lo veloz,
en lo inexorable, de la muerte nuestra.
Entonces me invade un ahogo, una desazón que no
sabría explicar. ¿Para qué nacemos, Dios mío, si
nuestra vida es brevísima para explicárnoslo? ¡Ah,
prefiero no pensarlo.' (p. 337)
La chica sigue escribiendo sus memorias hasta que,
como el chico anterior, la muerte trunca su relato en la
111
oración inacabada. "Me siento sin fuerzas para nada. Ni
para coger la pluma siquiera. Si muero sin continuar mi
relato ... " (p. 345). Nos avisa de la muerte de la chica
el tema recurrente, "Cruzado sobre la carretilla etc."
Finalmente pasamos a las cartas del señor nego
ciante a su administrador de la empresa. El internado está
en la habitación número 2. Este señor sí que se ha tras-
formado de verdad. Ha comenzado a vivir una nueva vida.
Las actitudes que consigo traía cuando vino al pabellón no
podrán estar más lejos de las que hoy tiene y de lo que
ahora estima. Las preocupaciones por la bolsa y las accio
nes, no sólo las ha apartado de sus valores sino que trata
de convertir por cartas al gerente que tomó su cargo. Día
domingo escribe:
No; no está usted en lo cierto. Toda esa dicha
ficticia que usted se ha creado para vivir y en la que
yo— para mi desgracia— he creído antes de la trasmisión
de poderes, cuando era, como usted es ahora, gerente
de la B.E.L.S.A., nada importa, hágame caso, para con
seguir o perder ese don inaprehensible que se llama la
salud.
Mi salud marcha mal, amigo mío, muy mal: ¡pero,
soy tan feliz.' (p. 346)
Su mujer y su hija se alojan en un chalet alquilado
en el pueblo vecino. Su esposa viene a diario a visitarle.
Se han reconciliado, y él pide al gerente que por lo que
más quiera, no venga su querida, la señorita Fifí, a verle.
112
Respecto a la inminente muerte, el negociante, como
algunos de los demás protagonistas, también tiene dudas.
Vacila entre la incertidumbre y lo cierto.
A veces parece que me resigno a mi suerte, que
no temo a la idea de desaparecer; pero otras veces
hay en que me resisto a creer lo evidente y en que
me aferró al cariño de mi santa mujer y de mi pobre-
cita niña como un clavo ardiendo para no sumergirme
entre las olas de la desesperación. (p. 349)
El jueves escribe: "Esto ^e acaba lo noto impla
cablemente dentro de mi ser" (p. 348). El viernes escribe:
"Me invaden una paz interior y un dulce bienestar, que se
me antojan los más funestos presagios. El desenlace de la
farsa de mi vida se aproxima" (p. 349). Para el sábado
dice, "he vuelto a confesar. Conviene ver las cosas con
objetividad" (p. 350). Y el domingo que fallece, "me en
cuentro muy bien. ... Quizás esto quiera decir que no paso
de esta noche" (p. 350).
Efectivamente; nos dice el narrador, "La carretilla
marcha por el sendero ... cruzado sobre la carretilla ...
el ataúd. ... Dentro, un hombre muerto" (p. 352).
El que haya conocido lo que son las entrañables
lágrimas, puede apreciar sin ninguna explicación la nuez de
ballesta atravesada en la garganta de que nos habla Cervan
tes en las palabras que seleccionó Cela para principiar
113
Pabellón de reposo. Cela, en su experiencia personal de
reposo, sin duda presenció muchas muertes y observó mucho
dolor espiritual. Fue testigo involuntario de la historia
de seres inútilmente esperanzados en quienes la nuez de
ballesta en la garganta turbó y atragantó sus voces y movió
el corazón sensible de Cela a compasión.
La novela comenzó por el verano, precisamente, en
julio y termina con un epílogo que indica que ha llegado el
invierno. La nieve todo lo ha cubierto. Se ha completado
un ciclo igual que el ciclo de las vidas que contó. Se
cierra la novela con unos versos dignos de cita:
Yo pienso en campos de nieve y en pinos de otras
montañas. Y tú, Señor, por quien todos vemos y que
ves las almas, dinos si todos, un día, hemos de
verte la cara.
El mundo, impasible a la congoja, sigue dando
vueltas por el espacio, obediente a las complicadas
leyes de la mecánica celeste. (p. 354)
Con esta cita hace Cela un resumen de su mensaje novelís
tico en Pabellón de reposo. La indiferencia, no ya de las
circunstancias físicas inmutables donde habita el yo, sino
de las circunstancias morales se pone de relieve en cada
uno de los siete protagonistas en cimbas partes de la novela.
Termina con la misma esperanza que sostuvo a cada protago
nista hasta la muerte— la esperanza de otra vida, la de
verle la cara a Dios.
114
Algunos críticos sobre todo estadounidenses han
visto en los personajes de Cela una obra de destrucción
propia, una especie de sicología que busca deshacerse del
ambiente, sin aspiraciones ni sentido, y desaparecer en la
profundidad de la nada. En vista de estos críticos,
nuestra investigación ha tratado de presentar todo lo que
hemos sacado en limpio de esta novela. Lo que hemos sacado,
sin embargo, es todo lo contrario de lo que ellos han
visto. Tratamos desde un principio en este capítulo de
aducir, por medio de citas, la compasión y el significado
del pensamiento celiano respecto a este sector de la huma
nidad. No obstante, para ellos la compasión de Cela no
sólo ha pasado desapercibida sino que el significado mismo
de la vida se ha perdido. En un país de tradición fuerte
mente cristiana, la filosofía de vida del pueblo, a la
fuerza, parecerá sin sentido para el que tenga otra inter
pretación.
In the Spain of Cela people live in a profound
sleep without direction or meaning, but in this sleep
they live out their lives killing and hating and
destroying all that stands in their way— in their
desire to enjoy a meaningless sleep.
12
Robert Kirsner, "Spain in the Novéis of Cela and
Baroja," Hispania, XLI (marzo, 1958), 41.
115
Luego el mismo crítico en otra obra publicada cinco
años después en la parte referente a Pabellón de reposo
dice, "As with the tuberculars of the novel, the image
before Cela's audience is that of self-destruction, without
13
purpose, without meaning."
Otro crítico desarrollando el mismo tema dice,
En los personajes creados por Cela lo primero que
llama la atención es que casi todos ellos son agentes
o víctimas de la muerte. ... En Pabellón de reposo,
hay menos violencia pero no menos muertes. ... Los
tísicos van a un sanatorio para curarse y se quedan
para morir.^
Que lo antedicho sea lo que algunos lectores o
críticos sacan en limpio de los personajes de Cela, es un
hecho indiscutible, pero que ésto sea la sustancia o el
mensaje que late detrás de esas vidas que nos propone Cela,
no se puede admitir en vista de las infinitas posibilidades
en todos los planos: sicológico, ético, filosófico, físico
etc., que ofrece la literatura para expresar matices insos
pechados y casi inalcanzables por la realidad en cueros o
la escueta palabra.
13
Robert Kirsner, The Novéis and Travels of Camilo
José Cela (Valencia: Gráficas Soler, 1963), p. 46.
14
Predmore, "La imagen del hombre en las obras
de Camilo José Cela," p. 82.
116
También puede sospecharse otro factor que dificulta
la comprensión de la obra de Cela: el problema de traduc
ción. Lo dice nada menos que un conocido traductor de la
obra de Cela. El problema de traducción no sólo viene al
caso aquí que es una obra de concentrado lirismo medita
tivo, sino que es de suma importancia en preparación del
camino para las obras posteriores ya que se han vuelto un
tanto más difíciles e intraducibies. Cela es un escrutador
del pensamiento íntimo del pueblo, del espíritu cultural
del español que no tiene traducción. Si tuviera traducción,
le faltaría su identidad étnica dejándose ver por los ojos
de otra cultura. Para comprender la obra de Cela no sólo
hay que comprender el idioma, sino que hay que comprender
a fondo la cultura. No quiere decir esto que su obra sea
estrictamente regional pero sí hay bastante de lo propio en
ella para rendir algunas interpretaciones inválidas.
The difficulties of translation may well be in
superable in his principal works, or at any rate in
his principal novéis. Even his short stories can
scarcely be made to yield to the change into English.
Cela, who at first would allow himself to write a book
in a purely poetic style only after he had produced
two or three books in a more or less available Spanish
(available to translation), has more and more deferred
to his poetic talent, and permitted himself to write
books which are largely poetry. Every one of his books
has presented its own problems however.
117
There is The Hive, for which an ingenious trans-
lator of the caliber of the Englishman J. M. Cohén
(who found no difficulty with Cervantes or a dozen
other classic writers) was forced to cali on Arturo
Barea to act as collaborator, and which still is not
quite right in English.^
Creo que sea innecesario insistir en que cuando la
humanidad lee algo, lo interpreta, naturalmente, según sus
propias experiencias adquiridas, paso a paso, y a la manera
que ha ido creciendo y desarrollándose con ellas. No es
insólito que una idéntica realidad en distintas culturas se
conciba y se interprete de una forma extremadamente disimi
lar.
La muerte, por ejemplo, es un caso auténtico de
esta idéntica realidad. En los E.E.U.U. existe una actitud
evasiva a la muerte y hablar de ella sería desagradable e,
incluso, hasta macabro. Sería tema de los emocionalmente
desequilibrados o morbosos puesto que el hecho puede eva
dirse fácil y perfectamente, impulsado por el sorprendente
y próspero negocio de la casa fúnebre--cultura harto espe
cial de Norteamérica^— y que, sin embargo, tiñe para
^Anthony Kerrigan, "Camilo José Cela and Con-
temporary Spanish Literature," Western Review, XXII (1958),
296.
^Jessica Mitford, The American Way of Death (New
York: Simón and Schuster, 1963).
118
el norteamericano todo lo que sobre ella se piense o se
diga. El vulgo jamás se ha enfrentado con la muerte en un
sentido real y prefiere seguir creyendo que es un hermoso
sueño en medio de una enorme montaña de claveles y rosas en
la casa fúnebre; o un encantador reposo en el sosegado
mausoleo de un Forest Lawn. No lo puede remediar, porque
ha nacido y crecido, incluso, ha vivido con esa actitud.
Quizá también en España empiece a nutrirse dicha
actitud, Cela nos dice:
Por fortuna, mis páginas han perdido actualidad—
o, al menos, dramatismo— y como consecuencia, acritud,
y la siniestra y chirriante carretilla ya no se emplea
para transportar, entre las dos luces del crepúsculo,
su dulce carga de adolescentes muertos, su áspero flete
de hombres y de mujeres muertos con el mal seltándoles,
en su disparatada cabriola, por los recovecos, llenos
de hollín, de los pulmones. '
Hemos llegado al final de la meditativa agonía de
un sector humano que Cela, por medio de siete protagonis
tas, nos ha comunicado. La abundante e intensa acción de
estos siete, fue muy contraria a la del protagonista del
primer capítulo. La diaria acción mental de estos siete,
puesta en el crisol del sufrimiento, acabó acendrando los
17
Cela, "La experiencia personal en Pabellón de
reposo," p. 135.
119
sentimientos, sublimando las emociones y elevando y enno
bleciendo el espíritu humano. Su diaria lucha, en espe
ranza de curación, no terminó, al llegar el desengaño, en
desesperación sino que se convirtió en esperanza de otra
vida después de la muerte. Terminó con el deseo de verle
la cara a Dios aunque muy humanamente, repetidas veces, a
los siete les acechara la duda de las cualidades onto-
lógicas y éticas de la otra vida. Esta acepción con aplomo
de lo dificilísimo les puso sus seres de relieve en fuerte
armonía con la naturaleza. Cela, habiendo experimentado él
mismo esta vida, captó, profundamente con harta sensibili
dad, innumerables detalles de sus sentimientos. Nos trans
mitió con delicadeza el incontenible dolor de tener que
ahogar el cariño humano. Nos demostró continuamente lo
trágico e innatural de vivir privados del calor humano,
condenados a luchar aislados, sin tener a quien pedir ni
consejo ni auxilio. Nos presentó, en otros tantos detalles,
eí fait accompli del hombre deshumanizado por la crueldad
y egoísmo del hombre. A nadie le interesaron ni le inte
resan estos enfermos tuberculosos, incluso, a los adminis
tradores del pabellón.
Los críticos que han visto crueldad en esta obra,
o falta de sentido en las vidas que retrata, se engañan
120
puesto que Cela sólo presentó lo que sus atónitos ojos
presenciaron, incluso, bien diluido. La crueldad no está
en Cela, sino en los hechos que observó. En cuanto a la
aparente falta de sentido en sus vidas, proponemos las
citas abundantes tomadas de sus diálogos, monólogos y car
tas que ampliamente justifican su fuerte creencia y tenden
cia hacia una vida después de la muerte.
En el capítulo primero hemos visto la preocupación
de Cela por el supuesto criminal injustamente agarrotado,
en el segundo su compasión por el enfermo aislado. En el
tercero le veremos abarcar, en su compasión, a todos los
seres física y moralmente tarados.
CAPITULO III
LA COLMENA
Cela y la crítica de La colmena
Además de las tesis sobre Cela, descritas ya en la
introducción de este trabajo, existe una abundante crítica
específicamente sobre La colmena. En vista de que esta
novela se consideró desde el principio como el auge nove
lístico de Cela, nos incumbre investigar el pensamiento de
los críticos sobre ella antes de entrar en su análisis. En
este tercer capítulo de nuestro trabajo expondremos pri
meramente la opinión de la crítica y luego pasaremos a la
presentación del pensamiento filosófico y social de Cela
según se refleja en ésta su obra maestra. Dicha obra es la
expresión novelística culminante de su quehacer social y de
su filosofía respecto al individuo y a la sociedad.
La publicación de La colmena se prohibió al prin
cipio en la propia patria del autor, publicándose por
primera vez en la Argentina en 1951, después en México y
121
122
finalmente en España en 1955.^
La cuarta novela de Cela, La colmena, es a vista de
2
la mayoría de los críticos la mejor novela del autor. A
nuestro parecer es la novela que sintetiza y expresa todas
las inquietudes de Cela sobre los múltiples y variados
problemas de la humanidad. Es verdaderamente el producto
de su ingeniosidad, de su laboriosa precisión, de su pene
trante observación, y de su clara visión de la realidad.
José María Castellet ha dicho que "el lector podrá encon
trar muestras del paciente y acertado trabajo de precisión,
3
de laboratorio que Cela ha desarrollado en La colmena."
Claro que la novela no abarca— sería imposible— toda la
sociedad madrileña de 1942 pero sí, un sector del mayor
interés para el que sienta de verdad, la inseguridad y las
vicisitudes del pobre desdichado. Aunque en la novela
figuren todos los estratos económicamente representativos,
abundan los desposeídos porque, indudablemente, es sobre
^"Camilo José Cela, La colmena en Obra completa,
Vol. VII (Barcelona: Destino, 1969), p. 32.
2
Nora, La novela española contemporánea, p. 130.
Minik, Novelistas españoles, p. 269.
3
José María Castellet, en Cela, vida y obra (New
York: Hispanic Institute, 1962), p. 36.
123
éstos, la doliente humanidad, que se apoya el mensaje
humanitario de Cela.
Entre la multitud de personajes, nos presenta una
docena, al menos, que tienen, sin duda alguna, de que echar
mano económicamente y algunos son, incluso, hasta excesiva
mente ricos, como doña Rosa, la dueña del café. Mezclados
entre los ricos están los que viven en la miseria pasando
hambre y necesidad, como Martín, Pura y Dorita, etcétera.
La novela cobra su mayor mérito por su ajuste a la
vida como realidad de palpitante vitalidad y no como crea
ción ficticia. Muchos críticos han comentado este aspecto.
Cela is not Ínterested in creating exaggerated
literary figures. His characters are drawn directly
from life with remarkable faithfulness; their harsh,
tragic, innocuous, and desperate lives are depicted
in all their human degradation. They are flesh and
blood madrileños, indolent or industrious, joyful
or sorrowful, selfish or affectionate, arrogant or
complacent, simple or pedantic. Victims of the
inexorable monotony of their existence, which flows
without major tragedies, they lead vague lives, face
inescapable adversities, endure hunger, and think of
the inevitable marks of oíd age and death. This all
adds up to a fantastic collection of snapshots in
which the author displays the power of Goya in the
vivid, and unflattering portrayal of his characters.
4
John J. Flasher, "Aspects of Novelistic Technique
in Cela's La colmena," West Virginia University Philologi-
cal Papers, XII (noviembre, 1959), 34-35.
124
David Foster nos dice que hay que subrayar dos pun
tos en el autor: "la novela de Cela como historia ... y el
deseo de Cela de evitar cualquier forma de prosa que no
5
fuera una aproximación fiel de la vida."
Emilio González dice, "La colmena es la novela más
representativa de un sentido existencialista del arte y de
la vida, o quizás mejor, de las vidas humanas, vistas con
la objetividad del nuevo realismo ... que excluye como
perturbador el sentimentalismo."6
Olga Ferrer opina que La colmena "no sólo recuerda
por el título Los caminos de la libertad de Sartre, sino
que manifiesta, además, una intención de mantenerse dentro
7
de la forma y temática existencialistas." Manuel Durán
comentando la misma novela nos dice, "hay en Cela un humo
rismo frío, sardónico, amargo, hecho de emoción contenida,
de indignación refrenada" y luego hablando de la técnica
5
David William Foster, "La colmena de Camilo José
Cela y los informes de éste sobre la novela, " Hispanófila,
XXX (mayo, 1967), 62.
g
Emilio González, "La colmena de Cela," Revista
Hispánica Moderna, XX (julio, 1954), 232.
7
Olga P. Ferrer, "La literatura española tremen-
dista y su nexo con el existencialismo," Revista Hispánica
Moderna, XXII (julio-octubre, 1956), 300.
125
dice, "es lo que ha hecho posible que Cela nos muestre los
árboles individuales y el bosque colectivo— confuso, triste,
g
pero bien vivo— del Madrid de la postguerra."
José Ortega comparando a Cela con Goya dice, "Trata
este artista— especialmente en sus Caprichos y Disparates—
de buscar, como Cela, en sus escritos, la raíz del hombre,
mostrándonos su indignidad, sin paliativos de ningún
9
tipo. "
También lo compara con el pintor José Gutiérrez
Solana a quien Cela dedicó su discurso de entrada en la
Real Academia, "los tonos negros, ocres de este pintor
tratan de poner al descubierto la verdad que hay debajo de
las cosas. Por esta senda ... trata Cela de expresar el
sentido y filosofía de la vida en sus novelas. Y en su
estudio sobre La colmena nos dice, "no adorna Cela la
trivialidad de las vidas que ha elegido para su narración,
las reproduce según su técnica, con el fin de tener en un
estado más puro ese tejido viviente, cuya materia prima
g
Manuel Durán, "La estructura de La colmena,"
Hispania, XLIII (marzo, 1960), 22-23.
g
José Ortega, "Antecedentes y naturaleza del tre
mendismo en Cela," Hispania, XLVIII (marzo, 1965), 22-23.
10Ibid. , p. 23.
126
es la vida cotidiana."
Torrente Ballester ha percibido asaz la sensibili
dad de Cela en los problemas del hombre en La colmena y nos
dice que la novela "no es, como en Pascual Duarte, inven
ción imaginativa, sino material empírico, fruto de la
observación orientada hacia las formas más cotidianas de
12
la existencia Madrileña." Y lo que es más, considera a
la labor de cinco años de su autor como un descubrimiento
del hombre real en su versión de "pobre gente corriente"
de "pobre hombre moderno" que vive en la ciudad colindando
con la normalidad económica y moral y con la miseria.
Ahonda más aún y nos dice del motivo literario:
... el mundo de La colmena no ha sido elegido en virtud
de una tradición literaria, sino de unas complejas
razones sentimentales en las que no cuenta para nada
la devoción al pintoresquismo o al color local. . ..
Por fidelidad ... a este tiempo, Camilo José Cela pre
fiere las pobres gentes a que antes hice referencia.
José Ortega, "La colmena de Camilo José Cela:
contenido y expresión" (disertación doctoral no publicada,
Ohio State University, 1963), p. 72.
12
Gonzalo Torrente Ballester, "La colmena, cuarta
novela de C. J. C.," Cuadernos Hispanoamericanos, XXII
(julio-agosto, 1951), 96.
13Ibid., p. 97.
127
Robert Kirsner dice:
In La colmena, the intertwining lines . . . serve
to give us a view of the author's concept of Spain
. . . the life of a seemingly inconsequential and in-
significant person succeeds in revealing the author's
acrimonious attitude toward his country.^
Parece ser que los críticos, que pocas veces coin
ciden, están de acuerdo respecto a la verdad y tipo de
personajes en La colmena. No cabe duda que se trata del
sector pobre y doliente de la ciudad al que Cela, a pesar
de su propio medio, extiende una casi infinita comprensión.
Jerónimo Mallo nos dice:
La mayor parte de los personajes son seres caídos,
desventurados, sin esperanza de mejoramiento en sus
vidas frustrados. ... El lector experimenta una sensa
ción de angustia, porque los hechos relatados son de
una verosimilitud indudable y el lenguaje en que habla
la gente es de una expresividad perfecta ... no puede
negarse que una gran parte de la población aparece
fielmente retratada en sus páginas.
John Kronik hablando de la generación de 1936
señala a Cela como escritor que, desde luego, hace sentir
en La colmena la guerra civil a través de sus consecuencias,
y cuyo tema no es sino el destino humano. Nos dice: "el
^Robert Kirsner, "Spain in the Novéis of Cela and
Baroja," Hispania, XLI (marzo, 1958), 40.
15
Jerónimo Mallo, "Caracterización y valor del
tremendismo en la novela española contemporánea," Hispania,
XXXIX (marzo, 1956), 52.
128
problema de Pascual Duarte, de Martín Marco, de la catira
Pipía Sánchez, de Timoteo el incomprendido, es la existencia
misma. Kronik opina que la insatisfacción de escritores
como Cela ante los problemas de la España contemporánea les
eleva a un plano universal.
Sin embargo, los problemas de España no son sino un
aspecto sui generis del dilema espiritual y político
del hombre contemporáneo, por lo que los escritores
del 36 fijándose en lo español pueden comentar lo
universal, y comentando la situación universal pueden
llegar implícitamente a lo español.^-7
Verdaderamente este es el signo que distingue a
Cela de lo puramente regional. Es la inabdicable cualidad
que le coloca como escritor filosófico entre los grandes
escritores universales que el mundo ha conocido pese a sus
más acusados delatores que siempre quisieron ver, por moti
vos siniestros indignos de honradez intelectual, en el
renombre de Cela, el fruto de su propia leyenda. Le rega
teaban descaradamente— viniera a cuento o no su propia
personalidad— lo que justamente le pertenece. No obstante
los críticos continüan señalando claramente los aportes
^John W. Kronik, "Cela, Buero y la generación de
1936: raigambre de una visión histórica,” Symposium, XXII
(1968), 167.
^7Ibid., p. 167.
129
de Cela. Nos dice Gómez Marín:
... lo que Cela hizo fue incorporar a la narrativa,
de forma meditada y exacta, sin descuidarse en el
método ni olvidar las consecuencias, el lenguaje y
los temas de la calle, los modos reales de expresión
de las masas, la manera en que efectivamente pre
gunta, contesta, saluda o injuria el hombre medio.
Significa, naturalmente, esta incorporación de lo
popular, un interés social grande y un profundo cono
cimiento de la estructura vital de la sociedad ...
la obra de Cela traía otra aportación fundamental: el
nuevo estilo fácil, desembarazado, directo, rápido,
expresivo, real, en una palabra, que tanto sorprendió
y que levantó tanta polémica.
Los críticos— y quizá como dice Cela— los críticos
de receta, picados ya por La familia de Pascual Duarte,
desencadenaron un impetuoso chaparrón crítico sobre La
colmena a la que la censura— después de haber retirado a
Pascual Duarte— no permitió que se publicase en España. No
obstante salió a la luz en la Argentina y, como veníamos
comentando, su objetividad y realismo, no de suerte natu
ralista, eran imponentes. Nos dice Ricardo Gullón:
La colmena está escrita objectivamente ... pero
no con impersonalidad. Cela es observador, hombre
para quien el mundo existe, y al don de observar con
detalle une el de expresar con acuidad. ... Los diálo
gos son rápidos, tomados "del natural," según se decía
hace cincuenta años, pero refundidos y vertidos al
18
José Antonio Gómez Marín, "Literatura y política.
Del tremendismo a la nueva narrativa," Cuadernos Hispano
americanos, CUCLIII (enero, 1966), III.
ritmo de la narración. Por la brevedad y dinamismo de
las conversaciones, por el frecuente desplazamiento
de la escena y por la señalada concentración del mate
rial, ese ritmo es vivo sin llegar al "prestissismo"
y constituye una de las cualidades que conviene desta
car en este libro.^
De su técnica nos dice Gullón que "alcanza en La colmena un
punto de eficiencia que no estamos acostumbrados a encon-
- «20
trar en la novelística española actual.
Este nuevo sentir hace que su técnica sea rápida a
imitación, en realidad, de la misma vida moderna la cual,
Cela, en su fina sensibilidad, permaneciendo fiel a la
realidad, retrata con bien logrado acierto. Y, dicho sea
de paso, que no por falta de habilidad deja de crear los
personajes que añoran los críticos, sino porque dichos
tipos resultarían trasnochados e inarmónicos en el ambiente
actual; anacrónicos y desencajados en la vida de hoy. La
vida moderna transcurre a un paso rápido y si se es fiel a
ella, habrá que seguirle su ritmo. Esto vindica amplia
mente a Cela de las tantas veces repetida crítica— es ya
un tópico— que sus personajes son bocetos con los que no
19
Ricardo Gullón, "Idealismo y técnica en Camilo
José Cela," Insula, VI, No. 70 (octubre, 1961), 3.
131
se puede intimar, esbozos y siluetas desprovistos de huma
nidad. Los más vehementes detractores no le niegan habili
dad creadora que por lo tanto pudiera emplear Cela para
humanizar a lo Galdós si le diera la gana. La verdad es
que no hace caso ni le interesa seguir la receta que pro
porciona la crítica porque la literatura para él es la
vida misma a la que hay que tomarle el pulso cada instante
ya que es un ente vivo y dinámico y no estático. Dice
Cela:
Mienten quienes quieren disfrazar la vida con la
máscara loca de la literatura ... mi novela, La
colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que
una humilde sondara de la cotidiana, áspera, entra
ñable y dolorosa realidad. ... Esta novela mía no
aspira a ser más— ni menos, ciertamente— que un
trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias,
sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida
discurre, exactamente como la vida discurre.
Que Cela es fiel a su tiempo y a la realidad lo ha
demostrado paladinamente con publicar su obra a pesar de la
censura. Jamás ha cambiado su pensamiento ni se ha echado
atrás por acomodar a nada ni a nadie que pudiera prosti
tuirle la verdad. El mismo nos dice:
21
Camilo José Cela, "Nota a la primera edición de
La colmena," en Obra completa, Vol. VII (Barcelona: Destino,
1969), p. 957.
132
Las Inmensas alegrías, los grandes gozos del escritor
se apoyan— o deben apoyar— en su firme propósito de
no mentir, en su deliberada intención de pintar las
cosas como son y sin vanos adornos que al desfigurar
las, habrían de llenarle la conciencia de una amarga
y adulterada tristeza.
Sí; somos alegres porque somos sinceros porque no
mojamos nuestra pluma en tinta de celamar y porque
nos negamos a hacerle el son al confusionismo con las
rendidas palmas que, a cambio de tanta confusión, se
exige.^
Chatignon nos dice de La colmena que "elle rejoint
le courant de 1'existentialisme contemporain, par le theme
du sexe en lutte inégale contre le temps. Le temps tapi
2;
comme un monstre discret, fait seul le destin des hommes."
En La colmena. Cela trató hasta el extremo de ser
objetivo sin emparentarse con el naturalismo del siglo
anterior. No buscaba nuevas técnicas— pese a que cada
novela suya sea sui generis— sino una liberación de todo lo
que impidiera una libre expresión de la diáfana realidad
observada por un avezado experto de gran acuidad. Buscaba
dar expresión de una manera ágil que fuese auténtica
22
Camilo José Cela, "Los gozos y alegrías del
escritor," Papeles de Son Armadans, II (septiembre, 1956),
245.
23
Marius Chatignon, "Camilo José Cela: La Ruche
(traduit de l'espagnol par H. Astor)," Esprit, XXVII,
No. 270 (febrero, 1959), 381.
133
exposición de lo observado. Por ello la crítica sin poder
poner el dedo en la llaga la ha relacionado ora con el
existencialismo ora con el naturalismo, y no pocas veces
con otros "ismos."
Distinguiendo el naturalismo de Cela del de Zola
nos dice Baquero Goyanes:
Donde en Zola, había agotador acarreo de detalles,
prolijas descripciones y obsesión tendenciosa,
hay— en La colmena, sobre todo— una eficacísima
economía descriptiva, un quedarse con lo esencial—
rasgo, léxico, ademán— para conseguir, con el mínimo
de trazos y recursos, la más intensa sensación de
vida captada en su cálido fluir.24
Tiene razón dicho crítico aunque no menos que el
anterior que la coloca— como otros ya citados— dentro de la
corriente existencialista. Pero no nos dejemos llevar por
las etiquetas y perdamos la esencia del mensaje en el
vehículo que lo reparte. Cela a pesar o no a pesar de las
técnicas, es un humanitario, difícil como todo español, de
conocerle a fondo; sería estulticia no menos que audacia
intentarlo. Los críticos ya lo han dicho;
Hombre de anécdotas, mal haría quien por ellas le
juzgara, pues sobre la barba, la academia y otras
24
Mariano Baquero Goyanes, "La novela española de
1939 a 1953," Cuadernos Hispanoamericanos, LXVII (julio,
1955), 89.
134
excentricidades razonables, Cela es un escritor extra
ordinario, no inferior a los grandes de generaciones
anteriores. Prosista de verdad, dotado de admirable
mirada para desentrañar lo nuestro, para vivir lo
nuestro y revelarlo a través de unos pocos rasgos de-
finitorios. Posee el don de síntesis . .. una frase
suya dice más sobre tal circunstancia, suceso o per
sona de cuanto es capaz de expresar el escribidor
vulgar en media docena de p á g i n a s .^5
Todo hombre es difícil de conocer, y más el español
por su complicada historia y su manera de ser. Se dice
que para conocer a una gente extranjera lo mejor es irse a
vivir en el país pero para comprenderla no se puede hacer
más que leer a sus mejores autores.
Del alma española, nos dice el mismo Cela en un
artículo para una revista francesa: "L'áme étrange de
1'étre espagnol— son quid ultime— peut se présenter a nous
revétue des déguisements les plus variés et méme les plus
opposés, sans sa lointaine essence en souffre ou s'en
plaigne.
Luego más adelante nos dice cuales fueron las fuen
tes que formaron a España y cuales los variados elementos
que figuraron en las actitudes y en la final acepción de
2^Ricardo Gullón, "España, 1958," Asomante, XIV
(julio-septiembre, 1958), 72.
26
Camilo J. Cela, "Sur l'Espagne, les Espagnols et
leur essence," Preuves. No. 123 (mayo, 1961), p. 15.
135
la continua lucha cotidiana como parte de su propio ser.
Es curiosa esta observación ya que sintetiza toda la histo
ria del español y que viene muy a cuento en los personajes
de La colmena cuya vida diaria es un continuo luchar contra
el tiempo y el destino.
L'Espagne est le produit de la vie en commun, de
la lutte, de la destruction reciproque et de la fusión
de trois races— ce dernier terme est assez confus
dans l'histoire espagnole— et de trois religions: les
Chrétiens, les Maures et les Juifs.2^
Se precisa, sobre todo, desentrañar el por qué de
esas vidas de La colmena que Cela pinta fielmente o como él
dice retrata con su máquina fotográfica sin teñir nada con
su opinión; si los tipos eran feos, tarados o desnutridos
ya no es suya la culpa. Por ello cabe insistir en la rela
ción de la novela con el naturalismo que tan fácil resulta
a la crítica pero que no llega al motivo del autor.
The dialogues are squalid exchanges between persons
of whom the novelist has no expressed opinión. The
novel reads like the fragmentation and recombination
of several Zola documents. It is bitter honey that
he crams into combs . . . the method is cinematic;
it flickers, falters, and bewilders.28
27
Cela, "Sur l'Espagne, les Espagnols et leur
essence," p. 15.
28
Paul West, "Eloquentia Standing Still: The Novel
in Modern Spain," Kenvon Review, XXV (Spring, 1963), 210.
136
Aclaramos aguí, antes de proseguir, lo que en
nuestro trabajo parezca haber de contradictorio entre lo
natural, el naturalismo, y el arte de La colmena. Real
mente la novela de Cela no es naturalista según lo que
encierra ese movimiento. Que su método de captar la reali
dad tenga parecido al del naturalismo no se discute, pero
que sea el mismo no se admite. Para el naturalista ningún
detalle está demás sino que toda la minucia cuenta clínica
mente como en una ciencia aplicada para completar el cuadro.
Para Cela, en cambio, aquellos detalles cuentan que son
indispensables en la comunicación de una o de varias verda
des. Por eso es que algunos sólo se tocan rápidamente
mientras el conjunto de otros se pone de relieve. Si al
contemplar, por ejemplo, un cuadro de la muerte, nuestra
atención forzosamente se centra en la blancura del cráneo
o en el tamaño del fémur en vez de en la osamenta total,
entonces ya en ese momento se nos ha defraudado de una ver
dad. Se nos ha mentido en la literatura. Se nos ha hecho
creer en lo que desde un principio era falso por ser ajeno
al motivo primordial. Se nos ha hecho creer en lo que era
sólo un detalle— una pieza del armazón— y no en la verdad
a la que el conjunto de detalles apuntaba.
137
Los detalles de Cela son vistazos rápidos según es
natural a la vida por el paso que la vida misma sigue, pero
no natural según el naturalismo ya que éste se envuelve
detenidamente en el detalle hasta completar un cuadro más
o menos científico. Esta envoltura resulta innatural a la
vida cotidiana. Sirva otro ejemplo para aclarar nuestro
punto. Si observamos por televisor un momento determinado
de un partido de fútbol, por ejemplo, en rápido y excitante
movimiento, tendremos ahí una idea del arte fotográfico de
Cela, mientras que la vista o instant replay del idéntico
momento en slow motion nos acercará más a una idea del arte
naturalista. Es cuestión, aunque no totalmente, de tiempo
y de selección en el relieve del detalle para la comunica
ción de un quehacer. La colmena de Cela se diferencia de
la novela naturalista por su manera y método de retratar lo
objetivo o sea lo que existe fuera del artista. Su colmena
de vida humana es un retrato de la vida agitada de Madrid
en un momento determinado, pero al contrario de una colmena
de verdad, es una colmena sin rumbo. Este es el motivo de
la presentación de Cela.
Es amarga miel la de esta colmena según la cita
precedente de Paul West, sin embargo, esta miel es la vida
138
de muchos, de muchísimos en el Madrid de 1942 de la post
guerra y es también la vida de muchas ciudades europeas de
la segunda guerra mundial de las que no apareció, como en
Madrid, quién las elevara noblemente de su banal insigni
ficancia hasta la literatura.
The inclination to objectivize problems and to
give a photographic view of the reality, showing it
from without produced . . . La colmena a vast fresco
where the intention is to depict the life of Madrid
during the years of World War II. The author meant
to reflect life as it is, without including himself
OQ
in the picture. 3
De esta diaria, monótona, aburrida y desesperada
vida del Madrid de 1942 salió por mano de Cela una obra de
arte noble, de pintura exquisita, de fotografía auténtica
y de genuina literatura para dar al mundo a conocer las
vidas insignificantes de las que no tenía ni siquiera un
vago presentimiento. Tal fue el motivo de Cela y tal sigue
siendo en obras posteriores como Tobogán de hambrientos,
Izas, rabizas y colipoterras. Fue y es grande el mérito de
Cela en ocuparse de los desamparados y en emplear lo mejor
de su talento para emprender contienda formidable contra
la inclemente indiferencia humana. El esmero de Cela en
29
Ricardo Gullón, "The Modern Spanish Novel, " Texas
Quarterly, IV, No. 1 (Spring, 1961), 82.
139
La colmena no es la técnica sino la verdad humana, ya lo
han dicho los críticos:
A la différence de la génération de 1'avantguerre,
ce qui l'attire, ce n'est pas la forme mais le contenu;
non le jeu artistique mais la verité humaine. ... Le
Madrid de La Ruche de 1942, sans perspective, sans
élans nobles, reduit aux instincts les plus élémen-
taires, représente la nausée méme, sans palliatifs,
sans espérances.3®
En este desenfado y despreocupación por la forma
pudo desenvolverse sin entorpecimiento Cela, el poético
escritor, como no lo habían conseguido novelistas ante
riores .
The best writers of the present day— Ayala or
Cela, for example— have risen above the sense of
inferiority felt by the Spanish novelista of a
quarter of a century ago. Perhaps the excessive
preoccupation with technique, or rather techniques
from which that period suffered, limited too much
the possibilities of talented writers such as Ben
jamín Jarnés and Antonio Espina.3^-
Que Cela al echarse a la plaz?'. con su maquinilla de
fotógrafo consiguió retratar fielmente la realidad lo afir
man innumerables testigos.
El Madrid de Cela es el Madrid de la complicidad
en el abandono. El autor no protesta ni denuncia,
sólo nos muestra ... a una humanidad doliente y sin
30 „
Sebastián Cienfuegos, "Le román en Espagne,"
Europe, XXXVI (enero-febrero, 1958), 26.
^Gullón, "The Modern Spanish Novel," p. 87.
140
esperanzas. ... La novela se resuelve en presentación
de personajes hambreados o eróticos y en notables
estampas ciudadanas. El poeta de miniaturas que es
Cela nos canta los solares de la Vieja Plaza de Toros,
los bancos, callejeros, el paseo por el Metropoli
tano. ... Es el terrible Madrid del estraperlo, el
Madrid de las cartillas de racionamiento y de la venta
de pan blanco a la salida del metro. Es un Madrid
demasiado duro para que Cela descubra los remansos
cristianos de Pérez Galdós, ni siquiera el impulso
aventurero de los héroes barojianos.^2
Es un Madrid duro y desmoralizador el que logró
retratar Cela porque precisamente eso es lo que había que
retratar sin evadir la verdad. Adornarla hubiese sido
infidelidad con ganancia personal. Comentarla hubiese sido
protestar o sermonear. Pero contarla con honestidad fue
fidelidad a sí mismo y a los demás. Es un escritor honrado
que no tiene por qué inclinar la cabeza ni ruborizarse de
nada. Con la sencillez y sinceridad consiguió una obra
artística única y original siendo el primero en cantar con
arte lo cotidiano, lo aparentemente insignificante; el
primero en cantar la vida de los hombres que no son ni
héroes ni anti-héroes pero que son personas y, por ende,
de un valor infinito. Según la crítica, esto fue un gran
mérito.
32
Juan Uribe Echevarría, "Cela y su Madrid en
tercer grado," Atenea (Chile), XXVIII (julio-agosto, 1951),
107, 109.
141
Cependant une telle suite d1 instantanés, surpris
avec la precisión d'un appareil photographique, aurait
pu ne pas dépasser les limites étroites et fasti-
dieuses du document. Le grand mérite de Cela est
d'avoir su élever un ensemble aussi complexe a la
hauteur de l'oeuvre d'art en donnant a chaqué scene,
a chaqué personnage un éclairage tres personnel,
extraordinairement pathétique. ^
Otro crítico, ya citado, dice, respecto a esta
originalidad, "Cela a été un des premieres ex croisés a
34
exprimer publiquement sa nausee de 'l’ordre nouveau.'"
Pasamos ahora a otro aspecto de la obra de Cela
comentado ya por algunos, y que rinde justo honor a su cré
dito como insondable pensador relacionado en su reputación
actual con los autores greco romanos de la antigüedad.
Cela advertida o inadvertidamente, logró imitar a los
clásicos en La colmena igual que en Pascual Duarte.
Alcanzó con la sinceridad y la sencillez llegar hasta los
puertos de los escritores antiguos donde se trataba al
hombre con honestidad y armonía fiel a su naturaleza.
Donde se representaba al hombre en su total desnudez, según
su índole y en pleno acuerdo, agradable o desagradable, con
33 ^
Claude Couffon, "La Ruche, par Camilo José Cela,"
Lettres nouvelles, VII, No. 68 (febrero, 1959), 306.
34
Cienfuegos, "Le román en Espagne," p. 26.
142
el ambiente que le envolvía.
Cela shares with the writers of antiquity the artistic
freedom to mold inherited mythic material, to accept
or reject aspects according to their suitability for
his purpose and particular genius. As I understand
the relationship between the novel and the myth,
Pascual Duarte exhibits a constellation of characters'
relationships, personal motivations, and sociopolitical
undertones remarkably in consonance with those of the
myth. I would suggest that the myth is an expression
of a certain nuclear problem, or set of potential
actions, found in Western man's experience. When an
author confronta that nuclear problem and writes about
the human reality which had informed and animated the
myth, the same human reality also informs his creation,
producing echoes and parallels of other works of which
he may have been i g n o r a n t . ^ 5
Quizá no ignorase Cela a Orestes, pero, si de hecho, ni
siquiera se le ocurrieron los clásicos al escribir sus
novelas, esto, desde luego, asegura un alcance mayor a su
obra, ya que por sus temas consigue una universalidad con
sagrada ya por los clásicos antiguos. Y hace que su obra,
trascendiendo el tiempo y el espacio, muestre una perspec
tiva humana perpetua. Una perspectiva que jamás dejará de
ser humana ni perderá su frescor para todas las generacio
nes. Nos dice un escritor francés respecto a sus obras:
II faut louer chez leur auteur une élégant désinvol-
ture, un humour tres spécial et tres savoureux sous
35J. S. Bernstein, "Pascual Duarte and Orestes,"
Symposium, XXII (invierno, 1968), 313.
143
son apparente simplicité, un don de 1'observation
sincere, que d'aucuns qualifient méme de cruelle; mais
cet écrivain, moderne par le choix de ses themes et sa
préocupation constante devant le probleme de la souf-
franee et de la misere, est penétre de culture cías-
sique.
Otro crítico calcando el mismo trazo, conceptúa el
acomodo de lo terrible en la obra de Cela como una miseri
cordiosa mitigación, como una verdadera piedad, ante los
infortunios del hombre y así muchos otros que opinan lo
mismo por lo que concierne al aspecto clásico de la obra de
este autor moderno.
L'emploi classique de 1‘horrible du terrible—
comme les maux inexorables de la tragédie qui reposent
sur les concepts du bien et du mal, de la justice et
de 1'injustice— la catharsis ou purification dont parle
Aristotle est un apaisement misericordieux, une juste
pitié devant les infortunes du héros. Le destin
fouette cruellement les hommes, les tourmente et les
anéantit. Cet effet purificateur a des racines morales
car la terreur et la pitié naissent moins de la catas-
trophe que de 11aveuglement du destin et de son in-
justice.
Estamos de acuerdo con los críticos de Cela en lo
que atañe a su fidelidad a la realidad fotografiada. Ha
36
Marie-Berthe Laconibe, "Récits espagnols, " Revue
des deux mondes, No. 190 (1 de noviembre, 1957), p. 53.
37
J. L. Vásquez-Dodero, "Introduction au román
espagnol D'aujourd'hui," Table Ronde, No. 145 (enero,
1960), p. 83.
144
sido un verdadero acierto. También, por lo que corresponde
a sus elevados logros artísticos o clásicos. Lo único
doloroso, sin embargo, es tener que reconocer que el motivo
central de Cela, su fin primordial de poner consciente al
hombre de la lastrada y doliente humanidad, ha pasado casi
desapercibido. Pero esto ya no está al alcance de Cela
sino al de los que se hayan dado cuenta y están en poder de
revolucionar, atenuar o mitigar las condiciones que afligen
a la humanidad. Nos dice Cela, "escuece darse cuenta que
las gentes siguen pensando que la literatura, como el vio-
lin, por ejemplo, es un entretenimiento que, bien mirado,
no hace daño a nadie. Y ésta es una de las quiebras de la
literatura.
Cuando la generación del 98 amargamente sintió que
le dolía España se esmeró por emplear cuantos recursos
tenía a su disposición, no para aplacar el síntoma sino
para dar con las causas de ese amargo dolor. Cela tan
similar y tan diferente de dicha generación— como antes ya
lo hemos advertido— comparte rigurosamente con ella el más
hondo e íntimo sentir por España empleando sin respetos
Camilo José Cela, "Nota a la segunda edición de
La colmena," en Obra completa. Vol. VII (Barcelona: Destino,
1969), p. 959.
145
humanos, los medios más nobles y eficaces a su alcance que
en análogo trance pudiera emplear un determinado escritor
moderno. Su fidelidad al tiempo en que vive necesariamente
le transforma en escritor muy disimilar a aquella genera
ción, ya que se trata de dos entes temporales, es decir,
dos épocas totalmente distintas que por la naturaleza de
cada cual precisan de análisis y tratamiento muy diversos.
Lo que antes era imprescindible y de valor para aquella
generación, carece a menudo de virtud y eficacia para ésta.
Cela como escritor de valía y de aguda observación no tiene
más remedio que ser único en una época única.
La literatura del 98 era el principio de lo que
modernamente se sigue realizando y que con generaciones
futuras quizá llegue a la madurez. Los 98 se dieron plena
cuenta de que les dolía España. Sin embargo para el vulgo
esta literatura seguía pareciendo un pasatiempo, un mero
entretenimiento, que no logró inmediatamente el motivo de
regeneración de pensamiento que intentaban sus autores.
A veces este no florecimiento de intención se ha achacado
a los escritores mismos como, por ejemplo, la preocupación
de Azorín por la forma; específicamente su preocupación por
la simplicidad y eficacia de la frase corta. Tal inclina
ción sin embargo produjo desde luego obras verdadercimente
146
únicas por su arte y por su belleza de forma. La litera
tura del 98 es el preludio de lo que nos ha venido después
con los escritores modernos o mejor dicho, es el albor de
un nuevo siglo de oro. La única diferencia reside en su
crecimiento, acepción y aprecio en el ambiente contempo
ráneo en que se desarrolla. Además el pueblo parece estar
más consciente de la situación que las generaciones que
inmediatamente le precedieron.
Si la literatura antes del 98 había sido un lujo
inocente o un mero pasatiempo que a nadie perjudicara,
ahora ya deja de serlo convirtiéndose— no por obra de
lector o escritor— en la sustancia misma de la vida. Su
evolución como cada evolución no abortiva, va camino de la
madurez por vías no del todo inteligibles a los propios
cultivadores de la literatura. Pero va por singladuras un
tanto más ciertas que apuntan hacia un rumbo de pleno flo
recimiento, aunque inalcanzado por ahora, de auténticos
valores humanos tras siglos de navegación incierta. No que
ahora se haya convertido la literatura en uso utilitario,
nada más retirado de tal prostitución, sino que ahora, más
bien, la literatura en manos de escritores como Cela en
cuentra su propia esencia y su propio fin llegando a los
147
valores humanos universales por derroteros insospechados
y paradójicos que casi parecen contradecir la idea de
aquella literatura que siempre se había conocido: la lite
ratura como un adorno, como un arte cultivado por su propio
mérito y no pocas veces divorciado del propio sentir humano
que lo sacó a luz. Es el mismo humano quien hace lo in
humano, o lo contrario. No creo que Cela haga servidumbre
a los valores humanos ni esclavice su propio talento a la
humanidad, pero sí que ha encontrado, de hecho, a la lite
ratura como un arte falto de depuración y de nueva orienta
ción hacia las exigencias de su propia naturaleza de
evolución continua. Que cada novela de Cela sea totalmente
diferente o sorprenda no es por su afán de técnica sino por
su ansiedad de dar con la forma o formas, hasta ahora
desconocidas, que expresen ese balbuceo de lo inefable en
forma apropiada al mundo actual. En forma a propósito de
lo indecible humano que no sea ni fraude, ni máscara, ni
evasión de la inexpresable realidad.
Hablando Cela sobre lo que es novela nos dice:
La novela, cuando se narraba a la que saltare
y saliere, era un mero entretenimiento burgués salpi
cado de bellas pasiones, intuidos atisbos psicológicos,
descripciones hermosas y bien medidos, diálogos in
geniosos y moralizadores corolarios. Después, a medida
que fue creciendo, perdió lustre, ganó complejidad
148
y hondura y empezó a discurrir, ¡peligroso camino.',
como la vida misma. ... Su quiebra comenzó en la
adolescencia (al estado adulto no ha llegado todavía)
porque nadie se percató de que el ámbito que se quiso
reflejar— aquella vida misma— era demasiado literario,
usual y atroz. Se había convenido que lo literario
era algo muy concreto y bien definido— el romanticismo,
por ejemplo, el naturalismo el realismo socialista—
pero no se supuso que la culminación de todas las
arrastradas taras literarias iba a venir a ser, para
dójicamente la imagen immediata de cuanto al hombre
no acontece. ... Los estudiosos ... se resisten a
reconocer la evidencia de que la novela es aquello
que algún día será: no esto que ahora es o eso que
antes fue.^
La colmena es un buen ejemplo del pensamiento de
Cela no ya sobre la novela sino sobre la literatura misma,
y al hablar de los "ismos," en que la definiera la crítica,
sostuvo que tampoco le importaría demasiado la etiqueta que
quisiesen colgarla. "La novela no sé si es realista, o
idealista, o naturalista, o costumbrista, o lo que sea.
Tampoco me preocupa demasiado. Que cada cual le ponga la
40
etiqueta que quiera."
En La colmena logró Cela retratar un sector de la
sociedad madrileña que además de haber sostenido los
39
Camilo José Cela, "La comba de la novela,"
Papeles de Son Armadans, XXXIX (diciembre, 1965), 228-229.
40
Cela, "Nota a la primera edición de La colmena,"
en Obra completa, p. 958.
149
percances de la guerra venía lastrado ya por su propia con
dición humana en la que sus defectos sólo se acentuaban un
tanto más por el conflicto civil, por eso no es de extrañar
que el retrato, según lo ha visto la crítica, sea grotesco
o inmoral o hiriente a la sensibilidad de alguno, pero, en
todo caso, fiel a la vida cotidiana.
La colmena es una pintura cruelmente satírica de
la pequeña burguesía madrileña en los años inmediatos
a la terminación de la guerra civil. Cela retrata con
pluma implacable a una sociedad grotesca, inmoral,
poblada de tipos ridículos y mediocres, con sus vicios
cotidianos y sus monótonas existencias.
Es más todavía, es un grabado histórico de lo coti
diano y vulgar, de lo insignificante pero vivo e inherente
al latido vital de seres a quienes sólo un escritor de la
sensibilidad de Cela alcanza a grabarles su angustioso y
monótono diálogo callejero, su aburrido y desesperanzado
quejido; un gemido indiferente a la misma humanidad. Sólo
un escritor de las dimensiones de Cela logra escuchar al
hombre vulgar y transformarlo en nobleza, en dignidad
humana, en artística literatura.
Los numerosos personajes que llenan sus páginas
no dicen nada extraordinario, ni siquiera importante.
41
José Luis Cano, "Noticia de la novela en España,"
Revista Nacional de Cultura (Caracas), No. 105 (julio-
agosto, 1954), p. 78.
150
En ello precisamente radica gran parte del valor de
sus diálogos. Su vulgaridad profundamente humana,
queda plasmada en ocasiones, en frases tan oídas que
escaparían a un espíritu menos fino y agudo que el
de Cela. Son pequeños y evocativos detalles de lo
vulgar en los que descubrimos nuevas resonancias al
oirlos en boca de los grises personajes de La col
mena . ^
La verdad es que no es de extrañar que los críticos
descubran y señalen en la obra de Cela el tratamiento de
lo cotidiano, de lo vulgar, de lo aparentemente insigni
ficante y desprovisto de valor, ya que la intención de Cela
es redimir la dignidad humana atropellada o ignorada en la
banalidad ineludible del monótono y diario existir de la
mayor parte de la humanidad. Nos dice Cela sobre su pensa
miento de escritor:
El escritor que acierte a vivir en el calendario que
le ha correspondido (el otro no es ni escritor: no es
sino su mera máscara estética) sabe bien que la actual
acre circunstancia del mundo no tolera los áureos jue
gos de palabras como tampoco permite los turbios juegos
de manos: aunque ambos— a espaldas de la ley de Dios—
sigan a la orden del día.
Precisamente porque el escritor— hoy— ha de carac
terizarse de "hombre de la calle," su labor— suponiendo
que valga para algo— ha de venir marcada con el noble
hierro de las dos más claras servidumbres del hombre
42
Marcelino C. Peñuelas, "Una novela española,
La colmena, de Cela," Universidad de México, X, No. 3
(noviembre, 1955), 29.
151
(que también anda por la calle) de oficio de intelec
tual: la de la verdad y la de la libertad.^
Bueno Martínez comenta la vulgaridad de la vida en
La colmena aun en sus partes más tibias y simpáticas como
en el matrimonio de don Roberto y Filo. Cela nos revela
las preocupaciones más íntimas y vulgares de don Roberto,
las de cambiarse, por ejemplo, las llaves del pantalón, o
las ilusiones de hacer un regalo a Filo en su Santo. En
esto Bueno Martínez le asigna a Cela un valor genial extra
ordinario y espiritual:
La intuición de Cela para aprehender estos tipos de
conducta desoladoramente vulgares y para demostrarnos
por medio de ejemplos, que ellos son formas típicas
de espiritualidad urbana, estratos que irremisible
mente— no sólo en algunas clases ínfimas— operan en
todo aquel que inserta en la vida burguesa sus movi
mientos, aunque por un error de perspectiva saque
para él la impresión de una rosada o íntima personali
dad, creo que es extraordinaria y tangente con la
genialidad.^4
El gran valor de Cela no es su singularidad o
aislamiento artístico sino su popularidad e Ínteres por
el pueblo, el pueblo en su vulgaridad como en Izas o en
43Camilo José Cela, "Brújula de las servidumbres
del escritor," Papeles de Son Armadans, X (agosto, 1958),
116.
44Gustavo Bueno Martínez, "La colmena, novela be-
haviorista," Clavilefto, No. 17 (septiembre-octubre, 1952),
p. 57.
152
La colmena sin que ello diezme a Cela el arte literario.
Al contrario, es su inspiración.
The lower-middle and working classes of Madrid are
the heroes of La colmena, and its portrait of them
is, to say the least, Goyaesque. . . . He seeks his
inspiration in the people, and the result is by far
his greatest achievement. Thus he found the essence
of Spain. It is not too bold to cali him classical
in the tradition of Quevedo and Goya.^^
Otro crítico señalando las corrientes actuales en
la elección de lo vulgar y de lo insignificante para la
literatura alude a Cela como el más eximio de dicha tenden
cia .
The leading craftsman of this trend, and indeed the
most important writer to have emerged from Spain since
the Civil War, is the Galician Camilo José Cela, who
has elevated the grotesque to the rank of a literary
category. His universe is somewhat akin to Hieronymous
Bosch and Pieter Brueghel, of the commedia dell'arte
and Goya1 s Caprichos, Solana, and Salvador D a l i . ^ é
En su elevación del mundo ordinario a la categoría
literaria se ha visto que Cela es un verdadero maestro de
su arte. Tiene pleno dominio de la técnica que se propone.
Buscaba la objectividad sin mezclar sus opiniones ni sacar
45
"Spain and Her Writers," Times Literary Supple-
ment (London), agosto 16, 1957, p. xiv.
46
Mariano García, "The Modern Novel," Atlantic
Monthlv, CCVII, No. 1 (enero, 1961), 123.
153
conclusiones; se limitaba a transmitir un mensaje humani
tario sin sermonear ni moralizar y, más bien, ocultando su
ternura en depuración de la forma y del espíritu de la
obra, alcanzó que el lector no pudiera menos que simpatizar
y que sentir ternura por sus personajes.
Malgré l'outrance de certaines scenes, 1’accumulation
parfois lassante des détails les plus sordides, La
colmena échappe a 1'acharnement triste de la tranche
de vie naturaliste. Sans que l'auteur manifesté a
proprement parler de sympathie pour ses héros, on sent
affleurer derriere le rythme implacable de son récit
une espece de tendresse grin^ante qui donne a l'oeuvre,
par déla ce qui'on a appelé son "réalisme decapant,"
une réelle vibration h u m a i n e . ^ 7
Con la técnica que Cela empleó en La colmena no
sólo elevó lo banal a la literatura sino que logró expresar
lo ascético en contrapunto con lo puramente humano. Esto
hace de la novela un acierto en ambos territorios, es
decir, en el arte estético y en la historia humana de 1942.
Nos dice Solero:
... lo que inicialmente nos toca es el asombro, un
asombro lleno de vetas positivas. Pues encontramos
en La colmena esa calidad ascética tan necesaria para
que el arte sea posible como materia estética, con un
ascetismo nacido de la preponderancia de elementos
objetivos, tomados como proyecciones de anteriores
Jean Bécarud, "Le román espagnol contemporain,"
Critique, XIV, Nos. 135-136 (agosto-septiembre, 1958), 717.
154
renuncias subjectivas que fueron asimilados y, poste
riormente, anulados en beneficio de un rigor tajante.
... Lo ascético obliga a que se esconda lo naturalmente
humano y, en su lugar, aparece lo humano, descarnado,
oprimido, impuesto, liberado.
En la literatura española tradicionalmente, el
pueblo ha sido siempre la inspiración de escritores clási
cos como Lope, Cervantes, Calderón, Quevedo y otros. Todo
lo popular, y a su debido tiempo, ha sido el marchamo de la
tradición literaria española. Todo lo que no sea del
pueblo se ha considerado, o imitación o fraude. Desde ahí
que Cela haya llegado al renombre de sus antepasados clási
cos porque no sólo bebió de sus fuentes, como él dice, sino
que a su tiempo, en el tiempo moderno, se apoyó en lo
popular. Se respaldó en lo Castizo, en lo español. Cela
tiene su más profunda raíz en la clásica tradición popular
española. Los temas populares como Fuente ovejuna brin
daron a Lope una fama inimitable hasta el momento, y son
sin duda los que actualmente contribuyen a la popularidad
de Cela. No hay en España quien no haya oído de Cela pese
a que los envidiosos lo atribuyan a "la leyenda que él
mismo se ha tramado de sí." Pero los críticos siguen
48
F. J. Solero, "C. J. Cela: La colmena," Sur,
No. 201 (julio, 1951), p. 112.
155
atribuyéndolo a lo popular.
Cela est un parfait connaisseur des classiques. Son
oeuvre s'inspire du román picaresque du grand siecle
d'or espagnol (au point qu'il a produit une nouvelle
versión de "Aventures de Lazarillo de Tormes") mais
elle contient a la fois des accents tout a fait con-
temporains, surtout dans son dernier román "La colmena"
(La Ruche) qui constitue le portrait le plus aigu et
sans pitié du Madrid de 1'appres-guerre espagnole.49
Al decir que la inspiración de la literatura cas
tiza es el pueblo no queremos dar a entender dogmática y
categóricamente que todo escritor peninsular de alguna
valía se limite o se haya limitado única y exclusivamente
a los temas del vulgo español. Con esto, en cambio, sim
plemente afirmamos que lo europeizante, como por ejemplo el
afrancesamiento, o todo lo ajeno al pueblo español jamás ha
alcanzado ser reconocido como literatura española. Un buen
ejemplo de este fracaso es el siglo dieciocho donde la pre
ceptiva del buen gusto y el ajuste esmerado a las normas
francesas neoclásicas no logró sino una esterilidad lite
raria sorprendente. Aunque se escribiese igual que en
otros tiempos, las obras revelaron poco valor literario.
Cela no es un simple imitador de los clásicos aun
que ensayara un nuevo Lazarillo; su mérito radica no en
49
Laurence Iché, "Camilo José Cela," Cahiers du
sud, XXXIII, No. 307 (1951), 433.
156
imitar sino en haber sabido interpretar la mente popular
contemporánea a la manera que lo haría hoy Juan Ruiz, arci
preste de Hita, Cervantes o Lope si volviesen hoy al mundo.
Su obra entronca con la tradición histórico-nacional
española que encuentra su realización o cumplimiento lite
rario en el pueblo mismo.
En la prosa de Cela se funden las varias corrien
tes de la tradición literaria española, desde las del
Siglo de Oro con Cervantes y la picaresca, hasta las
del modernismo con Baroja y Valle-Inclán; pero todas
estas corrientes en lugar de reaparecer como resucita
dos, como acontece en las obras de los escritores
arcaizantes, sirven para animar el genio artístico del
nuevo novelista y mezclarse en él con su visión directa
de la vida por la que Cela siente una entrañable sim
patía cualquiera que sea su forma y su perfección. Por
eso la prosa de Cela, como podemos ver en sus tres
nuevas obras, ... tiene la vitalidad, el calor y la
alegría de la vida misma, de su continuo fluir en el
hombre y en la tierra.
Precisamente hay toda una disertación doctoral
dedicada explícitamente a los antecedentes en la obra de
Cela."*^ Es decir, sobre su entroncamiento con la tradición
literaria de España. Dicho trabajo confirma ampliamente
lo castizo y lo clásico tradicional en nuestro autor, sin
50
Emilio González López, "Tres obras de Camilo José
Cela," Revista Hispánica Moderna, XXV (julio, 1959), 230.
51
Felipe Antonio Lapuente, "Antecedentes y signifi
cado de la obra de Cela" (disertación doctoral no publi
cada, St. Louis University, 1967).
157
darle cabida ni o un simple remedo ni a una mera imitación
clásica. Cela es español auténtico de verdad y su litera
tura preñada de ternura y comprensión humana, lleva, por lo
tanto, el sello clásico popular español.
Aunque el tema de nuestra investigación se limite
al pensamiento de Cela en sociedad, mencionamos aquí la
tesis de Felipe Antonio Lapuente que ha tratado por primera
vez la totalidad y no un género solamente de la obra de
Cela con el propósito de señalar su identidad castiza.
Nuestro propósito, habiendo ya reconocido su entroncamiento
con lo español, es de subrayar ante todo la identidad per
sonal de su pensamiento. Nos incumbe definitivamente saber
cómo interpreta Cela la vida contemporánea y al hombre que
la vive en sociedad. Todo escritor, aunque se haya identi
ficado en lo castizo, tiene su identidad personal, y si es
de algún valor también tiene su sello incomfundible. Cela
se ha adentrado implacablemente en la crisis del hombre
actual. Su pensamiento y su interés buscan la verdad y la
justicia en la cotidiana lucha del diario existir. Para
compartirnos este quehacer continuo, nos ha llevado de la
mano a presenciar las monótonas vidas anodinas de la
doliente humanidad en La colmena.
158
Hasta aquí hemos citado, desviándonos lo menos
posible de nuestra intención primordial, bastantes críticos
de Cela y La colmena que iluminan como prólogo un tanto más
el camino hacia las ideas filosófico-sociales de nuestro
autor en la obra misma.
El hambre y la necesidad
La colmena que resultó la expresión novelística
culminante de Cela, también fue la cúspide insuperable de
su quehacer y pensamiento social en forma de novela. Aquí
abarcó no ya simplemente al agarrotado o al tuberculoso
sino a toda la doliente humanidad. A Cela le dolía el
pueblo y más que nada le dolía la humanidad atropellada por
la arrogancia, la hipocresía y el egoísmo de ciertos sec
tores de la misma humanidad.
En este tercer capítulo, a diferencia de los dos
primeros, el hambre y la necesidad son circunstancias que
radicalmente afectan al yo hasta convertirlo en el ser que
finalmente llega a realizarse También aparecerán otras
circunstancias graves, comunes a los tres capítulos que de
la misma manera afligen y acosan al yo. Una es la cir
cunstancia institucional, la familia, la iglesia o el
estado. La otra es la circunstancia social compuesta
159
de otros yo no afectados por el hambre o la necesidad.
Todas estas circunstancias se unen al yo de la doliente
humanidad para formar el doloroso cuadro social del Madrid
de 1942. Aguí traslucirá la filosofía de vida celiana
respecto al individuo y a la sociedad. En ira refrenada
pero con ingeniosa maestría censurará grave y sutilmente a
las personas y a las instituciones responsables de los
estragos humanos.
Cela posee la sorprendente habilidad de sacar a luz
lo responsable, o responsables por las lacras del hombre,
sin imputar exclusivamente a nada ni a nadie la culpabili
dad; lo consigue más bien por medio de su arte literario
exponiendo su pensamiento de tal forma que hace por fuerza
reflexionar al lector sobre lo que priva a los menos afor
tunados el alcanzar a vivir la vida como es debido.
Citemos el conmovedor ejemplo de Dorita quien en su vejez
termina de planchadora en el prostíbulo de doña Jesusa.
La perdió un seminarista de su pueblo, en unas vaca
ciones. El seminarista, que ya murió, se llamaba
Cojoncio Alba. El nombre había sido una broma pesada
de su padre, que era muy bruto. ...
El seminarista, que llegó a conómigo de la catedral
de León, la llevó, enseñándole unas estampitas, de
colores chillones, que representaban milagros de San
José de Calasanz, hasta las orillas del Curueño y allí,
en un prado, pasó todo lo que tenía que pasar. Dorita
160
y el seminarista eran los dos de Valdeteja, por la
provincia de León. ...
Dorita tuvo un hijo, y el seminarista en otro per
miso que volvió por el pueblo, no quiso ni verla.
A Dorita la echaron de su casa y anduvo una tempo
rada vagando por los pueblos, con el niño colgado de
los pechos.52
Dorita es un ejemplo patente de un caso social que
se quiere censurar. No a Dorita sino a la sociedad que la
convirtió en un lastimoso tipo conmovedor y auténtico de
la mujer estropeada por el hombre y por la sociedad, que
no por su propio vicio. Semejantes casos abundan actual
mente. Y la humanidad en vez de compadecerse, reflexionar
un poco y tratar de aliviar la situación la empeora y la
entorpece de sobra al aceptar el desbarajuste social como
si fuese lo más natural del mundo; como si nada la cosa.
En la historia de Dorita— la crónica de muchas almas desdi
chadas— se implica el clero en el seminarista, se implica
la sociedad eclesiástica en el canónigo de la catedral, se
implica al hombre— macho con sus aires de superioridad
sobre la hembra quien viste la misma humanidad— en Cojoncio
Alba, se implica, por fin, la base fundamental de una
52
Camilo J. Cela, La colmena, en Obra completa.
Vol. VII (Barcelona: Destino, 1969), pp. 333-334. A par
tir de esta cita, los nümeros al final se refieren a dicho
tomo.
161
sociedad— la familia— en los padres de Dorita quienes se
desentendieron de ella. Escudriñar este succinto relato
sorprende por la profundidad de contenido y la puntualidad
de expresión y por la admirable economía de palabras con
que Cela supo hábilmente relatar su mensaje.
Los padres de la chica trocando el desorden social
por orden, se ven arrastrados por "el qué dirán," es decir,
por su rígido código de falso honor, de rancio pudor que
sacrifica lo más noble— el amor al semejante— por lo más
vil y despreciable— la hipocresía.
Se implica asaz también la iglesia, institución
magistral, que por su alto cargo de madre y maestra de lo
moral y de lo noble, se prostituye muchísimo más en un
seminarista que llega a canónigo— eso en las propias nari
ces del pueblo siendo ambos, Cojoncio y Dorita, de la misma
provincia— que en cualquier otro hombre que hubiese llegado
a simple clérigo. Quizá, en este ejemplo, censure Cela el
poder de la política que de hecho existe en la iglesia
donde con frecuencia suben socialmente los que van gorda
mente respaldados por los poderosos que no los merecedores
de subir. Tal ascenso en la escala eclesiástica es dolo
roso y lamentable en grado máximo por ser la iglesia
162
institución que se precia de maestra respecto a la conducta
del hombre.
También se implica en el caso al hombre como varón,
es decir, el contrario de la hembra. Cojoncio Alba, como
su nombre indica, es un hombre o quizá más bien un super
hombre, un super macho de valores confundidos. Es como su
padre "que era muy bruto" y como su abuelo y bisabuelo
etcetera, originarios y responsables del atavismo de Cojon
cio. En semejante sutileza alude Cela a aquellos atavismos
dañinos aceptados por la sociedad como índole o modo indis
pensable de ser del hombre. Ciertas actitudes como las
ideas sobre el honor, la mujer, la honradez etcetera pasan
de generación en generación aceptándose sin discusión como
inmutables y necesarias aunque en el fondo no sean otra
cosa que un engaño. Precisamente sobre esto recalca Cela
llamándoles la atención a aquellos que tienen por virtud el
ser muy hombre en perjuicio de los demás. Es decir, a los
que ciegos a toda razón anteponen inflexibles conceptos
falsos de honor y hombría.
Al leer a Cela cuidadosamente lo sutil y lo apa
rentemente fácil trasluce. Verdaderamente quien usó de
arteras mañas para perder a Dorita fue Cojoncio empleando
163
con astucia y maldad lo religioso— las estampas de San José.
Por eso mismo su malicia es mayor que la de Dorita quien
sólo se dejó llevar medio boba pero sin emplear "arteras
mañas" como él.
En la sociedad hispánica el macho en asunto de sexo
siempre ha sido, por desgracia, un ser privilegiado. En
cambio la hembra no. Para ella no existen las libertades
del macho a menos que se entregue a la prostitución y eso
en realidad es perder su honor. Contra dichas ideas pre
concebidas e inapoyables en sólida razón, tiene emprendida
contienda perene, Cela. Además su penetrante comprensión
y ternura por la prostituta que no tuvo más remedio que
serlo es incalculable. Sólo hay que ver como cuenta la
historia de Dorita o comenta sobre alguna otra chica. "La
suerte es que se arregla con poco porque salió de buen y
honesto conformar. De decente, lo pasó peor. En esta vida
53
todo es según desde donde se mire."
Que a Cela le duele España como a todo buen Español
no cabe duda y la prostitución como otras lacras es un
problema que siempre ha tenido presente. "La mujer a quien
53
Camilo J. Cela, Izas, rabizas y colipoterras
(Barcelona: Editorial Lumen, 1964), p. 46.
164
se le presenta su pobre y amargo pan de cada día colgado
del sexo ... , el enfermo crónico, ahí están. Nadie los ha
movido. Nadie los ha barrido. Casi nadie ha mirado para
54
ellos."
El yo de la prostituta es el ente víctima de la
circunstancia en un problema ontológico inevitable nacido
como efecto de una misma existencia depravada. El yo de la
sociedad, el yo del macho o el yo del líder eclesiástico,
por ejemplo, convierten a la víctima de esa existencia en
el problema ético de la prostitución. El envilecimiento
que sobreviene a la víctima por medio de otro yo, incre
menta y empeora la ya depravada existencia. El hombre que
reconoce el problema ontológico de la prostituta y que
trata de explotarlo en beneficio propio, crea el ineludible
problema moral. De este problema actualmente se libra el
hombre pero no la prostituta que cada vez se hunde más y
más. El problema, ahora ya convertido en ontológico y
moral, llega a ser aceptado por la sociedad como inevi
table, pero imputable sólo y únicamente a la misma prosti
tuta. Este desequilibrio e idea equivocada trata Cela
54
Camilo J. Cela, La colmena, nota a la segunda
edición (Madrid: Editorial Noguer, 1963), p. 11.
165
de poner en claro llevando al mismo tiempo la culpabilidad
a donde pertenece. La mujer, como todo ser viviente, ha
menester su pan, pero cuando ese amargo pan sólo puede
provenir del sexo, no le queda otro recurso que seguir
existiendo como el ente que, de hecho, ya es.
En Dorita ha concretado Cela el problema del indi
viduo hacia la institución. La filosofía social de Cela
no busca conservar la rigidez, sin una base razonable, del
código moral de la familia. Su actitud es que la circuns
tancia de la familia, igual que la de las otras institucio
nes, debe ajustarse al provecho del hombre como sumo valor
en esta vida. No hay ente de más valor en el mundo visible
que el hombre mismo. Los códigos institucionales deben
haberse acordado para el hombre y no el hombre para los
códigos como sucede en el caso de Dorita. La familia, la
iglesia, y el estado han faltado muy gravemente en su res
ponsabilidad hacia este individuo, ejemplo de los casos que
censura Cela.
Es la sociedad, con todas sus instituciones dirigi
das por los mismos seres humanos, la que puede y debe hacer
algo en el cambio de circunstancias deplorables. Pero en
vez de ir realizando esa meta, hace lo contrario y, peor
aún, continúa pervirtiendo las mismas raíces o bases,
166
es decir a los niños, que serían la esperanza futura de un
cambio radical. Citemos a Cela mismo en torno a esta acti
tud. Hablando sobre las ideas que sobre las prostitutas
mete la sociedad en la cabeza de los niños dice:
¡Que sonrisa de ángel en la cara del niño que mira
putas.' En el colegio le metieron miedo— ¡Vivan las
putas.'— pero nadie jamás le dijo que una puta, sobre
serlo, era también una mujer (redondeemos el tópico:
como su madre, como su hermana, etc.). El niño ignora
que la puta todavía existe porque las crueles costum
bres prohiben el amor. La puta es puta porque la
sociedad ni sabe evitarla ni lo intenta siquiera.
Prohibir las putas es tan ingenuo como lo sería prohi
bir el virus del cáncer (suponiendo que el cáncer sea
producido por virus).^
Dorita como buen ejemplo de la mujer a quien la
sociedad ha forzado a comer su doloroso pan colgado del
sexo, hasta en su vejez, incluso, come su amargo pan de la
única manera que se le ha permitido, de la única manera que
ha conocido. Es un ejemplo conmovedor.
Por las noches, a veces, la pobre mujer— con los
dedos ateridos, la mente alejada y una ternura infinita
en el corazón— prestaba algún servicio, detrás de las
tapias del Retiro, a los soldados y a los estudiantes
de bachillerato, y reunía hasta tres o cuatro pesetas.
Después se iba a dormir, dando una vuelta hasta la calle
de Marqués de Zafra, al otro lado del paseo de Ronda,
o tomando el metro hasta Manuel Becerra, si hacía mucho
frío.
Cela, Izas, rabizas y colipoterras. p. 42.
Cela, La colmena, en Obra completa, p. 336.
167
El hombre muy macho en la sociedad, como Cojoncio,
agrava enormemente el problema de la injusticia a la mujer
como Dorita y entorpece cualquier solución que pudiese
surgir. Los padres son otro tremendo obstáculo insuperable,
amén de la sociedad y no digamos nada de la religión. Lo
interesante del caso está sensacionalmente expresado en la
ironía del relato. El ofensor se da por agraviado encima
de ser él prototipo de todos los vicios que descaradamente
imputa a Dorita. Dorita es de hecho todo lo que él cree
ser aunque desde luego no lo sea.
En semejante confusión la única salida posible se
basa en la humanidad misma. Primeramente habrá que de
sarraigar las actitudes que perpetúan el mal aunque en sí
mismas, por un atavismo o lo que sea, aparezcan innocuas e
incluso hasta loables. Ser muy macho, por ejemplo, a veces
ha llegado a límites irracionales y vergonzosos. Tal
extremo ha atropellado a la misma humanidad en el sexo
femenino. Esto es lo que debe cambiar. Cela nos dice:
No culpemos a nadie, que el pecado es de todos.
Vayámonos en silencio y llevando a rastras el fantasma
de nuestra maltrecha conciencia. Aquí terminan los
cinco ejercicios de las izas, las rabizas, las colipo-
terras, las hurgamanderas y las putarazanas. El que
esté limpio de pecado que tire la primera piedra sobre
la mujer. Absténganse los señalados por Cristo: el
mentiroso, el prevaricador, el usurero, el perjuro,
168
el hipócrita, el mal amigo, el mal hijo, el falsario,
el desleal, el soberbio, el lujurioso, el intrigante,
el calumniador, el intolerante, el vengativo, el
orgulloso, el pedante, el c r u e l .
En la mayor parte de los citados calificativos
caben los padres de Dorita, el hombre que es Cojoncio, la
sociedad que los aprueba, y el canónigo que la perdió para
siempre. El caso demuestra claramente el tipo de madera
de que está tallado uno que dispone de alto poder en la
Iglesia o en la sociedad. Esto no es más que una incrimi
nación dirigida hacia aquellos que por la misma índole de
su cargo están obligados a ser líderes y prototipos de
coraje espiritual y moral. No se le condena al canónigo
por su inclinación sexual sino por su hipocresía y falta de
humano amor y comprensión hacia aquellos mismos, de quienes
él ha sido el traspié y la ruina irremisible. De aquellos
a quienes él mismo hundió para siempre y encima ahora está
listo para tirar la primera piedra. Esto es lo que condena
nuestro autor extendiendo la compasión a las víctimas de
la irracional arrogancia humana. Esto distingue a Cela
como insigne autor contemporáneo de extraordinaria sensi
bilidad y comprensión humana.
57
Cela, Izas, rabizas y colipoterras, p. 59.
El frío y la enfermedad
169
No pasó de largo Cela a los enfermos del Madrid de
la postguerra. Ni tampoco escapó de su penetrante ojo
escrutador la inocente víctima del hambre y del frío en el
niño que canta flamenco. La mayor desgracia de este caso
es que representa no sólo al niño que canta flamenco sino
a todos los niños que comparten semejante desgracia.
Igualmente se encuentra en situación similar la familia
huérfana de la postguerra. Grande es la desgracia en
dichas familias cuando la naturaleza por enfermedad se ha
llevado a la madre pero mayor e imperdonable es el crimen
de la sociedad que por razones políticas se ha llevado al
padre, quien les proporcionaba el diario sustento, y les ha
dejado a merced de lo que saltare. Pasar frío y sufrir a
la intemperie del tiempo es comprensible en la vida del
desposeído pero sufrir porque el estado arrogantemente se
haya irrogado el derecho de quitar la vida al individuo que
provee el sustento es indeciblemente incomprensible. Es el
máximo de la insolente perversidad y fechoría humana.
Los hermanos viven solos. Al padre lo fusilaron,
por esas cosas que pasan, y la madre murió, tísica y
desnutrida, el año 41.
A Julio le dan cuatro pesetas en la imprenta. El
resto se lo tiene que ganar Purita a pulso, callejeando
170
todo el día, recalando después de la cena por casa
de doña Jesusa.
Los chicos viven en un sotabanco de la calle de
la Ternera. Purita para en una pensión, así está más
libre y puede recibir recados por teléfono. Purita
va a verlos todas las mañanas, a eso de las doce o la
una. A veces cuando no tiene compromiso almuerza con
ellos; en la pensión le guardan la comida para que se
la tome a la cena, si quiere. (pp. 318-319)
Es conmovedor el caso sobre todo si se tiene en
cuenta que son cinco hermanos los que tienen que comer y
que una de dieciocho años está enferma en cama sin poderse
mover. Purita cuenta veinte años y el más pequeño nueve.
No nos deja ninguna duda Cela respecto a la incre
pación que hace al estado como institución en un caso de
pena capital como éste. No sería de extrañar si fuese ésta
una de las causas en la prohibición por el estado de la
publicación de La colmena dados los recientes fusilamientos
por el estado en la España de la postguerra.
No menos conmovedor y de inesperadas dimensiones
morales es el caso de otra chiquilla huérfana.
La niña ... tiene trece años y el pecho le apunta
un poco como una rosa pequeñita que vaya a abrir. Se
llama Merceditas Olivar Vallejo, sus amigos le llaman
Merche. La familia le desapareció con la guerra, unos
muertos, otros emigrados. Merche vive con una cuñada
de la abuela, una señora vieja llena de puntillas y
pintada como una mona, que lleva peluquín y que se
llama doña Carmen.
Doña Carmen vendió a Merceditas por cien duros,
se la compró don Francisco el del consultorio.
171
Al hombre le dijo:
— ¡Las primicias, don Francisco, las primiciasl
¡Un clavelito.'
Y a la niña:
— Mira, hija, don Francisco lo único que quiere es
jugar, y además, ¡algún día tenía que ser.' ¿no com
prendes? (p. 329)
Parece mentira que un hombre de amplia cultura como
un médico sea cómplice en tan grave maldad. Por su serie
dad, el caso asume dimensiones increíbles. Sin embargo, la
aparente inverosimilitud no resta lo más mínimo a la amarga
verdad que Cela conocía de sobra y que austeramente deseaba
condenar. Que doña Carmen en su incultura o necesidad
demostrara tener escasos escrúpulos en análogo salvajismo—
vendía no su propio cuerpo sino el de la huerfanilla— es
concebible, pero que don Francisco fría y seriamente lo
pactara y finalmente lo aprovechara es, desde luego, en
sumo grado imperdonable.
Volviendo al niño que canta flamenco nos damos
cuenta que además de pasar hambre y frío, el niño que sólo
tiene seis años, tiene una pierna torcida pero él, como
cada miembro de su familia, se las arregla de por sí. Como
dice Cela, canta de milagro y vive de milagro, y eso, por
la calle donde están las tavernas y los cafés de gente como
doña Rosa que son excesivamente ricos pero que no sienten
172
ni quieren sentir el hambre ni la miseria del necesitado.
El niño no tiene cara de persona, tiene cara de
animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida
bestia de corral. Son muy pocos sus años para que
el dolor haya marcado aún el navajazo del cinismo—
o de la resignación— en su cara, y su cara tiene una
bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de
no entender nada de lo que pasa. Todo lo que pasa
es un milagro para el gitano, que nació de milagro,
que come de milagro, que vive de milagro y que tiene
fuerzas para cantar de puro milagro. (p. 121)
Tragedias en las vidas de los personajes de La
colmena abundan porque así abundaban en la postguerra pero
lo que más abunda es el hambre. Elvirita que es casi como
un mueble más en el café de doña Rosa pasó una juventud
amarga como víctima de la tragedia. Le agarrotaron al
padre por haber muerto a la esposa, su madre, cuando ella
tenía once o doce años. Se fue a vivir con la abuela que
mal vivía y que pronto murió.
A Elvirita la embromaban las otras mozas del
pueblo enseñándole la picota y diciéndole: ¡en otra
igual colgaron a tu padre, tía asquerosa.' Elvirita,
un día que ya no pudo aguantar más, se largó del
pueblo con un asturiano que vino a vender peladillas
por la función. Anduvo con él dos años largos, pero
como le daba unas tundas tremendas que la deslomaba,
un día, en Orense, lo mandó al cuerno y se metió de
pupila en casa de la Pelona, en la calle del villar,
donde conoció a una hija de la Marraca ... que tuvo
doce hijas, todas busconas. Desde entonces para
Elvirita todo fue rodar y coser y cantar, digámoslo
así. (p. 76)
173
Ahora en Madrid pasa unas hambres y unos fríos de
pronóstico. Para cenar a veces no toma sino cuatro cas
tañas asadas y una inedia naranja, esto mientras su supuesta
amiga, doña Rosa, se pasa la noche yendo y viniendo del
water a razón de haberse hartado de un enorme cenón. El
contraste de la saciedad y de la miseria es desconcertante
pero verídico.
Martín Marco no come sino lo que ha sobrado de la
mesa de su cuñado. Su hermana se lo guarda en una lata que
baja la criada de cuando en cuando para que se alimente.
Con el hambre que sufre se le ocurre pensar al
detenerse ante un escaparate de lavabos y tazas de retrete
que con lo que se gastan unos para hacer sus necesidades a
gusto bastaría para otros comer un año entero.
Victorita tiene un novio tuberculoso que lo único
que le salvaría es una buena alimentación y de la que tiene
que prescindir, porque no hay dinero para proporcionársela.
Victorita bajo las circunstancias ve que no le queda otra
solución para salvarle que comenzar a vender su cuerpo y
sacar lo que sea menester. De sus padres, como Dorita, muy
poco puede esperar en vista de que la madre no hace otra
cosa que reñirla por el novio a quien despiadadamente llama
tísico.
174
Cela hace hincapié en el frío que pasan Dorita,
Martín Marco, Elvirita y otros protagonistas en La colmena
que rozan de continuo con personas que viven cómodamente.
También hace hincapié en la enfermedad, sobre todo la del
tuberculoso que bien puede ser el resultado del frío y de
la falta de alimentación. El contraste entre ambos grupos
es claramente intencional y aleccionador en su propósito
por parte de Cela.
Cela presenció los percances de la sociedad madri
leña de la postguerra y conoció directamente las peripecias
de varias clases sociales. Su descontento con el orden de
las cosas no pudo menos que expresarse libre y fuertemente
en una obra que pretendía decir la verdad de lo observado
sin hacer concesiones a los espíritus débiles y sin ame
drentarse ante el estado y la censura. Su conciencia
estaba tranquila porque no la había comprometido, ni inten
taba comprometerla aunque se prohibiera la publicación de
la sincera y honrada expresión que ofrecía en La colmena.
En realidad, había enérgicamente refrenado su indignación
en su ansiedad de alcanzar quien oyera la causa que recla
maba justicia para todos los seres desgraciados.
175
Los estratos sociales
En todas sus novelas desde la primera, Cela estaba
consciente de las escalas sociales como circunstancias
inescapables aunque mutables en la determinación del yo.
En La colmena, sin embargo, nos pinta el cuadro completo de
los problemas sociales procedentes en gran parte de la
estructuración social. No que Cela busque una igualdad
socialista o una indistinción aburridamente monótona de la
humanidad. Eso sería innatural a la unicidad de cada indi
viduo y repugnante al mismo ser. Cela más bien lamenta la
exageración pronunciada o la acepción indiscriminada de la
escala social, ya sea elevada, mediana o baja como factor
estático e incambiable en la determinación del yo. En La
colmena se repasa toda la escala social desde el yo más
rico hasta el yo exageradamente desposeído que no tiene de
que comer ni mucho menos en que caer muerto. Para éste la
única salida de algún provecho es la vitalidad inherente
en su propio ser. Para aquél, además de su propio ser,
existen sus recursos materiales de los que puede echar mano
y determinar su yo a su agrado y disposición.
Igual que en Pascual Duarte y en los enfermos del
pabellón hemos visto la incapacidad de dichos seres para
176
cambiar por sí mismos las circunstancias, asimismo nos
comunica Cela la impotencia de los seres de La colmena.
Sólo que aquí no se trata únicamente de un tipo o clase
social sino de todos los estratos sociales. Se trata de
los que materialmente pueden cambiar las circunstancias y
determinar su yo o el de los demás aunque claramente se ve
en la novela que en ese estrato social no existe la menor
intención de hacerlo. También se ve la determinación del
yo del estrato social más bajo de todos, en querer cambiar
su circunstancia, y se ve su frustración ante la imposi
bilidad de conseguirlo.
Al estrato social que posee la capacidad de mejorar
la situación humana, es al que se dirige Cela con todo su
dinamismo y genialidad sólo para darse cuenta al final, en
un doloroso desengaño, que La colmena no ha sido sino un
grito en el desierto. No obstante, su responsabilidad,
según la ve, como escritor contemporáneo se ha llevado a
cabo en lo que atañe a su conciencia. De su parte todo
aquello que un escritor debe denunciar en la sociedad en
provecho de la humanidad se ha cumplido y sigue cumplién
dose. Que las circunstancias sigan igual o peores ya no es
cosa suya sino de los que estén en poder de cambiarlas.
177
En esto se llama a cuentas no sólo al estrato social más
elevado sino a las instituciones sociales como el estado,
la iglesia, las instituciones de enseñanza, y la familia
misma. La reacción de estos estratos sociales e institu
ciones a la crisis del hombre y a la filosofía social de
Cela frente a la crisis, ha sido casi inexistente. Según
Cela, el ser humano no está condenado a vivir una vida en
circunstancias desesperadas a menos que el mismo humano le
haya obligado a vivirla.
La filosofía social de su compatriota, Ortega y
Gasset, del yo y mis circunstancias que Cela novelística
mente había presentado en las dos obras que ya hemos tra
tado en los primeros dos capítulos, y que hizo llegar a su
cumbre en La colmena desgraciadamente ha pasado desaperci
bida por las instituciones y por el estrato social al que
Cela se dirigía.
Cela intencionadamente puso a Dorita al lado del
canónigo; a Elvirita al lado de doña Rosa, la mujer exce
sivamente rica; a Merche, la huerfanita, al lado del médico
don Francisco; a Victorita al lado del hombre de posibles,
don Mario; a Paquita al lado del catedrático, su novio; y
a Purita al lado de don José Sanz Madrid. Todo este roce
178
del yo imposibilitado con el yo de posibles tiene su pro
pósito aleccionador bien definido en la filosofía social de
Cela. Doña Rosa, dueña de fincas, casas y raíces, aparece
como un ser presto a seguir la ley cuando a ella la con
viene en perjuicio de los demás. Es muy fiel al estado y
al cumplimiento de sus leyes, sobre todo cuando se trata de
desahucios en beneficio propio. Ante su poder tiemblan los
pobres inquilinos cuando se cumple el plazo de pagarla la
vivienda. Rozando diariamente con esta señora está Elvi
rita, su supuesta amiga, que de serlo de verdad, y no un
disfraz hipócrita de la amistad, no sufriría Elvirita los
fríos y las hambres que de hecho sufre diariamente. Por
medio de doña Rosa, Cela censura el inordinado aunque legal
oportunismo del capitalista explotador que pone la son
riente cara del inocente para ganarse a los clientes que le
dejan el dinero pero a los que en el fondo odia intensa
mente.
Don Francisco, el médico de alta escala social,
parece preocuparse poco o nada de la doliente humanidad;
si no, no se explica como puede comprar y explotar sexual-
mente a una niña huérfana de trece años, privada por la
guerra del calor y del hogar de sus padres. La lección
179
que comunica Cela respecto a este estrato social, no deja
lugar a dudas. Igualmente, el negociante, don José Sanz
Madrid, demuestra poco interés en socorrer a los hermanos
huérfanos de Purita. Todo su interés se centra en satis
facer egoistamente su desordenada pasión sexual con el
cuerpo joven de la chica.
Don Mario, el impresor, no permite ni por un
instante, que Victorita se haga ilusiones de sacarle dinero
con su cuerpo para salvar a su novio de la enfermedad. Lo
único que le interesa es acostarse con ella aunque Victo-
rita se lo haya dicho bien claro que no le quiere ni le
querrá jamás. Solamente lo hará porque necesita el dinero
para comprar los alimentos y los medicamentos que hacen
falta a su novio para salir adelante.
En todos estos seres de La colmena incapaces de
determinar su yo por sí mismos, ya que están supeditados
al yo de los pudientes, resalta el pensamiento social de
Cela respecto a la injusticia social de las instituciones
y del individuo a la humanidad.
Contrario a la despreocupación y cinismo por la
humanidad que se le atribuye a Cela, nuestra investigación
ha encontrado un humanismo disfrazado en la ironía, y una
180
ternura infinita en lo aparentemente cruel y desgarrado.
Su crecimiento como hombre o como artista indican una
madurez elevada que para el bisoño resulta un tanto compli
cada y difícil de entender como el arte de Picasso o el de
cualquier otro artista que haya alcanzado un alto grado de
perfección.
Con este tercer capítulo rematamos en nuestro
trabajo el estudio del pensamiento filosófico y social de
Cela expuesto en género ficticio mediante tres novelas
representativas que seleccionamos para este fin. Los
tres capítulos que siguen representan, cada uno, un género
literario diferente donde el pensamiento traslucirá di
rectamente.
CAPITULO IV
VIAJE A LA ALCARRIA
Compasión por el pueblo
De la gran variedad de géneros literarios que emplea
Cela, sobresale el libro de viajes principalmente por su
intencionalidad, su claro propósito, su sencillez y belleza
literaria. La intención de Cela es clara; se propone ver
a los seres inútiles directa y detenidamente. Lo cumple,
echándose al camino sin prisas ni pretensiones para así
poder mejor exponerse de inmediato a las personas con quie
nes intenta congeniar y finalmente alcanzar cierta compene
tración al natural, es decir, a lo que saltare, sin hacer
ni previos preparativos, ni arreglos, ni citas.
Su propósito es de enfrentarse cara a cara con el
ser humano corriente y ordinario de todos los días. No
lleva elaborados planes de viaje, ni itinerario anticipado
sino que más bien intenta pasar entre el pueblo como uno
de tantos. A diferencia de la bien premeditada novela,
181
182
y después de su elaborado trabajo de creación imaginativa,
el libro de viaje se presenta, sin más ni más, en el orden
cronológico en que van surgiendo los acontecimientos obser
vados por el autor.
Hace literatura no sólo del más olvidado e insigni
ficante ser inútil como el niño, el ciego o el tullido,
sino del más envilecido y despreciado de los seres, el
tonto. Las situaciones o circunstancias según se presentan
van narradas con una simplicidad de pensamiento y de len
guaje que en término final resultan un trozo bello de
literatura a la vez que sencillo.
Reconocemos su belleza aunque nuestra intención
primordial en escogerlo no fue sino por el abundante
reflejo de la verdad filosófica del autor en semejante
documento social. Este inmediato ajuste a la realidad, no
mediante la ficción, habría podido resultar demasiado
corriente, pesadamente banal y un tanto aburrido si la
genialidad del escritor en relatar los sucesos no hubiera
intervenido con singular maestría y delicada belleza.
Hemos escogido entre otros El viaje a la Alcarria,
libro que en la opinión de la crítica es el mejor y el más
183
representativo de los viajes de nuestro autor.^ Es sin
duda el más expresivo en su intención. Expone al lector al
pensamiento filantrópico y filosófico de Cela revelándole
sus sentimientos más íntimos hacia los demás. Cela no sólo
dice lo que siente por la humanidad sino que lo pone en
práctica. Es un ejemplo de lo que el pueblo español dice,
"obras son amores y no buenas razones." Al comenzar el
viaje saliendo de casa camino a la estación de ferrocarril,
comparte su extraordinaria sensibilidad y pensamiento con
el lector en su primera experiencia callejera.
Un niño harapiento hoza con un palito en un montón
de basura. Al paso del viajero levanta la frente y se
echa a un lado, como disimulando. El niño ignora que
las apariencias engañan, que debajo de una capa puede
esconderse un buen bebedor; que en el pecho del via
jero, de extraño, quizá temeroso aspecto, encontraría
un corazón de par en par abierto, como las puertas
del campo. El niño, que mira receloso como un perro
castigado, tampoco sabe hasta qué punto el viajero
Guillermo De Torre, "Vagabundeos críticos por el
mundo de Cela," Revista Hispánica Moderna, XXVIII (abril-
octubre, 1962), 159. "De los cuatro libros del 'andar y
deambular' que nuestro autor ha publicado hasta el día,
aquel que ha sido considerado más expresivo, el que la
mayoría de sus lectores prefiere, es el primero, el com
puesto con más 'inocencia': Viaje a la Alcarria."
Julián Marías, Diccionario de literatura española
(Madrid: Revista de Occidente, 1964), p. 156. "Este libro
es acaso lo más valioso y logrado de la obra de Cela ...
está lleno de aciertos que revelan verdadero talento lite
rario. "
184
siente una ternura infinita hacia los niños abandona
dos, hacia los niños nómadas, que, rompiendo el día,
hurgan con un palito en los frescos, en los aromáticos
montones de basura.
Este es un claro ejemplo que demuestra la compasión
de Cela por los niños igual que el ejemplo del niño que
canta flamenco en el capítulo anterior. No sólo ha escrito
Cela estos ejemplos sino que los ha vivido y ha traducido
su preocupación en acción. Algunos observadores dan testi
monio de ello.
Cela es realmente un hombre extraordinario. Es
un hombre generoso y sincero que suele proteger a los
menesterosos sin hacer alarde de ello. Por ejemplo,
esa pequeña a quien trataba con tanto cariño y mimo
no es su hija, como usted ha pensado. Es una chiquilla
que ha recogido. El humanismo de Cela se traduce
siempre en acciones.^
El viaje a la alcarria no es sino un pretexto para
disfrazar los más nobles sentimientos hacia sus compatrio
tas y por vía de éstos, hacia la humanidad. No nos enga
ñemos, la intención de Cela no es un enmascarado sentimen
talismo, sino un varonil manifiesto de la belleza que late
2
Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria (Barcelona:
Editorial Destino, 1958), p. 20. A partir de esta cita,
los números se refieren a esta edición.
3
Isabel Magaña Schevill, "Cela y los papeles de Son
Armadans," Hispania, XLI (septiembre, 1958), 317.
185
en lo más recóndito del ser más humilde: del niño hara
piento, del campesino analfabeto, del gitano errante, de
la prostituta, incluso del tonto, del tarado, en fin, del
hombre cotidianamente ordinario que pasa desapercibido,
pero no de Cela quien a simple vista capta lo que a otros
escapa de la lupa. Laín Entralgo sagazmente ha captado la
intencionalidad de Viaje a la Alcarria respecto a dichos
seres, y pregunta a Cela:
¿Quiénes son, qué son, cómo son estos hombres? Tu
retina, Camilo, resulta especialmente sensible para
los seres inútiles y para los niños, y esto explica
la frecuencia de unos y otros en tus apuntes de vaga
bundo y en tus páginas de novelista. ... ¿Qué razón
hay, Camilo, para tu afición de vagabundo y escritor
a estos seres inútiles?^
Se contesta Laín Entralgo a su propio interroga
torio ofreciéndonos la clave de comprensión en la primer
experiencia callejera del viaje de Cela: el niño harapiento
que hoza en el montón de basura. La observación de Laín
Entralgo es un punto dicho de paso y aislado en un simple
artículo. No es, ni mucho menos, una disertación que pre
tende penetrar y comprobar el pensamiento del autor. Si lo
traemos aquí a la memoria no es sino para corroborar nuestro
^Pedro Laín Entralgo, Ejercicios de comprensión
(Madrid: Taurus, 1959), pp. 158-159.
186
punto de vista ya que en el mundo de la crítica sobre Cela
se ha hecho hincapié sobre el cinismo, la crueldad y la
deshumanización del hombre en su obra. Nuestra tesis, como
ya se ha dicho antes, intenta proponer todo lo contrario
de esa critica. Además, si se observa con cuidado, la
opinión de Laín Entralgo no coincide exactamente con la
nuestra, ni con nuestro propósito.
Ya tenemos la clave completa. No sólo una redo
mada razón estilística— importante, claro está, para
quien tanta importancia da al estilo— ha determinado
la notoria proclividad de tu pluma hacia los seres
inútiles y hacia los niños. Por debajo de tu queren
cia— lo diré sin más rodeos— opera una resuelta volun
tad de salvación. ... Amor de salvación a las gentes
inútiles y a los niños que apenas llegan a serlo ...
salvación social e histórica. ... Pienso que esta bien
cuidada edición de Viaje a la Alcarria debe ser esti
mada no sólo como obra bella— que lo es, y muy por lo
fino y por lo alto— , más también, y aun sobre todo,
como obra de amor. Hay en ella amor de salvación a
la tierra de España a las gentes inútiles de España,
a los niños y cuasiniños de España."*
El Dr. Gregorio Marañón en la contestación a Cela
al entrar éste en la Academia, expone dos cualidades esen
ciales de Cela reveladas en Viaje a la Alcarria. Las
adquirió Cela en su roce con la vida y son la clave para el
entendimiento de sus viajes mal interpretados por algunos
5
Laín Entralgo, Ejercicios de comprensión, pp. 165-
169.
187
críticos.
Una es el hondo conocimiento del ser humano. En
sus libros, nada sucede que no tenga dentro sangre o
savia o tiempo palpitante y no detenido. Lo que a
veces parece duro o tremendo en sus relatos, es porque
son trozos vivos y la vida es casi siempre áspera, ^
cuando se vive y no se inventa en una mesa de café.
La otra cualidad, sin duda complemento de la honda
humanidad de Cela "dando a un villano el mismo trato que a
. i i 7
un marques.
La visión del autor, siempre transida de ternura,
va iluminando, como un mágico país, tantos y tantos
lugares, pueblos, ... y ejemplares de la humanidad
sencilla, taimada y generosa de esta región ... y sobre
esta geografía de Castilla, vista con infinito amor
viven esos hombres y mujeres y niños nuestros, de hu
manidad recia y dolorosa, a los que se complacieron en
pintar los maestros de la novela española en el Siglo
de Oro, pero que desaparecieron después, durante los
siglos del llamado buen gusto ... humanidad que no
resucitó en los románticos, porque sus pordioseros, sus
bandidos, ... eran pura invención artificiosa, ... ni
tampoco en los grandes novelistas del siglo XIX, hasta
que reaparecieron en Baroja. ... La misma raíz tiene la
humanidad de Cela, que exhibe toda la complicación
antropológica— judíos, moros y cristianos— del pueblo
español, alborotado, indómito, arbitrario, cordial y
cruel, tal cual es, sin mixtificaciones retóricas.8
Este humanismo de Cela, como ya advertimos antes,
no es un mero sentimentalismo sino una recia cualidad que
6Gregorio Marañón, Contestación a la obra literaria
del pintor Solana (Madrid: Alfaguara, 1967), p. 89.
7Ibid., p. 92.
Q
Ib id., pp. 92-93.
188
entronca en su propio ser y que trae consigo la generosidad
auténtica y no una copia. Marañón la reconoce como aflu
yente de la propia vida del autor, es decir, la responsable
de su generosidad.
Esta vida fulgurante y múltiple de nuestro autor,
le ha servido para ser generoso, y en la forma más
eficaz de la generosidad, que no es la nativa, la del
que todo lo ve color de rosa, lo cual, al fin y al
cabo, es una aberración del espíritu, sino la generosi
dad consciente, la que ha tenido largo trato con la
vida, lo mismo con el bellaco entronizado que con el
infeliz atropellado y perseguido, y sabe que los dos
son por igual dignos de amor y misericordia.^
A esta generosa misericordia y amor al hombre agre
gamos su diestro manejo del paisaje visto, para redondear
la belleza de su libro de viajes. Aquí también nos dice
Marañón:
Lo extraordinario de estos relatos es la profunda
caracterización, original y pasmosa, del paisaje his
pánico; y claro es que esta caracterización se debe
a que cada visión recogida, no es una fotografía, ni
una historia local, sino una realidad viva ... la
naturaleza está no copiada, ni siquiera sentida, sino
transverberada en el alma del caminante. De ahí la
exuberante vida con que nos transmite a los demás la
naturaleza, hecha ya ser suyo.^®
El simple hecho de que esta realidad no está co
piada ni fotografiada sino captada en su más pura versión
Marañón, Contestación a la obra literaria, p. 90.
10Ibid., p. 91.
189
de la realidad sentida y vivida, desvirtuará cruelmente al
incauto investigador o comentarista que sólo busque las
formas de antemano artificialmente refinadas e inflexible
mente reducidas a un criterio limitado, como modelo— sin
duda incompleto— de lo humano y su arte. La posibilidad de
expresión humana es infinita y de acuerdo con su arte. Nos
dice Marañón que "lo esencial para la creación futura es
hacer pasar la realidad por el filtro del espíritu; esta
sublimación o quintaesencia es impresionante en nuestro
autor.
Al decir que es una versión no copiada, recordemos
que Cela se había leído bien a los clásicos españoles, y
que los conocía a fondo. Muy bien habría podido reproducir
los sentimientos de algún viajero de antaño con perspectiva
moderna, pero no lo hizo así. Su sentir era auténtico y
espontáneo como de auténtico español. Su pensamiento era
el resultado cultural de su pueblo que por lo tanto hacía
de Cela un hombre ampliamente capacitado para sentir ínti
mamente el latido español. Su versión no era fotografiada
como la del simple turista quien mediante otra cultura y
^Marañón, Contestación a la obra literaria, p. 89.
190
otro sentir, llega a interpretar la visión fotografiada
según su propia formación. Dicha interpretación viene a
resultar inexacta y superficial mientras Cela, en su
genialidad y autenticidad española, ha captado esta reali
dad.
Esto explica en gran parte por qué el arte de Cela
haya sido mal juzgado por algunos de primitivo. Lo que más
desvía a dichos críticos es la comparación con un criterio
del arte pre-establecido. Dice el norteamericano, Paul
Ilie, de los viajes de Cela, "Encuentro en la huida por los
caminos, en la mirada presta a fijarse en niños y tontos y
en la tendencia a la sencillez de estilo una fundamental
. . ..12
actitud de primitivismo.
Semejante juicio carece del conocimiento fundamen
tal de la esencialidad establecida en el amor y en la
preocupación por España demostrada, harto ya, en la gene
ración del 98, sobre todo en Azorín y Unamuno que por su
extraordinaria exhortación al pueblo español de conocerse
a sí mismos efectuaron dicho conocimiento viajando por el
pueblo. Esta actitud produjo artísticos libros, entre
Paul Ilie, "Primitivismo y vagabundaje en la obra
de C. J. Cela," Insula, No. 170 (enero, 1961), p. 14.
191
otros Los pueblos de Azorín. Y acarreó obras de un pro
fundo sentir español mal conocido y peor interpretado fuera
de España. Con esto que decimos, no negamos que dichas
obras sean harto bien conocidas por los universitarios,
estudiosos del español. Nuestro comentario más bien se
refiere a que fuera del círculo de especializados, las
obras españolas son prácticamente desconocidas o al menos
no se conocen tan bien como las francesas o las inglesas.
Pero vayamos más allá, más hacia los orígenes, más
a la raíz de este primitivismo de que nos habla Ilie.
Cuando Ortega y Gasset habla de primitivismo— es de aquí
donde parece haberlo tomado Ilie— afirma esto en una rela-
13
ción histórico-temporal. La historia del arte principia
con el hombre primitivo seguido del clásico y luego del
gótico. Ortega está hablando del arte del hombre, no del
hombre en sí. El problema surge por haber interpretado
cada período histórico del hombre no como parte de una
estructura final— por lo menos hasta llegar a nuestro
tiempo— sino como entes separados. No como ladrillos de
un mismo edificio o como piezas de un mismo reloj, sino
*^José Ortega y Gasset, "Arte de este mundo y del
otro," en La deshumanización del arte y ensayos estéticos
(Madrid: Revista de Occidente, 1967).
192
como transmutación de ser que da en lo primitivo una enti
dad, y en lo clásico otra. La verdad es que todos estos
períodos histórico-temporales son una misma cosa respecto
al hombre si se considera del punto de vista del avance
progresivo, de la evolución histórico-cultural. En la evo
lución cultural del hombre no hay transmutación en él
propiamente dicho— no hablamos de evolución física— sino
cambio en el ambiente, es decir, de un período a otro con
tinuando el progreso o retrogreso el mismo ente cuyo pro
ducto final es el trasformado hombre actual (y quizá— si se
quiere— mejorado para el que se adscriba a ello) donde
reside lo primitivo, lo clásico, y lo gótico, sin atrope
llarse ninguno de ellos. Toda la suma de estas etapas de
desarrollo ha producido al hombre de hoy. Al hombre del
"yo y mis circunstancias" según Ortega y también según
14
Teilhard de Chardin? éste es el hombre actual, el pro
ducto acabado que hoy contemplamos en el fenómeno humano,
el hombre y sus circunstancias que lo han hecho lo que es
y que lo han hecho dejar de ser lo que era.
í, 4 \
Pierre Teilhard de Chardin, Le phénomene humain
(Paris: Editions du Seuil, 1970).
193
La compasión por el pueblo se ve harto bien demons
trada por el autor que como los del 98 se ha echado a andar
para mejor conocerse y mejor conocer a los demás. Y con
echarse a andar desde el primerísimo instante se ha topado
y ha reconocido uno de los más antiguos pecados del hombre;
el facilísimo olvido de los seres inútiles; de los niños,
de los tontos y de los ciegos, que aunque incompletos o
dolientes son piezas de una sola humanidad y por lo tanto
merecedoras de la dignidad que corresponde al género humano.
Cela no sólo ha traído estos seres a la atención del púb
lico sino que les ha brindado un puesto de perpetua memoria
en la literatura.
Armonía con la naturaleza
Más que ninguna cualidad, la compasión por el
pueblo, al lado de su armonía con la naturaleza, resalta
en cada página de Viaje a la Alcarria. Cela es un buen
conocedor de lo castizo y gran amante del pueblo español en
el más acendrado sentido de la palabra. Todo lo que en el
ambiente o en el pueblo resulte contrario a la naturaleza
de su formación será enemigo de nuestro autor. Todo lo que
lleve semblante de orden de despacho o de receta, lo dese
chará como intruso impostor del verdadero orden natural.
194
Aclaramos aquí lo que haya podido interpretarse como un
deseo por parte de Cela de volverse a la época romántica o
a la novela pastoril cuando hablamos de armonía con la
naturaleza. Esta armonía natural se manifiesta más bien en
el ambiente social del pueblo que vive o ha debido vivir
según le permiten las circunstancias responsables de ha
berlo sacado a ser lo que es de entre los elementos que lo
formaron. Toda violencia contra estos elementos españoles
es para Cela innatural. Cela rechaza todo aquello que
intente copiar o imitar lo extranjero como una farsa que
priva al pueblo de su debida naturaleza. No que Cela de
fienda un estado estático y sin progreso. Pero el progreso
para Cela no es lo que vemos en el mundo moderno; es un
progreso materialista. El mundo y la sociedad han ido más
bien hacia atrás, si se considera la política y el género
de las guerras modernas. Cela cree en el individuo pero
desconfía de la sociedad moderna y de que pueda salvar a la
humanidad de su crisis. Al contrario la sigue hundiendo
más y más.
Cuando Cela hizo su viaje a Pastrana se lamentó con
los pastraneros que pedían en vano al gobierno de Madrid
los tapices de Alfonso V de Portugal que les pertenecían y
que antes se guardaban en la extinguida, colegiata de
195
Pastrana. Al contemplar este problema, el autor revela un
genuino amor al pueblo y un auténtico afecto al orden
natural.
El viajero piensa que este es un pleito en el que
nadie le ha llamado, pero piensa también que con esto
de meter todas las cosas de mérito en los museos de
Madrid, se está matando a la provincia que, en defini
tiva, es el país. Las cosas están siempre mejor un
poco revueltas, un poco en desorden; el frío orden
administrativo de los museos, de los ficheros, de la
estadística y de los cementerios, es un orden inhumano,
un orden antinatural; es en definitiva, un desorden.
El orden es el de la Naturaleza, que todavía nc ha dado
dos árboles o dos montes o dos caballos iguales. Haber
sacado de Pastrana los tapices para traerlos a la capi
tal ha sido, además, un error: es mucho más grato
encontrarse las cosas como por casualidad, que ir a
buscarlas ya a tiro hecho y sin posible riesgo de
fraude. (pp. 211-212)
Además del amor al orden natural Cela se ha tornado,
más de una vez, en defensa de los monumentos artísticos e
históricos desaparecidos o por desaparecer a manos de
coleccionistas de arte. Su paciente labor de investigador
y defensor de estas materias sorprende y brota, sin duda,
de su hondo amor a España y a su historia, como brotara de
un ibero auténtico. A Cela no le parece ningún incon
veniente, a pesar de su muy ocupado horario, rectificar
ideas erróneas que algunos pasarían por alto o darían por
insignificantes. Es interesante notar todo el trabajo que
salió a luz sobre este asunto con motivo del comentario,
196
aparentemente inocente pero irresponsable, de Philip
Polack, editor inglés de Viaje de la Alcarria. Se trataba
de un asunto serio respecto a obras españolas estraviadas
por el extranjero. Se trataba, específicamente, de un
monasterio de la Alcarria— malbaratado y asolado en los
EE.UU.— sobre el que dicho editor había hecho su comenti rio.
La carta es larga para citar pero expondremos sólo lo que
va al grano.
Quico le explica al viajero que, según dicen, el
monasterio de Óvila se lo llevaron los Americanos
piedra a piedra antes de la guerra civil.
Usted, sin duda guiado del mejor deseo aunque
tomando la voluntad por realidad, no cree lo que el
país, por boca de Quico, dice, y en la pág. 219 co
menta, quizás con énfasis excesivo y más imprudente
y audaz seguridad de la necesaria, que todo es "an
unlikely tale," un cuento inverosímil. Por desgracia,
mi querido amigo, el suceso, aunque increíble, no por
ello deja de ser cierto, y las últimas noticias de
las piedras, a punto de terminar su calvario en los
muros de un templo budista, darían tema para el más
inverosímil de los cuentos. En cierto sentido no
erró usted el pronóstico.^
El llamarle Cela la atención a Philip Polack resultó
en acción y enmienda de la indiscreción perpetrada. Siete
años después, Cela agradece por medio de carta a Polack la
rectificación. Como hemos ido observando, consta que Cela
15Camilo José Cela, "Carta a Philip Polack, mi edi
tor inglés, sobre el monasterio de Óvila y otras piedras,"
Papeles de Son Armadans, XXIX (abril, 1963), 4-5.
197
es un hombre de acción y sentimiento que no deja pasar
injusticia que a su atención haya llegado por mínima que
parezca a los demás.
Hace ya siete años— ¡que horror, cómo pasa el
tiempo robándonos la esperanza.'— le escribí a usted
acerca de los amargos restos mortales del monasterio
de Óvila, depredado por la incuria y la falta de
patriotismo hispanos y la megalomanía de un yanqui
de fortuna, si cumplida, también antojadiza y cam
biante. Usted, muy gentilmente, atendió la súplica
de puntualidad histórica que le hacía y así veo que
en su tercera edición de mi "Viaje a la Alcarria," la
de 1965 quita lo de "an unlikely tale"— con que tan
injustamente apostillaba la aseveración de mi amigo
Quico Sanz, q.e.p.d., de que el monasterio se lo
habían llevado los Americanos, piedra a piedra, antes
de la guerra civil— y pone en su lugar una nota bien
verdadera: It was bought by William R. Hearst and
taken to San Francisco, but was never re-erected. Se
lo agradezco.^
El anhelo de ver estas piedras en su descanso final
sigue sin cumplirse hasta el momento. Con excepción de la
fachada de la capilla, que se puso en pie dentro del De
Young Museum en San Francisco, las piedras continúan aban
donadas al aire en Golden Gate Park. Mas no por incuria
de los que les duele España y aman su arte.
16
Camilo José Cela, "Segunda carta a Philip Polack
sobre la lenta agonía de unas piedras," Papeles de Son
Armadans, LVII (abril, 1970), 3-4.
198
Propósito del viaje
Hemos ya expuesto los antecedentes de este tipo de
viaje, señalando a los 98 como modelo de ese afán de en
tender a España principalmente por el contacto directo con
las personas provincianas o citadinas que componen el
pueblo español. Y subrayamos la importancia, sobre todo
para el escritor, de la experiencia directa para contar de
primerísima mano lo que es o no es España. Veamos lo que
dice un crítico comentando uno de los viajes de Cela.
C. J. C. ama la tradición. Quisiera ser el paso
nuevo de la tradición de nuestra costosa España actual.
Odia el plagio. Camilo José Cela cree— no sin razón—
que sus crónicas viajeras tienen mucho de tradición,
de original ... Camilo José Cela, en sus viajes ar
chiva— regia, artística, subjetivamente— cuanto tenemos
y no conocemos. Y, como dice José María Castellet,
esto es de agradecer.^
Exponer al lector al conocimiento de España es uno
de sus propósitos. Como dice el citado crítico, "Cela
archiva cuanto tenemos y no conocemos" y todo ello dentro
de una tradición muy lejos del plagio pero muy cerca de los
autores de quienes ha cogido la antorcha para entregarla a
la posteridad que felizmente continuará dicha tradición.
17
Rosendo Roig, "Judíos, moros y cristianos de
Camilo José Cela," Razón y Fe, CLV (mayo, 1957), 495.
199
Una tradición que pone su primera importancia en los seres
humanos y que relega al segundo plano todos los otros
valores. Desde ahí que trasluzca inevitable su propósito,
incluso, hasta en la técnica de sus viajes.
... deducimos que la técnica de la narración en
Cela no está solamente dedicada a reproducir el viaje
a través de los ojos del viajero de una manera pura
mente objetiva; lleva consigo muchos armónicos subje
tivos y está íntimamente conectada con la actitud
filosófica de Cela, quien libera de pasado y de futuro
la existencia, poniendo de relieve el ser individual,
aislado, que vive su vida aquí y ahora.
Cabe preguntarnos, ¿qué propósito tiene Cela?, si
en el relato sale más que lo objetivamente visto por el
viajero, y si esto tiene su base en la realidad. Acaso, es
puramente un arte de relatar las cosas o es que unida al
arte palpita su filosofía de la vida? Me inclino por lo
último. Además, es de rigor notar que Cela no toma ligera
mente sus viajes y que tiene ideas muy rigurosas respecto
a estos relatos. Eduardo Trives, para citar un ejemplo,
interroga a Cela sobre el problema.
— Camilo, tú en tus libros de viajes, ¿dices
siempre la verdad o te inventas algún personaje o
algún hecho?
18
Winston Pertaub, "La técnica como medio de suges
tión filosófica en el 'Viaje a la Alcarria,'" Insula. XXIV,
No. 277 (diciembre, 1969), 14.
200
— No. Yo esos hombres los he conocido. Creo que
hay que decir la verdad. Yo en los libros de viajes
digo siempre la verdad. Sale mejor la cuenta.^
Cela mismo en su nota a la cuarta edición de su
Viaje a la Alcarria nos dijo: "El escritor viajero cumple
con reflejar lo que ve y con no inventar. Para inventar ya
están otras esquinas de la literatura" (10). También nos
dijo en la misma nota que el escritor viajero no piensa
meterse en berenjenales que le lleven a sacar conclusiones
filosóficas que ya sacará el lector si quiere y acierta.
Lo único que hará el escritor es retratar al hombre y su
paisaje. La verdad es que los lectores como hemos visto ya
han sacado de Viaje a la Alcarria y de otros viajes de Cela
innumerables conclusiones morales y filosóficas que por
cierto reflejan algunas actitudes del autor. Con decirnos
Cela que ya sacará el lector si quiere y acierta, nos
revela parte de su propósito del viaje no expresado. De
hecho los libros de viaje han ofrecido un vasto campo para
conocer la filosofía y actitudes de nuestro autor. Es aquí
donde Cela más que en los otros géneros llama al pan, pan
y al vino, vino y se aúna con el pueblo de Castilla que
19
Eduardo Trives, Una semana con Camilo José Cela
(Alicante: Gráficas Vidal, 1960), p. 70.
201
siempre ha tenido predilección por la verdad. En el mismo
viaje nos dice que el pueblo en Pastrana llama desgraciada
mente a la Princesa de Éboli, la puta; y agrega:
El pueblo de Castilla es institucional y sacra
mental y hay dos cosas que no perdona ni por error:
el que los ricos se salten los mandamientos de la ley
de Dios, y el deleite de llamar siempre, con toda
crueldad, al pan, pan, y al vino, vino. (pp. 219-220)
Como su propósito es de conocer a España, Pastrana
le brinda materia ejemplar a su intención. Los del 98
trataban de analizar los síntomas y encontrar el por qué
del decaimiento español y se echaban al camino para mejor
exponerse al alma de España por la que subsistía el pueblo
mismo. El alma, la fuente y móvil de su respiración, se
divisaba en el pueblo. En Pastrana, Cela da un poco con
parte del síntoma, de la causa, y del resultado del
problema de España. Nos dice:
En Pastrana podría encontrarse quizás la clave de
algo que sucede en España con más frecuencia de la
necesaria. El pasado esplendor agobia y, para colmo,
agosta las voluntades; y sin voluntad, a lo que se ve,
y dedicándose a contemplar las pretéritas grandezas,
mal se atiende al problema de todos los días. Con la
panza vacía y la cabeza poblada de dorados recuerdos,
los dorados recuerdos se van cada vez más lejos y al
final, y sin que nadie llegue a confesárselo, ya se
duda hasta de que hayan sido ciertos alguna vez, ya
son como un caritativo e inútil valor entendido.
(p. 218)
202
Luego continúa en el párrafo siguiente dándonos un
ejemplo concreto a lo que se refiere y que, por desgracia,
se puede aplicar no sólo a Pastrana sino a buen número de
ciudades en análogos trances.
Hay quien dice que las Hilanderas de Velázquez,
representan un telar de Pastrana. Es muy probable
que sea así, pero el viajero piensa que a Pastrana
le hubiera venido mejor conservar su telar que un
cuadro extraordinario de su telar que, para colmo,
tampoco está en Pastrana. (p. 218)
A veces sorprende la precisión con que nuestro
autor va al grano para impartirnos su mensaje sin hacer
crítica ni sacar conclusiones políticas, morales, o de otra
especie. Veamos el ejemplo de la escuela en Casasana. Con
las cuatro líneas de diálogo que nos relata hace al lector
acertar en la crítica de la educación en España que hasta
hace pocos años permanecía intocable.
La maestra llama a dos niños para que los vea el
viajero. Ellos contestan al interrogatorio de la maestra.
La niña explica que la mejor reina de España fue Isabel la
Católica porque luchó contra el feudalismo y el Islam,
realizó la unidad de España y llevó su religión y cultura
allende los mares.
La maestra, complacida, le explica al viajero:
— Es mi mejor alumna.
La chiquita está muy seria, muy poseída de su
papel de número uno. El viajero le da una pastilla
203
de café con leche, la lleva un poco aparte y le
pregunta:
— ¿Cómo te llamas?
— Rosario González, para servir a Dios y a usted.
— Bien. Vamos a ver, Rosario, ¿tú sabes lo que
es el feudalismo?
— No, señor.
— ¿Y el Islam?
— No, señor. Eso no viene. La chica está aza
rada y el viajero suspende el interrogatorio.
(pp. 174-175)
Así termina todo lo que el viajero tiene que decir
sobre la educación después de su contacto directo con la
escuela de un pueblo. Ha dicho bastante sin haberse metido
en camisa de once varas. La educación en los pueblos deja
mucho que desear. Ahora incumbe al lector, que el viajero
ya ha hecho bastante, sacar las conclusiones y elegir la
acción conveniente que mejor valga a la causa de España.
El incidente de Casasana es un caso ejemplar de concisión
literaria y de la voz dolorida de España expresada en
silencio. Nos dice Luis Felipe Vivanco sobre Viaje a la
Alcarria, "lo que más me sorprende en la prosa de Cela es
20
cómo la precisión no le quita fuerza a la expresividad."
Y sobre el silencio nos dice Rof Carballo:
20
Luis Felipe Vivanco, "Una tierra, un escritor,
un libro, una edición," Cuadernos Hispanoamericanos,
Nos. 128-129 (agosto-septiembre, 1960), p. 155.
204
En nuestro caso concreto y vagabundo, de vuelta
de su viaje vacía su morral y se encuentra con un
contenido, no de palabras, sino de silencios. Volved
a leer Viaje a la Alcarria si no habéis reparado en
ello. Aunque ya os habréis dado perfecta cuenta: el
libro está colmado de silencios. ... Las gentes al
hablar, entrecortan sus frases con silencios que
quieren decir mucho. ... El vagabundo ha ido haciendo
acopio de silencios; al cabo del viaje ha aprendido a
hablar como lo hace la propia tierra que ha pisado.2^ -
Otro de los propósitos de Cela es poner de relieve
a las personas olvidadas por el pueblo quienes aunque estén
directamente delante pasan desapercibidas o inatendidas.
Estos seres son los tontos, los impedidos, los lisiados y
los niños abandonados como ya hemos advertido anterior
mente. En su viaje, Cela tropezó con muchas criaturas
humanas, y para que siguieran siendo humanas las tuvo que
22
convertir, en su libro, en criaturas literarias. Este
procedimiento no le resulta difícil ni extraordinario ya
que como dice Márquez Gabaldón, Cela "se mete entre las
más bajas y entre las más humildes gentes. Come y hace
23
amistad con los mendigos y con los gitanos." Dado este
21
J. Rof Carballo, Entre el silencio y la palabra
(Madrid: Aguilar, 1960), pp. 61-63.
22
Vivanco, "Una tierra, un escritor," p. 160.
23
Joaquín Márquez Gabaldón, Gacetillas de Dios de
los hombres y de los animales (Buenos Aires: López, 1957),
p. 137.
205
procedimiento no puede menos Cela que dar con los inválidos
o los pobres infelices a quienes no pasará inadvertidamente
sino que a conciencia los traerá a la atención del pueblo.
No es de extrañar a la postre que estos seres tengan un
lugar predilecto en su obra y que se nos dé más de un
detalle respecto a los tontos.
Por el andén pasa un mendigo barbudo recogiendo
colillas. Se llama León y lleva unas alpargatas color
azul celeste. Un hombre le dice: "Ven, León, que te
tengo mucho cariño. ¿Quieres un pitillo?" Cuando
León se le acerca, le da una bofetada que suena como
un trallazo. Todos se ríen mientras León, que no ha
dicho ni una palabra y que lleva los ojos llenos de
lágrimas, como un niño, se marcha silencioso, mirando
para el suelo, agachándose de trecho en trecho para
recoger una colilla. (p. 38)
El silencio de León igual que el de Cela al relatar
lo acontecido dice muchas cosas desagradables sobre el com
portamiento del pueblo respecto a estos infelices y resuena
más fuerte su mensaje cuanto más profundo su silencio.
Veamos otro ejemplo conmovedor tomado de entre otros.
Pasa por la plaza un mendigo adolescente, tonto,
a quien falta un ojo. Camina rígido, hierático, con
lentitud, y va rodeado por dos docenas de muchachos
que lo miran en silencio. El tonto tiene una des
calabradura, aún sangrante, en la cabeza, y un aire
de una profunda tristeza, de una inusitada tristeza
en todo su ademán. Anda arrastrando los pies, apoyado
sobre un bastón de cayado, con el espinazo doblado y
el pecho hundido con una voz chillona, cascada, estre-
mecedora, el tonto canta:
206
Jesús de mi vida,
Jesús de mi amor,
Abreme la herida
de tu corazón.
Una mujer con un niño a cuestas se ha asomado a un
portal.
— ¡Lástima no reventases, perro.' (pp. 149-150)
Más sonoro aun repercute el silencio de nuestro
autor haciendo casi infinito su mensaje en este ejemplo.
Mientras el tonto canta, los circunstantes, a diferencia
del caso anterior, no se ríen sino que guardan un silencio
que viene a ser como fondo y contraste a la maldad de la
mujer con el niño a cuestas. Casi infinito es lo que Cela
ha dicho en el silencio.
Si a Cela se le quiere incluir en los propósitos de
viaje noventaiochistas habrá que delinear cuidadosamente
las lindes que con ellos comparte en ambas similaridades
y diferencias. Para Tomás Oguiza tan sólo la creación del
"vagabundo" en Viaje a la Alcarria lo justificaría como
24
epígono de los 98. Aunque en parte estamos de acuerdo,
hay que advertir, no obstante, que no sólo la creación como
vagabundo sino el sentir por España, que lleva dentro,
24
Tomás Oguiza, "Dos aspectos de la obra de Camilo
José Cela," Cuadernos Hispanoamericanos. No. 179 (noviem
bre, 1964), p. 227.
207
hacen la esencialidad del epígono. Pero la diferencia, a
primera vista, también es muy marcada. La gran diferencia
entre Cela y aquellos estriba en el propósito de cada cual.
Citemos un ejemplo. Miguel de Unamuno viaja por tierras de
Portugal y España con la intención de encontrar y sentir
emocionado el pasado esplendor de España y su historia.
Una vez marcado su propósito podrá apreciar y comprender la
herencia histórica que ha recibido del pasado. No nos
referimos aquí a la historia tradicional de las grandes
gestas, batallas espectaculares o gloriosos sucesos, ya
que es bien sabido que los del 98 rechazaron, al menos al
principio, la tradición y denostaron sobre todo el imperio
de los Austrias. Lo que Unamuno desea más bien ver, me
diante su viaje, es la historia íntima del pueblo español,
la intrahistoria en la que descubrirá su esencia verda
dera. A esta esencia llegará a través del paisaje, de las
costumbres y del idioma, desde ahí la importancia del
viaje. También conviene recordar que Unamuno al principio
de su carrera sentía el afán de europeizar a España aunque
luego después termine en un cambio de conciencia al des
cubrir una tradición que radica en el fondo intrahistórico
del pueblo español. Sentirá por fin que es de igual
208
importancia el españolizar a Europa transmitiéndole el
sentido religioso del pueblo español.
Cela al contrario hace su viaje para encontrarse
con las personas y el paisaje del momento, es decir, de
aguí y de ahora, tal y como están. No le importan un bledo
las pasadas glorias sino son para robustecer el presente.
Claro que conoce y siente profundamente la historia pero
su tonalidad respecto a la reminiscencia del pasado se
torna en matices tenues que preparan el fondo para la mejor
comprensión de España en el presente. Cela no dispone de
antemano de un plan selecto que le guíe en lo que descar
tará o aceptará como esencial a su viaje. El se dispone a
lo que salte. Según su filosofía, las cosas se ven mejor
al natural o según se tercien, sin anticiparlas.
Una de las semejanzas más destacadas entre Cela y
la generación del 98 es su fuerte espíritu lidiador al que
nunca vence la melancolía ante la triste realidad española.
Ambos, Cela y la generación, se esfuerzan en crear con sus
obras una España mejor y un ambiente más favorable a sus
habitantes. Los libros de ambos, a pesar del desengaño
histórico, inspiran confianza hacia la posibilidad de un
mejoramiento.
209
Otro punto de gran similaridad es su espíritu indi
vidualista. Ni a la generación ni a Cela les molesta lo
que piensen los demás. Con tal que ellos mismos estén
convencidos y tengan la conciencia tranquila, no les im
porta decir o escribir todo cuanto sientan. Tampoco se
dejan guiar indiscriminadamente por un orden de valores
tradicionalmente establecidos.
Cela quiere que vagabundear sea honesto, el errante
dejarse llevar del vilano; se encarna en el vagabundo
... no ama ni la suerte ni la desventura. Desea la
humildad, la vida solitaria por las ventas, la estoici-
dad por los caminos; como can sin dueño, sin prisas,
sin esperanzas. Escoge picaresca y le extrae poesía.
Le repele la obligación, endiosa la libertad, prefiere
la senda al caserío. Observa por deleite, piensa por
distracción. ... Ama cuanto favorece su tesitura. ...
Este conjunto vagabunderil es el Alma de Cela.
No es disfraz. Supone hondos principios que no enumera
porque le repugna el proselitismo. Se ama plácida
mente y le hastía la civilizada sociedad.^
Cela ha expresado más de una vez su hastío hacia
las formas y protocolo de la sociedad civilizada. Es una
de las razones por su exilio en Palma donde encuentra el
recogimiento y la paz necesarias al escritor. Citemos de
su contestación a Rodríguez Moñino con motivo de su entrada
en la academia.
25
Roig, "Judíos, moros y cristianos," pp. 495-496.
210
Quien ante nosotros tiene el honor de hablar es
un escritor ... y español voluntariamente recluido en
una isla que tampoco es su tierra. ...
Desde aquella sosegada distancia, la perspectiva
es generosa y nítida y clemente, y las pompas y las
vanidades de la ciudad cobran unos matices grotescos
no exentos de tristeza. Sé bien que a casi nadie ha
de importar lo que piense y sienta un hombre que, en
busca de la paz, renunció a casi todo (no es egoismo,
señores académicos: es asco), pero esta certidumbre
no priva, sino que fortalece las intuidas razones de
su corazón.
Hemos expuesto hasta ahora la filosofía que parece
guiar al autor en sus libros de viajes y hemos escogido
Viaje a la Alcarria como el primer libro de viajes de Cela
y el que nos ha marcado la pauta para sus libros de este
género. Redondeamos el capítulo con las palabras de Luis
Felipe Vivanco:
Como casi todos los buenos libros de viajes, el
Viaje a la Alcarria es un libro filosófico. En este
sentido es un libro que está entre el Quijote y Las
meditaciones del Quijote o entre Cervantes y Ortega.
... Cela que ha tenido encuentros reales con tipos más
o menos pintorescos, se vuelve a inventar a esos
tipos para que cada uno de ellos exponga su filosofía
de la vida. Filosofía a un mismo tiempo cínica y
resignada.
Cela se ha dado cuenta de que España es un país de
filósofos andariegos por los caminos, y por eso sus
26
Antonio Rodríguez Moñino, Poesía y cancioneros
(Siglo XVI), Discurso leído ante la Real Academia Española
y contestación de Camilo José Cela (Madrid: Gráficas Soler,
1968), pp. 148-149.
211
libros de viajes por España, que empiezan con este del
Viaje a la Alcarria, son libros de filosofía.27
No ignoramos la opinión de Vivanco en atribuir a
las personas descubiertas por Cela una filosofía cínica y
resignada, si la citamos aguí es porque ponemos de relieve
la opinión de un crítico respecto a la interpretación de
la obra de Cela. Tampoco clasificamos esta obra como
ficción al aceptar la comparación que hace Vivanco con el
Quijote que es plenamente un libro de creación imaginativa.
Lo que aceptamos en esta cita es la actitud de Cela que
deja plena libertad a los tipos para que cada uno exponga
su filosofía de vida. Cela sólo está allí para captarla
y transmitirla, dando rienda suelta a su sentir por los
seres inútiles despreciados, olvidados o desgraciados por
la misma sociedad.
Repetimos de nuevo que los viajes de Cela no son
sino la expresión tácita de su filosofía en pinceladas más
determinadas que las reveladas en sus obras de creación.
Viaje a la Alcarria revela lo que el autor ha visto y ha
sentido en silencio, no lo que ha creado.
27
Vivanco, "Una tierra, un escritor," p. 161.
212
En este capítulo de viajes, representado por Viaje
a la Alcarria, fuimos testigos de un directo ajuste a la
realidad divorciado de la ficción novelística. Nos expu
simos a un encuentro inmediato con cierta documentación
social, no imaginada sino vivida, no creada sino contada,
que nos comunicó directamente sin rodeos ficticios el
pensamiento social de Cela. Figuraron, desde luego, como
núcleo de su inquietud social, los niños, los ciegos, los
tontos pero en general figuró toda la sociedad, ya que Cela
no se apartó adrede de ninguna clase o nivel social sino
que se dejó llevar a lo que se terciara.
Después de haber concluido nuestro primer capítulo
del género, no ficción, de viajes pasamos al género memo
rias que también es un libro independiente de la creación
imaginativa.
CAPITULO V
LA CUCAÑA
La niñez
Ya que nuestro estudio se dedica al pensamiento
filosófico y social de Cela, hemos incluido La cucaña,
libro de memorias de Cela, como fuente de primerísima
autenticidad en la investigación del pensamiento y actitu
des de nuestro autor. Por fortuna ha escrito Cela este
libro que con tanto anhelo hubiésemos recogido de un Cer
vantes o de un Quevedo, de haberlo escrito. La verdad es
que ni Cervantes ni Quevedo escribieron un libro de memo
rias que en la actualidad habría podido explicarnos sus
vidas tan llenas de intrigas y de interés.
La cucaña nos expone a las bases fundamentales de
la formación del pensamiento y filosofía de Cela. Nos
indica las sendas y los huertos de los primeros sentimien
tos que florecieron en su infancia y adolescencia y los
factores que influyeron en hacerle lo que hoy es como
213
214
escritor. Lo que da a La cucaña suma importancia en nues
tro estudio es el no ser un libro de ficción sino verídico.
Si anteriormente no habíamos comentado esta dimen
sión ficticia, es porque desde un principio se sobrentiende
su presencia e importancia en nuestro trabajo puesto que
consagramos cuatro de los seis capítulos al género ficción,
dando la mayor importancia a la novela a la que dedicamos
los tres primeros. Lo que no se puede admitir, sin embargo,
es que a Cela se le dé importancia exclusiva como novelista
aunque para comunicarnos una verdad maneje dicho género con
singular destreza.
Otro punto de mérito es el interés de Cela por la
verdad sicológica. De hecho, ha escrito, a propósito,
sobre las reacciones defensivas de su niñez, adolescencia
y juventud "por si a alguno pudiera servirle como docu
mento, es decir, a los médicos y educadores en la in
vestigación de la sicología infantil.
Comenzamos por señalar los primeros indicios de
justicia en el niño dando su pensamiento en una cita sobre
dicha virtud. Luego citaremos algunos ejemplos.
^Camilo José Cela, La cucaña (Barcelona: Destino,
1959), p. 148. A partir de esta cita, los números a con
tinuación de lo citado van con referencia a esta edición.
215
La noción de lo justo y de lo injusto fue en mí
una sensación precoz, y la impotencia ante la injus
ticia, algo que me sublevaba y me hundía en hondos
baches de tristeza. Mi reacción al sentirme invadido
por la injusticia era siempre la misma: la huelga del
hambre. Mi madre llevó siempre con buen tacto mis
actitudes y siempre comprendió con fina inteligencia
que la dureza no era el sistema más indicado para
volverme al orden. Mi madre fue siempre una mujer
sensible— y enérgica, al tiempo— que hubiera hecho
sin duda alguna un buen papel diplomático, de habér
sele encargado. Mi infancia al lado de otra mujer
distinta, hubiera sido, probablemente, muy desgra
ciada. (pp. 77-78)
Daremos algunos ejemplos concretos de los primeros
pensamientos de nuestro autor respecto a la justicia. Con
tándonos de su estancia en Barcelona nos relata un primer
recuerdo.
Recuerdo a mi tío Pío— hermano de mi padre— cruzar la
casa con un ratón cogido por el rabo; lo echó por el
retrete y después tiró de la cadena. Me pareció todo
enormemente injusto y salí a la galería, a llorar;
lo pasé muy bien. (p. 76)
Veamos otra memoria primera sobre la justicia que
tuvo lugar durante esta misma estadía en Barcelona.
También se me grabó en la memoria— y en la con
goja— una cuerda de presos que vi pasar por detrás de
casa; les tiré una peseta que tenía, pero no la reco
gieron. Uno de ellos me miró, quiero creer que con
cariño; yo le dije adiós con la mano y, como cuando
lo del ratón, me escondí a llorar a mis anchas.
Quizá sea demagogia infantil, pero en aquellos momen
tos me sentía un poco culpable de que aquellos honibres
fuesen, con las manos atadas, camino de presidio.
(p. 77)
216
Contándonos su niñez también nos dice Cela que "era
amigo de los animales y de los mendigos" (p. 150). Era
buen amigo de los criados de casa de la abuela. Nos cuenta
de la señora María que cuidaba los animales y nos relata
algunos de sus primeros recuerdos del olfato. Termina este
párrafo con un pensamiento clave al entendimiento de su
filosofía: "Pienso que las cosas jamás suceden por azar"
(p. 106).
La señora María, cuando ordeñaba las vacas, me dejaba
beber, de bruces sobre el lecherón, el vivo y tibio
espumaje de hondo aroma y de sabor silvestre. El
nutricio olor de la cuadra, tradicional e ilustre como
un verso de Virgilio, y el bravo y saludable y dul
zarrón paladar de la leche recien muida, son leales
recuerdos que las tres veces que estuve agonizando, se
presentaron, nítidos y precisos, a reconfortarme.
Pienso que las cosas jamás suceden por azar. (p. 106)
Respecto a dichos recuerdos del olfato cabe traer
a la memoria el ejemplo de los recuerdos olfatorios de
Pascual Duarte quien al verse privado de los mismos en la
ciudad cogió su pantalón, que conservaba parte de ese
repertorio olfativo, lo puso de almohada, y ya pudo dor
mirse tranquilamente— cosa que antes no había conseguido.
Continuamos con otros ejemplos de sus primeros
conceptos sobre la justicia en su niñez.
A los cerdos los visitaba poco por tres razones:
porque me daban miedo, porque no me resultaban muy
simpáticos y porque me remordía la conciencia pasar
217
por delante de ellos, tan inocentemente confiados, tan
estúpidamente ignorantes del horrible fin que les
esperaba. Ser hombre, pertenecer a la especie humana,
produce, con frecuencia, muy hondos y muy amargos
remordimientos de conciencia en los niños. (p. 107)
Citemos dos ejemplos más sobre su actitud hacia los
animales y notemos el contraste de estos últimos dos.
El raposo— que yo imaginaba astuto, malvado e inven
cible— rompió una noche la trampilla y sembró de
plumas y de sangre los senderos del jardín. Juan
montó la guardia desde el ventanuco del pajar— que
envidia me daba la aventurad— y la segunda noche de
espera lo tumbó de un tiro de postas que le alcanzó
el codillo. Para mí fue una desilusión el raposo
muerto; lo había soñado más grande y más fiero y me
daba pena verlo colgado de la boca con sangre en un
hombro y con su bella cola arrastrando. Le toqué el
hocico— frío como el hielo— y me dio aún más pena
todavía.
— Juan, ¿por qué has matado al raposo?
— Porque hubo de comerse las gallinas, Camiliño
Josesiño.
— ¿Y por qué no las cerraron mejor? El raposo se
come las gallinas como nosotros, Juan, porque tiene
que vivir, y a nosotros no nos matan porque nos comamos
las gallinas.
— También es verdad, Camiliño Josesiño, ¿qué
quieres? ¡Las cosas son como son.' (pp. 108-109)
Igual que el raposo mató las gallinas, una rata,
por estas mismas fechas, mató siete de nueve pollitos. La
reacción de Cela niño fue, con razón, distinta y de un
fuerte contraste.
Al pánico cacarear de la gallina "Sadness," a quien
asesinaron siete hijos en su presencia, como en el
teatro griego, llegó la señora María y mató a la rata
218
con el sacho? le acertó en mitad del lomo y a poco la
parte en dos. La rata muerta y derribada en tierra,
con su rabo pelón y pálido por el suelo, no me dió pena
alguna. (p. 106)
Veamos otro ejemplo de justicia donde la conciencia
del niño Cela hace un papel esencial en la acción. Lo
curioso es la reflexión que dicha acción produjo años más
tarde en el hombre Cela y que le hizo analizar desde otra
perspectiva el comportamiento de aquella edad.
En la huerta de abajo, una tarde que hacía mucho
calor, mi primo Manolito me pegó una pedrada en la
cabeza y me abrió un ojal de regular tamaño. No
habíamos reñido, simplemente nos habíamos separado
unos pasos y llevábamos unos minutos callados.
(p. 171)
El niño Cela que era cuatro meses mayor que su
primo Manolito se lo calló todo, diciendo a su tía, quien
le curó la herida, que un niño de la calle lo había des
calabrado. La tía se lo creyó, agregando que como hubiese
estado Manolito ya lo hubiese defendido bien. Los planes
que entonces urde el niño Cela contra su primo le molestan
un tanto su muy sensible conciencia, pero sagaz y discreta
mente se los guarda para mejor llevar a cabo su intento.
Es esta misma ruindad que, el hombre Cela, censura ya que
hubo que actuar con hipocresía y doble intención— acciones
insólitas en él pero no ajenas a su inteligencia como
219
niño— para celar y lograr bien su vengativo plan. Cuando
el padre de Manolito se despide pidiéndole un beso, el niño
Cela casi se echa a llorar pero se contiene por motivo de
la segunda intención, la de coger a su primo solo y desampa
rado en el huerto y arrearle una paliza ejemplar. Todo lo
había premeditado y esperó el debido tiempo, habiendo
arreglado, incluso, hasta el cerrojo del portón del huerto
para mejor cerrarlo a su disposición en el momento opor
tuno.
Veamos las reflexiones de Cela ya adulto:
Quiero dejar constancia de que disculpo la pedrada
que recibí ... porque me la explico. Las manos son
desatadas fuerzas de la naturaleza que sólo la rigurosa
razón puede sujetar. La caricia es un empleo culto y
ulterior de la mano.
Yo me porté, en cambio, con toda la diáfana ruin
dad— que es mucha— de que es capaz un niño: ese
monstruo todavía por estudiar que vive, ¡feliz él.', al
margen de las prostituidoras leyes del universo. El
corazón del niño es un abismo en el que cabe todo— lo
abyecto y lo sublime, lo estúpido y lo genial, lo
demoníaco y lo angélico, lo nítido y sereno y lo ner
viosamente confundido y manchado— y todo revuelto: de
ahí su delicada y subyugadora monstruosidad. Un
abismo, se lee en el Libro de los Salmos, llama a otro
abismo. El abismal corazón del niño sólo escucha el
eco de su propia voz, ese aullido capaz de derribar
montañas, retumbando sobre las paredes de su propio y
mismo corazón, esa olla de hierro o de cristal que ni
empieza, ni acaba, ni se explica.
Sí; yo me porté mal, muy mal, aunque no faltaron,
claro es, palabras que se alzaran en disculpa de lo
que no tenía perdón. (pp. 172-173)
220
Hasta ahora hemos visto las cualidades primas per
tenecientes al niño Cela como instinto natural, es decir,
cualidades no aprendidas e independientes de su formación
o roce social. Veamos un poco ahora su educación o forma
ción hogareña, especialmente, la influencia que tuvo sobre
su persona la abuela materna. Cela nació en casa de sus
abuelos maternos y dicha casa, a pesar de la estancia como
niño en diversos sitios, la considera Cela como la cuna de
su formación. Sostenía en pie y ordenaba aquel hogar su
abuela inglesa-italiana, Nina Bertorini, casada con el
inglés, John Trulock. Dice Cela de esta unión:
Mi abuelo vivió la mayor parte de su vida en
España, en Santiago de Compostela, en Villagarcía de
Arosa y en Iria-Flavia, pero cuando se murió, al
cabo de llevar aquí cuarenta y tres años, aún hablaba
un castellano pintoresco e infantil, con los verbos
en infinitivo y los adjetivos aplicados a ojo de buen
cubero.
En su matrimonio, él representaba la bondad, la
flexibilidad, la tolerancia, y mi abuela, Nina Catalina
Aida Bertorini, el carácter, la decisión, la sabiduría
y el sentido del dominio. (p. 51)
Muchas son las ocasiones en que la abuela es admi
rada y apreciada por su fuerte carácter y compostura por el
niño Cela, y muchas también son las lecciones que el niño
aprende con sólo observar a su abuela y a las personas que
hacen este hogar. Gran parte de su formación se basa más
221
en las observaciones que hizo que en los consejos que
recibió; no obstante, hay momentos en que la abuela inter
viene para aclarar o imponer determinado comportamiento a
la fuerte emoción natural del niño. Nos relata Cela su
inmensa, casi incontenible alegría al regresar, después de
su larga estancia en Tuy, a casa de su abuela y la acción
que ésta tomó respecto a la demostración de dicha emoción.
Ya anteriormente le había ella aconsejado sobre este mismo
punto en la muerte del abuelo inglés. Nos dice Cela:
La abuela me recibió con amorosa frialdad, según
su norma, o quizás mejor, con sosegado equilibrio
difícil y amantísimo, y me dio su mano a besar. Yo
me eché en sus brazos con los ojos manando gozosas
lágrimas de alegría.
— Camilo José, repórtate. Un niño fino no debe
manifestar así sus sentimientos.
— Perdón, abuelita.
Cuando me calmé, la abuela me sentó en sus rodi
llas— señaladísima distinción— y me preguntó por todos
los parientes de Tuy, uno a uno y con sus nombres y
apellidos. (p. 206)
Con ocasión de la muerte de su abuelo ya nos había
relatado Cela lo que su abuela le había aconsejado y nos
dice:
En uno de los viajes me encuentro con la triste
noticia de la muerte del abuelo y con la novedad de
que el inglés deja de ser la lengua oficial de mi
familia. La abuela me recuerda que en nuestra casa
no es costumbre que los hombres lloren. (p. 81)
222
En otra ocasión en que el niño naturalmente mani
fiesta su justa emoción defensiva después de la broma
pesada de sus tías, la abuela le advierte lo que se espera
de un niño, y las razones por las cuales se espera.
— Hijo mío, un niño fino no debe tirar piedras
ni decir palabras feas. ¿Tú eres un niño fino?
— Sí, abuelita.
— Claro, hijo mío; si un niño fino dice palabras
feas y tira piedras, aunque tenga la razón, el niño
Jesús se disgusta mucho.
— Sí abuelita.
La abuela me sentó en las rodillas; muy rara vez
lo hacía.
— ¿Verdad, hijo mío, que no vas a decir más pala
bras ni a tirar más piedras?
— No, abuelita, te lo prometo.
La abuela me acarició la cabeza.
— Bueno, hijo mío, dame un beso; te perdono porque
sé que me dices la verdad y que nunca volverás a hacer
eso tan feo.
La abuela me dio la mano a besar.
— ¿Perdonas tú a las tías?
— Sí, abuelita las perdono también.
— Me alegro, hijo mío; está muy feo ser vengativo
y ya veo que tú no lo eres. Anda, siéntate ahí.
(p. 91)
Lo que vino después de sentarse, nos cuenta Cela,
fue un cónclave bien solemne en que la abuela, como respe
tado patriarca, puso maravillosamente su casa en orden.
Una a una entraron las tres tías y le pidieron perdón al
niño besándole la mano. Finalmente pasó la madre y volvió
a hablar la abuela:
— Camila, besa a tus hermanas. Aquí no ha pasado
nada. No te lo puedo prohibir porque te debes a tu
223
marido, pero te ruego que desistas de tu idea de salir
esta misma noche con el niño. Sería un escándalo
inútil y, de otra parte, recuerda que las precipita
ciones nunca a nada bueno conducen.
— Sí mamá.
— Bien. No se volverá a hablar de este asunto,
¿entendido?
— Sí, mamá— dijeron sus cuatro hijas a coro.
(p. 91)
Lo ocurrido produjo en el niño la sensación, según
él nos cuenta, de que su familia funcionaba con una seguri
dad y un aplomo ejemplares. "Aquel día aprendí que la
teoría de la esponja que borra— que tan mal suele saber
usarse en España— puede proporcionar, empleada con sabidu
ría, óptimos resultados políticos" (p. 92). Muchas y
varias son las lecciones que el niño sacó por medio de la
observación en casa de la abuela.
Cuando murió Juan, el jardinero, el niño Camilo
José Cela que sentía mucha simpatía por Juan hizo una pre
gunta a la abuelita cuya contestación proporcionó nuevos
pensamientos a Cela.
— Abuelita.
— Dime hijo.
— ¿Tú no crees que Nuestro Señor habrá llevado al
cielo a Juan, el jardinero?
— Sí, hijo, sin duda, Dios es muy bueno.
A mí me gustó escuchar aquella razón. Hasta en
tonces había pensado que la gente iba al cielo por ser
buena. Desde entonces vengo pensando que la gente va
al cielo porque el que es bueno, muy bueno, infinita
mente bueno y generoso, es Dios. (p. 208)
224
Veamos otras primeras impresiones y pensamientos
del niño Cela al estar de visita unos días el poeta Noriega
Varela en casa de los Cela.
Los niños, como los negros, tienen un concepto un
tanto externo y aparencial de las importancias, y
yo al poeta Noriega Varela, aquel señor, en efecto,
tan importante aunque no lo pareciera, hubiera prefe
rido verlo gordo y solemne. Era entonces muy niño
aún y todavía ignoraba que los señores gordos y
solemnes, salvo excepciones, suelen ser un dechado
de memez, una rara combinación de fatuidad y de
estulticia— y sus parientes próximos la sandez, la
ruindad y la avaricia— eran tenidas, en la sociedad
en que vivimos, por virtudes cívicas, inexcusables,
para alcanzar la consideración de fuerza viva.
(p. 79)
Bastante fuerte y aleccionadora también es la memo
ria del maestro de escuela en Tuy. Años después al escri
bir sus memorias reflexiona Cela sobre la educación en
general en España y analiza los resultados.
El maestro se llamaba don Luis y era un hombre
joven que sacudía unos entusiastas y retumbadores
capones y que pegaba vergajazos a los niños en la
cara o donde les alcanzase, con una vara larga
cimbreante y amarga. Don Luis creía, probablemente,
en el sádico aforismo de que la letra con sangre
entra, sentencia que los maestros acostumbrados a
sacudir candela— maestros con alma de policía o de
guardia civil— se repiten una y otra vez, más que
para convencerse de su dudosa verdad, para justifi
carse en sus crueles inclinaciones y aficiones.
Esto de que la letra es consecuencia de la sangre
que se haga verter, para que aprenda, al educando,
es una idea muy extendida entre los educadores espa
ñoles. De su eficacia nos habla— y no bien— el que,
históricamente, España es un país de analfabetos.
225
Pero descargar en los lomos de los niños los palos
que no pueden descargarse, por falta de valor, sobre
la sociedad, las instituciones o la familia, es algo,
por lo visto, que lleva una gran paz y sosiego a
determinados espíritus.
Debo declarar, porque es verdad, que don Luis
jamás me puso la mano encima. Pero el lector con
vendrá conmigo en que las causas que le llevaron a
la contención— el ser yo "de familia conocida e
influyente," como se dice y se padece en los pueblos—
no podían ser más innobles ni rastreras. (p. 182)
Hemos citado largo y completo el relato porque así
queda mejor expuesto y declarado el pensamiento en las
originales palabras claras y precisas de nuestro autor.
La adolescencia
Aunque Cela aun no ha escrito su segundo libro de
memorias donde nos hablará de su adolescencia, nos ha pro
porcionado, sin embargo, determinados atisbos de la dolo-
rosa y difícil etapa adolescente en el Intermedio de su
primer libro.
A Cela el adolescente, nos dice él, los viejos le
parecen estúpidos que deberían tener valor para suicidarse.
El no piensa llegar a los veinte años y si alcanza esa edad
se suicidará al salirle la primera cana. El bachillerato
lo hace mal; los profesores se pasan el día castigándole y
dándoles tortas. Va aprobando por medio de recomenda
ciones.
226
En su primera juventud le da una tuberculosis pul
monar que le llevará a un sanatorio a recuperar la salud.
Allí aprovecha bien el tiempo leyendo de cabo a rabo a
Ortega y Gasset. Dice de esta lectura, "Ortega moraliza
y aclara al joven confundido por Nietzsche y desmoralizado
por los escolapios y los maristas" (p. 155). También se
lee los setenta tomos de la colección Rivadeneyra Biblio
teca de autores españoles a conciencia y relee cuando se da
cuenta que lee distraídamente. Sus autores predilectos de
entonces son Lope, Cervantes, Fray Luis de León, Quevedo,
Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Santillana, Jorge Man
rique, el Arcipreste de Hita, y Jovellanos. No le gustan
en cambio, Calderón, Tirso, Fray Luis de Granada, y Mora-
tín. Se cura y vuelve a casa. Al salir del sanatorio
puede decir "no soy un enfermo y en cambio, sí soy un hom
bre que ha leído más, mucho más, y mejor que los demás
hombres de su edad" (p. 155).
Es durante su reposo que reflexiona que la activi
dad del hombre no es puramente animal sino que habita
dentro de la cabeza. Copia de Ortega:
Si mi circunstancia de hoy es la enfermedad—
copia— algo que forma parte de mi mismo yo, de nada
vale que me rebele contra ella; lo que hay que hacer
es curarse y modificar la propia circunstancia,
227
mejorándola. Y mientras exista esta circunstancia
actual, aprovecharla y sacarle el máximo partido.
Antes de los veinte años, no es tópico pensar y
proclamar que el hombre es el escultor de sí mismo.
(p. 154)
La influencia de la lectura de Ortega tomó parte
decisiva en la formación espiritual de Cela. Años más
tarde contesta en una entrevista a la pregunta de Gómez-
Santos sobre este aspecto de su filosofía.
— ¿Hiciste cosas que no hubieses querido hacer?
— No. Ni en el terreno literario ni en el humano.
No creo que valgan las disculpas de que uno ha sido
forzado a hacer lo que no quería. Un hombre, mediana
mente normal, es siempre responsable de sus actos.2
Lo intrigante de esta filosofía es que hace que sus
obras cobren otros matices vistos desde otra prespectiva
más trascendente. Matices hasta ahora insospechados y
producto de regiones sicológicas desconocidas que hasta el
momento han estado mal exploradas. No se puede, por el
contrario, interpretar sus obras según lo han hecho algunos
críticos agarrándose desesperados a un dechado ético de la
tradicional moral y exponerlas como contradicción del
propio pensamiento de Cela. Explicarlas como inconsisten
tes es realmente desconocerlas.
2
Marino Gómez-Santos, Diálogos españoles (Madrid:
Ediciones Cid, 1958), p. 136.
228
Pascual Duarte, por ejemplo, no escogió ser crimi
nal. Otras fueron las causas que lo llevaron a su condi
ción pero sí escogió ser él, y no otro alguno, a pesar de
su invencible incapacidad para superar su medio. Pascual
habiendo escogido ser él, el hombre noble y digno de su
propia humanidad, llevó a cabo su plan aunque por ello ter
minara el estado agarrotándole por razones ampliamente
aprobadas en su medio pero desconocidas a Pascual. No
decimos que Pascual fuese loco, sino que habitaba un mundo
extranjero a su conciencia y decisión. Su fidelidad a sí
mismo, a ser él, y no otro desentendido de sí que siguiese
al eterno rebaño de ovejas humanas, atropellando innoble y
rastreramente su conciencia, le llevó a ser aquel manso
cordero acorralado y asustado por la vida. Así también
encajan determinados protagonistas de sus otras obras como
Martín Marco, Victorita, Dorita y otros que no son del
rebaño pero que no les queda más remedio que vivir en él
haciendo provechoso uso de su albedrío.
Cela siempre fue gran admirador de la naturaleza
y prefirió las cosas al natural que no prostituidas o for
zadas contra corriente. Igual que en el hombre prefiere
la eclosión de la conciencia límpida así prefiere en el
229
ambiente y en el paisaje el estado natural. Prefiere el
campo a la ciudad. Para él la ciudad siempre fue el
monstruo del demonio. Hablando de sus años juveniles en
Galicia nos dice:
¡Qué firme brilla en mi memoria el tiempo aquel y
cómo me acongojan, ahora que he podido escaparme de
ella, los años que perdí en la ciudad, ese monstruo
que inventó el demonio para uniformar las almas y
los corazonesJ (p. 171)
De niño sus tías por la fiesta de Santiago le
organizaban un Belén ya que por navidades no solía estar
en Iria. Para él el nacimiento resultaba un mundo muerto,
"pero no un mundo muerto con naturalidad— como el de las
ruinas, que suele ser tan noble y tan hermoso— sino un
mundo muerto con alevosía y artificio y sin ningún interés"
(p. 215).
Las figuritas del nacimiento donde estaban bien
era en sus estantes; puestas en el nacimiento apa
recían forzadas y como sin gracia. Las cosas se hacen
a su ambiente, al mundo en que se desenvuelven con
naturalidad, y fuera de él son con frecuencia torpes
y envaradas. Esto que es tan sencillo, mis tías no lo
comprendieron jamás.
Un día le confesé a la abuela mis pensamientos.
Ella que era una de las mujeres más inteligentes que
conocí en mi vida, me entendió muy bien.
— Sí, hijo, a mí también me gustan más las rosas
del jardín, pero tus tías te han puesto el nacimiento
con su mejor ilusión, puedes creerme. (p. 215)
Y así podemos seguir con los pensamientos del
adolescente. Citaremos unos más para concluir el capítulo.
230
Unos que tienen mucho interés para la consideración de su
obra. "Los hombres no tienen por qué ser iguales, pero sí
deben serlo las condiciones en que todos se encuentren para
iniciar la lucha por la existencia, a la que debe dársele
un aire entre caballeresco y deportivo" (p. 155).
Esto desde luego nos pone de relieve las condi
ciones de los protagonistas de su obra que velada y rigu
rosamente exige una revisión del mundo y sus costumbres,
condiciones que reprimen los ideales y exoneran de culpa
bilidad al hombre víctima de su circunstancia. "El más
puro ideal se vio siempre lastrado por el exigente y
acuciador estómago del idealista" (p. 12). Esto significa
que el hombre está sometido a sus circunstancias y a las
exigencias de la naturaleza.
El sentido de la propia limitación es la primera
señal de la inteligencia. Y el querer cantar y volar
como los pájaros, sin tener la garganta y las alas
que tienen los pájaros, es el primer síntoma de la
locura o de la insensatez, esa demencia para uso de
hijos de familia sin una excesiva imaginación. (p. 12)
El pensamiento filosófico y social de Cela resalta
aquí, ya que él es de la opinión de que se debe valorar las
circunstancias y actuar según los hallazgos de esa valora
ción. Lo dice en términos muy concretos y bien claros.
No es de cuerdos, aunque sean hijos de familia, el hacerse
231
ilusiones y planes para alcanzar con dinero e influencia
política lo que su propio medio por limitación natural no
les permite. Desde ahí el desorden social que censura
Cela.
En esta segunda obra de nuestro estudio, situada
fuera del campo ficticio, hemos dado con los factores
instintivos o heredados del niño Cela que sirvieron de ma
teria prima en la educación y en la formación hogareña y
escolar. Presenciamos también su roce con influencias cir
cunstanciales que contribuyeron íntimamente al desarrollo
de su pensamiento y al de su filosofía de que las cosas
jamás suceden por azar, y que detrás de todo hay una res
ponsabilidad que explica, en el individuo igual que en
la sociedad, el orden o el desorden en la determinación del
yo.
También hemos visto en este capítulo como su en
fermedad en la adolescencia le condujo a la realidad de la
actividad mental en el hombre. Su propia experiencia del
sanatorio sirvió de punto de partida en su inteligente
análisis del "yo y mis circunstancias" de la filosofía
orteguiana que más tarde aplicaría a sus novelas como
Pascual Duarte, Pabellón de reposo y La colmena.
232
Pasamos ahora al capítulo final de este trabajo en
el que veremos ya un refinamiento de esta filosofía trasla
dada del campo puramente social y filantrópico a un sublime
estado artístico con tenues matices de fondo social.
CAPITULO VI
HISTORIAS DE ESPAÑA
Los ciegos
Este libro va dividido en dos partes de breves
bosquejos. La primera pinta a seis ciegos y la segunda a
nueve tontos. El libro es cortísimo pero en pocas páginas
los bosquejos revelan un marchamo especial e inconfundible
del propio estilo de Cela y su filosofía. Los más de
ellos, como en el Quijote en sobria interpretación, inspi
ran no a una burla como a primera vista pareciera sino a
una profunda tristeza y desilusión ante la burla que hace
la sociedad de estos humanos tarados. Esta tristeza y
emoción van sagazmente veladas detrás de una obra de arte
de estilo expresionista que hace que el libro aparezca más
bien, con su hábil manejo de palabras, como un cuadro de
pintura que un libro de literatura en acepción corriente.
Cela es un maestro pintando con la pluma. No poco influyó
en él el pintor Solana, pero de original, de lo suyo, tiene
233
234
mucho más que de influjo exterior. Cela ha sido siempre un
innovador. Nunca ha sido de la manada. Jamás escribió dos
obras iguales aunque todas sin duda lleven su inconfundible
sello personal. No obstante, este libro es único, separán
dose de los demás por su concisión, su pintura de muy fuer
tes contrastes y colores, y finalmente por la pujanza del
mensaje humanitario logrado con una brevedad sorprendente.
En su primer relato, que titula "Cuenta de los cie
gos, " censura la cruel indiferencia de los que aconsejan,
con despreocupada actitud al que padece, la resignada
acepción del destino. Censura al avariento que no sólo
siente desprecio por los seres inútiles sino que con doble
intención explota al desventajado. Utiliza como dechado de
esta actitud al licenciado don Odo, comenzando el libro con
sus palabras "El mal tiempo deslució mucho la función"* y
titulando el último relato sobre los ciegos con estas
mismas palabras del licenciado. Se conoce que don Odo
trató de sacar provecho de la media docena de ciegos como
lo hacen algunos en la vida real.
Camilo J. Cela, Historias de España (Madrid:
Ediciones Arión, 1958), pp. 13, 34. Los números a con
tinuación de las citas van con referencia a esta obra.
235
Con los seis ciegos don Odo organizó un espectáculo
para el pueblo al que, en el balcón del ayuntamiento, asis
ten "consentidores" el alcalde, el cura y el sargento de
la Guardia civil. A los ciegos se los compra por cinco
duros para utilizarlos en la función que consiste en apa
lear un choto con cencerro pero como a la mitad de ciegos
débiles también se les mandó poner cencerro, recibieron
buena tunda éstos al confundirse con el choto. Si la
lluvia no hubiese deshecho el espectáculo peor la hubieran
recibido. Encima don Odo se queja de que "El mal tiempo
deslució mucho la función."
Con este ejemplo Cela nos comunica su mensaje huma
nitario dándonos a entender que las personas a cargo del
gobierno del pueblo como el alcalde, el cura y la Guardia
civil son las que deberían ser las responsables en evitar
el abuso de las personas inútiles. No deben ser, en cambio,
las que ufanas y consentidoras, dejen pasar por sus barbas
la vil corrupción y encima se diviertan con ella en vez de
iniciar justicia como les corresponde y dar a cada cual lo
suyo.
Pasamos ahora a presentar algunos esbozos de los
ciegos en los cuadros de Cela. Siso Martínez era ciego de
nacimiento.
236
A Siso Martínez, de niño, lo habían echado a pata
das de su casa; su padre que era hombre ecuánime,
pensaba que para comer había que trabajar. El padre
de Siso Martínez no admitía excepciones. La muerte—
quizás, también, para no salirse de regla— anda mal
repartida. (p. 20)
En esto, Cela, sin pasar juicio— en verdad no es
partidario de ello— censura gravemente la actitud familiar
hacia los ciegos y continúa exponiéndonos a las actitudes
no familiares en el trato de los mismos al atender a las
necesidades de comer y dormir de los ciegos.
En las casas, la comida que sobra, jamás, hasta
que está fría, se pone en la abierta mano del mendigo.
Es la costumbre. Las amas de casa, probablemente,
piensan que el comer templado es algo que puede acabar
enviciando al pobre y empujándole por el mal camino.
Siso Martínez estaba harto— es una manera de hablar—
de sopa fría, de lentejas frías, de garbanzos fríos.
(p. 20)
Para refugiarse del tiempo, dormir y calentarse un
poco, es decir entrar en calor, Siso solía acercarse a la
tahona del pueblo. Veamos la reacción del panadero.
¿Ya estás aquí ciego de la puñeta? Sí, señor.
Miguel Moreno, el panadero, guardaba un puntito de
piedad escondido bajo las siete telas del corazón.
Anda, échate ahí y no molestes. Siso Martínez, sobre
el montón de tomillo, aprovechaba para dormir dos
horas. El sueño es como la suerte, algo que hay que
saber aprovechar. (p. 22)
El relato del ciego después de Siso Martínez nos
cuenta un estremado caso de crueldad imperdonable, efec
tivamente nos dice como el niño Tiburcio Cortés Notario
237
fue salvaje e inhumanamente cegado, sin motivo, por el
capricho de un sádico y brutal herrero con un hierro al
rojo.
Niño, ¿qué estás mirando? Nada ya lo ve ud. ...
Niño, ¿qué miras? Nada, ni miraba nada. Los niños
hasta los diez o doce años, ven más que los hombres,
con más detalle, también con más hondura y con más
honradez. Niño, ¿qué estás mirando? Nada, chispas.
Entonces Rómulo Torres, el herrero, le arrimó un
hierro al rojo al mirar y lo dejó ciego. (p. 23)
Los tontos
Los nueve cuadros que pinta Cela de los tontos
terminan cada uno de ellos con la muerte violenta, y con
el juez mandando levantar el cadáver al que presencia el
alguacil. Este, desentendidamente, describe lo que ve
física y gráficamente con despreocupación total y sin sen
timientos humanos como si los tontos fuesen cosas y no
personas. Cela pone de relieve la descripción física para
que se haga notar la desapiadada y seca crueldad del hombre
que de los tontos no le importa sino como babean o como
aparecen exteriormente. La única excepción que hace al
hombre guardarse de esta cruel observación de los tontos es
el caso de tontos de buena posición pero el motivo no puede
ser más innoble. "Como eran tontos por libre, tontos de
238
buena posición, el alguacil (cuando el señor juez, etcétera)
estaba tan azorado que ni se percató de como babeaban"
(p. 53).
A excepción de la cita anterior, todos los demás
tontos en los nueve relatos llevan una descripción final
del cadáver para rematar el cuadro. Es una descripción
sencillamente utilizada como técnica que no puede menos que
llamar la atención del ser más despreocupado y dejar una
fuerte impresión eficacísima en su género aunque, por lo
general, desagradable pero, en todo caso, eficaz en lograr
su fin. Cela artística e ingeniosamente aunque inquietante
a las conciencias y estómagos débiles, pinta un enérgico y
dinámico cuadro expresionista. Es decir, Cela gasta todos
los medios objetivos realistas a su disposición para expre
sar su estado interior subjetivo, su pensamiento y su
preocupación por este olvidado y desatendido sector de la
sociedad. Veamos algunos remates:
En las afueras del pueblo había un charco al que decían
el libón del cura. Algunos años, por el tiempo del
deshielo, se ahogaban en el libón del cura uno o dos
mozos. El libón del cura tenía el agua verde, dulce
y suave. Cuando el señor juez mandó levantar el
cadáver de Paquito Malpica, alias Guijo, ahogado en
el libón del cura, el alguacil pudo ver que al muerto
le chorreaba de los cueros una agua verde, dulce y
suave. (p. 47)
239
Sigue el remate del tonto Federico Palomeque a
quien le gustaba subir a la torre de la iglesia y colum
piarse del badajo de la campana grande. En una de éstas
cae y se mata.
La plaza tenía la tierra bien pisada, gris— o parda,
quizás— , agria y dura. Cuando el señor juez mandó
levantar el reventado cadáver de Federico Palomeque,
alias, Caramillano, caído del campanario, el alguacil
pudo ver que el muerto tenía tierra en el pelo, y en
los ojos, y en los oídos: una tierra parda— o quizás
gris— , agria y dura que no se le despegaba. (p. 50)
El siguiente tonto, Pepito Chueca, era hijo nacido
fuera del matrimonio. A su madre, que antes le había
tenido escondido, y que se avergonzaba de él, no podría
importarle menos su muerte que a sus asesinos.
Pepito Chueca, alias Mamón, entró en el coto y se puso
a soplar en la hoja de encina con la que imitaba el
canto de la perdiz. Entonces fue cuando el guarda del
coto y sus seis hijos lo mataron a palos. Le estu
vieron pegando palos lo menos una hora. No será por
que no se lo hubiera dicho, señor juez, un servidor
bien que se lo tenía dicho. Cuando el señor juez mandó
levantar el cadáver de Pepito Chueca, alias Mamón
muerto a palos en el coto de Huélaga, el alguacil pudo
ver que tenía el mirar glauco, soso y frío, como la
babazón de los corderos. (p. 56)
Vamos a dar el remate de los últimos cuatro chicos
para terminar el capítulo:
Cuando el señor juez mandó levantar el cadáver de
Conrado Galiana, Conradito, comido por la piojera, el
alguacil pudo ver que del muerto huía, marrón, amarga
y tibia, la confusa tropa del caranganal. (p. 59)
240
Cuando el señor juez mandó levantar el cadáver de
Luisito Pérez, lapidado a orillas del Matacabras, el
alguacil pudo ver que el muerto tenía el mirar púrpura,
opaco y fiero. (p. 62)
Cuando el señor juez mandó levantar el cadáver de
Cabezabuque, ... cosido a puñaladas al pie del quiosco
de la música, el alguacil pudo ver que el muerto era
una fuente de cien chorros blancuzcos, pausados y
espumosos. (p. 64)
Cuando el señor juez mandó levantar el cadáver del
Antoniano, alias Mateo, asado por la brava en el horno
de la tahona, el alguacil pudo ver que tenía los sesos
negros, secos y cortos. (p. 68)
El mensaje de Cela está claro, las personas que
pueden y que deberían tener más responsabilidad hacia este
sector de seres inútiles, son los que, al contrario, sólo
se percatan del aspecto exterior, de las cosas materiales
que rodean al tonto y no del tonto mismo; incluso, hasta
cuando se trata de la misma muerte del tonto, en su dis
tracción, les preocupa más, el agua o la tierra o los
piojos que los rodeaban que la propia persona y que las
causas de la muerte. Es algo que no harían tratándose de
otras personas. La verdad es que no podría importarles
menos de lo que ya les importa, el prevenir las causas de
dichas muertes por negligencia. La sociedad parece hasta
como deleitarse en la muerte del inútil. Si no fuera por
que estos cuadros imparten una acérrima impresión, los
tontos, como de costumbre, pasarían desapercibidos hasta
241
de los más acusados críticos. Lo que Alborg dijo de este
libro, "Historias de España, Los tontos y los ciegos
alienta una sátira despiadada por muchas lacras de nuestro
2
país, por su inmisericorde y seca crueldad," a mi parecer,
ni siquiera se hubiera dicho en su favor.
Cuando Cela habla y describe detalladamente como
babean los tontos, deliberadamente crea una especie de
estereotipos no para representar sino para impugnar la
realidad objetiva que en este caso consiste de los estereo
tipos que el público tradicionalmente conserva de los
tontos y con los que vive cómoda y felizmente sin querer
sacudir su marasmo.
En esta obra, Cela pintó con hábil maestría lite
raria seis bosquejos de los ciegos y nueve de los tontos.
Detrás de estas figuras distorcionadas de fuertes contras
tes y colorido, late la expresión del pensamiento del autor
igual que late el pensamiento de Picasso detrás del cuadro,
Guérnica. A estos seres los había acogido ya antes en su
literatura en los libros de viajes. Pero aquí los pone en
arte de deliberada predilección que no puede menos que
Juan Luis Alborg, Hora actual de la novela espa
ñola (Madrid: Taurus, 1958), p. 105.
242
incitar la curiosidad del público respecto al motivo de
Cela. Si se ha seguido cuidadosamente la senda de desa
rrollo del escritor, dicha predilección no ocasionará
ninguna sorpresa. Recuérdese que de niño siempre fue amigo
de los mendigos y que las personas inútiles siempre turba
ron enormemente su espíritu. También la más mínima injus
ticia, no ya a las personas, sino a los animales, provocó
en él amargas lágrimas más de una vez. Pero lo interesante
de este tipo de historia es que todo ese sentir no le con
dujo a un sentimentalismo romántico y huero, sino a una
varonil evaluación de su medio y a una inteligente expresión
de su filosofía de la vida y de la sociedad. Con esta obra
expresó nuestro autor una madurez artística a la que había
llegado en su paciente labor de escritor.
En cuanto al género literario de esta obra, su
clasificación no resulta fácil. No obstante, seguimos la
senda de más seguridad marcada por el propio autor que la
creó. Cela la llama apunte carpetonetónico. Una explica
ción detallada sobre la índole de este género aparece en
la introducción de este mismo trabajo. A ella, referimos
al lector.
Con este capítulo sexto ponemos punto final al
243
último género literario de los cuatro que seleccionamos
para la investigación del pensamiento filosófico y social
de Cela.
CONCLUSIONES
Rematamos nuestro estudio con lo que hemos sacado
en limpio del pensamiento filosófico y social de Camilo
José Cela a través de su obra. En el primer capítulo hemos
visto la preocupación de Cela por el hombre criminal de la
sociedad contemporánea en la persona de Pascual Duarte y la
responsabilidad que tienen las instituciones, por ejemplo,
la familia, el estado y la iglesia, en la formación del
ente final que lo hicieron lo que es. Según la perspectiva
del estado, Pascual aunque es víctima una y otra vez de sus
circunstancias recibe la pena máxima y es ajusticiado.
Pero según la perspectiva de la Justicia objetiva aunque
jamás, según Cela, se alcance en esta vida, Pascual no es
criminal sino, como su nombre indica, el sacrificial cor
dero pascual. El problema social, hemos concluido, es
doble; es a la vez ontológico y ético.
Este nuevo descubrimiento en nuestro autor del
doble problema del ser y de la moral, lo planteó Cela por
244
245
primera vez en la primera novela, La familia de Pascual
Duarte, presentando en forma literaria su filosofía orte-
guiana de la vida. Cela, como creador, inmediata y
totalmente concebía el problema de la razón de ser del
protagonista de acuerdo con la filosofía del yo y mis
circunstancias— elementos inseparables e indispensables en
la evolución del ente final. Pero, en el orden natural,
Pascual, como protagonista, al principio carecía de ese
conocimiento de acuerdo con el principio de que la existen
cia antecede a la esencia, y sólo lo fue adquiriendo a
medida que fue viviendo. Eso fue un fenómeno natural en el
orden existencial. Este pleno conocimiento del autor, sin
embargo, llegó a ser del protagonista, pero sólo al final
de su vida cuando había completado ya su ser dentro y de
acuerdo con las circunstancias. Pascual primeramente llegó
a una conciencia de sus circunstancias y de las ajenas
(problema ontológico), luego actuó de acuerdo con lo des
cubierto, habiéndoselas con las circunstancias (problema
ético).
Cela ontológica y deliberadamente situó a Pascual
en una época histórica o clima moral— según Ortega— donde
predominaban ciertas valoraciones, ciertas preferencias
246
y ciertos entusiasmos que no coincidieron con el proyecto
de vida que debió ser Pascual. Puesto que las estimaciones
de la época en que vivió pugnaron con el tipo de hombre que
debió ser, su existencia se malogró. La repugnancia entre
el programa vital de Pascual y su época fue el factor
primario que Ortega llamó el destino y del que nadie podía
escapar ya que formaba parte de nuestro ser. Desde luego,
este factor dificultó el proyecto que fue Pascual. En su
primera dimensión vivir Pascual, era estar el yo suyo en
la circunstancia y no tener más remedio que habérselas con
ella. Esto impuso a su vida la segunda dimensión consis
tente en que no tuvo más remedio que averiguar lo que era
la circunstancia. .
En dicha averiguación apareció el inevitable con
flicto de la libertad y la costumbre, haciendo parte en la
pugna con las estimaciones de la época y desenvolviendo, en
Pascual y su época, el problema ético. De ahí la justicia
o la injusticia. Ahí se sitúa el libre albedrío para esco
ger entre ambas y llegar a ser, al final, un ente fiel o
infiel a su conciencia; ser un hombre íntegro o un zurcido
de compromisos, de concesiones a los demás, a la tradición
y al prejuicio. El ente humano final como hombre, según
247
esta filosofía o es uno u otro. Pascual como ente humano
final es un hombre íntegro que permaneció fiel a su con
ciencia. Pascual salió vencedor victorioso en esta pugna
por fidelidad y lealtad a su misma persona. Cela da gran
importancia a este pensamiento y lo desarrolló bien, de
acuerdo con el pensamiento de Ortega que citamos en ese
capítulo. Pascual respondió de su ser en proporción a la
circunstancia que formó parte íntegra de él, y fue hasta el
final cuando lo agarrotaron, el escultor de su propia per
sona.
Todos estos elementos de la circunstancia de Pas
cual los hemos tratado detenidamente bajo los subtítulos
del primer capítulo, atándolos finalmente en la conclusión
para demostrar la unidad de propósito filosófico señalado
por Cela en esta obra.
En Pabellón de reposo Cela se muestra comprensivo
y compasivo de los seres aislados de la sociedad por una
enfermedad contagiosa. Una vez más, como en Pascual, estos
enfermos son víctimas de las circunstancias. Están retira
dos de la sociedad sin haber tenido ellos parte en la deci
siva acción que los apartó. Se ven condenados a sufrir su
abandono con una última gota de esperanza de vida que
248
moralmente les queda. El tratamiento del problema aunque
también ontológico es fuertemente ético.
Puesto que ya hemos detallado lo bastante este
problema en los párrafos anteriores, sólo conviene aquí
señalar la diferencia circunstancial en las dimensiones
exteriores e interiores que apartan uno del otro. En la
novela de Pascual, su pensamiento resultó principalmente en
violenta lid externa con el ambiente exterior, mientras en
esta novela, el pensamiento de los protagonistas resultó
en desaforada y fuerte lid mental con su época histórica.
Por circunstancias externas, el yo de estos protagonistas
se vio impulsado a complicadas y dinámicas acciones inter
nas al habérselas cada uno con su clima moral. El trata
miento del problema es fuertemente moral ya que la pugna
contra las estimaciones de la época provino exclusivamente
de la voluntad de seguir viviendo y viviendo eternamente.
Esta novela demuestra un plano espiritual bastante elevado
descubierto por Cela durante su propia experiencia personal
en circunstancias similares.
Otro factor que alienta el tratamiento fuertemente
moral es la conclusión a la que llegaron, en su pugna con
la muerte, los protagonistas, de lo imprescindible del
249
calor y comprensión humanas para completar al ente final.
Cela insistió en este refinamiento del sentimiento humano.
Los protagonistas, como Pascual, salieron victorio
sos en su pugna con la muerte que en vez de desesperarlos
en su doloroso desengaño sólo logró conducirles a otra vida
después de su muerte. Su diaria acción mental puesta en
el crisol del sufrimiento acabó acendrando sus sentimien
tos, sublimando sus emociones, elevando y ennobleciendo su
espíritu humano. La acepción con aplomo de su muerte puso
sus vidas de relieve en fuerte armonía natural porque ¿qué
es esto de pelear contra la naturaleza sino luchar contra
Dios?
En La colmena, obra cumbre de Cela, se resumen to
dos los problemas del hombre institucional. Observamos el
encuentro del hombre con la familia, el estado y demás
instituciones. Cela pintó varias capas sociales pero hizo
hincapié en las víctimas descubriendo el mal donde a él le
pareció que estaba. Aquí también presta su atención al
problema de la sociedad contemporánea; sobre todo entra en
el problema de la prostitución que Cela trata ontológica-
mente, es decir, la mujer hecha víctima de las circunstan
cias, y éticamente, la mujer hecha víctima del hombre y de
250
las instituciones.
Esta tercera novela de nuestro estudio nos presentó
un cuadro más completo del pensamiento filosófico y social
de Cela ya que no se limitó sólo a un tipo de protagonista
ni a un solo clima moral como en la primera y segunda, sino
que retrató varios tipos y ambientes, concentrándose prin
cipalmente en los seres social y moralmente desgraciados.
Aplicando y desarrollando hasta su máxima plenitud la
filosofía de Ortega, Cela alcanzó en esta novela la expre
sión culminante y refinada de su quehacer y preocupación
por la crisis del hombre. Denostó, sin utilizar palabras,
al nuevo rico capitalista explotador que acosa y devora al
pobre con desvergonzada e insolente hipocresía poniendo la
cara del inocente para ocultar la inmensa maldad. De la
misma manera expresó su actitud social contra las institu
ciones que hacen todo lo contrario de lo que representan.
Aquí entraron sin distinción de responsabilidad, la educa
ción, la familia, el gobierno, y la iglesia.
Ya que nuestro análisis de las dos primeras novelas
nos convenció de la preocupación social de Cela a pesar de
la opinión contraria de la crítica, La colmena sólo corro
boró y confirmó nuestro hallazgo de un pleno florecimiento
251
de esa misma actitud. Lo que semeja despreocupación y
cinismo por la humanidad, se confirmó en un humanismo dis
frazado en la ironía y traspuesto al plano artístico, fruto
de su madurez como escritor.
La exposición del problema ontológico y moral de su
filosofía culminó en La colmena que por su índole irónica
mente debía representar el orden y la armonía de la colmena
humana en el ser y en el comportamiento humanos. Sin em
bargo, la colmena humana, a diferencia de la colmena de
abejas, había fracasado amargamente por el libre albedrío
de unos cuantos insolentes humanos del estrato social ele
vado que habían entorpecido su desenvolvimiento armónico y
natural.
La crítica abundante sobre Cela que documentamos
en el tercer capítulo como testimonio innegable de su
renombre de escritor, fue también el aliciente que, durante
esa investigación, nos indujo a penetrar su obra de pensa
dor. Desde luego nos pareció que un escritor de su esta
tura debía tener ciertos principios morales bien definidos
y una filosofía de vida más profunda de la que asomaba en
su literatura. De otra manera no se explicaba todo ese
discurrir en pro y en contra de Cela. Nuestro parecer
252
se confirmó cuando nuestra investigación dio con pruebas
abundantes no sólo de una inclinación filosófica sino de
una filosofía bien definida del ser y del comportamiento
humanos.
En Viaje a la Alcarria, los seres inútiles, los
niños, los tontos, y los ciegos forman el núcleo de su
inquietud. La mayor lección que de aquí sacamos es la
moralizadora acción del viaje noventaiochista, pero con
aplicación actual, y el ejemplo que nos da de la benéfica
convivencia con toda clase de seres y niveles sociales.
Aunque las novelas de Cela retrataron, mediante la
ficción, al hombre y su circunstancia, en el libro de viaje,
sin embargo, encontramos que Cela nos había ofrecido un
directo documento de la vida del ser humano y su ambiente.
Este testimonio, no imaginado, consagró la autenticidad de
su pensamiento social que ya habíamos estudiado bajo en-
telequias, y nos confirmó la sinceridad de las ideas ante
riormente expresadas en sus novelas. Se aclaraba para
nosotros ahora el hecho de que su ficción no había sido
simplemente, aunque de hecho también lo era, una obra de
creación artística, sino que dentro de ella se encerraba
toda una filosofía de vida, y un mensaje social que Cela
253
se esmeraba por comunicar.
En el análisis del libro de viaje encontramos por
parte de Cela primeramente una dedicada observación y un
paciente estudio del hombre y su época histórica y después
un relato objetivo de sus hallazgos. En su responsabilidad
como escritor, se inclinó a los seres inútiles y a las
personas físicamente taradas. El núcleo de su preocupación
social lo formaron, los niños, los ciegos y los tontos.
Descubrimos en la convivencia sin escrúpulos de Cela con
toda clase de tipos y niveles sociales, un marcado aprecio
del ser humano por su propio valor en sí mismo y no por su
rango social ni por sus cualidades personales.
Los del 98 tuvieron en sus viajes semejantes en
cuentros pero su propósito primordial en esos contactos era
para descubrir el alma y la esencia españolas. Cela, al
contrario, desea descubrir el valor del ser humano en par
ticular con su nobleza y dignidad que encierra por sí mismo
en este momento, este ser, en esta época histórica. Por
eso es que para Cela el ciego y el tonto cobran un valor
concreto como humanos y un lugar en su literatura que no
pueden equipararse a los del 98 a pesar de sus preocupa
ciones sociales.
254
La cucaña, libro de memorias, nos da la base de su
pensamiento social y de los elementos claves que formaron
sus principios fundamentales en su formación como escritor.
Es un testimonio de las actitudes en período de formación
del niño y del adolescente Cela. Aquí apareció la base de
su pensamiento social que presentó en sus obras. Es decir,
el hombre es producto de su herencia natal en conjunto con
sus circunstancias. También puede y debe influir el hombre
en la escultura de su personalidad. Debe valorar las
circunstancias y actuar según esa valoración con propósito
de mejorarse a sí mismo. Su reacción de hacer todo lo que
queda por hacer de su parte bajo las circunstancias imparte
la idea de la responsabilidad del individuo en moldar su
propio ser. En su opinión nada sucede por azar de manera
que un hombre normal es responsable de sus actos en rela
ción a sus circunstancias. Los hombres no tienen que ser
iguales pero sí deben serlo las condiciones en que todos se
encuentran para iniciar la lucha por la existencia.
La obra en general nos ofreció los principios fun
damentales que definen a Cela como pensador. Aquí encon
tramos la raíz de sus actitudes humanitarias.
En Historias de España, la última obra de nuestro
trabajo, encontramos un empleo de la realidad objetiva
255
de los tontos y de los ciegos para expresar emociones
subjetivas de compasión y preocupación del autor por este
sector de la humanidad. En su apogeo artístico, Cela se
valió de la exageración, de la distorción y del simbolismo
como en la pintura expresionista, y el resultado fue una
artística expresión madura de su dedicación al sector
doliente de los ciegos y de los tontos.
Encontramos en la obra unos toques exquisitos como
de una obra maestra de pintura que se proponía comunicarnos
el valor que estos seres desgraciados tenían en sí como
personas aunque su condición no fuera apreciada por la
sociedad.
El valor de esta obra reside en el traslado de las
ideas del campo puramente intelectual y filosófico al campo
estético y emotivo sin perder el valor primordial de verdad
intelectual. Al contrario dicha verdad fue enriquecida por
la verdad emotiva que la embelleció y aumentó su valor. La
obra, un acierto, es de gran importe social.
Concluimos que la obra de Cela es homocéntrica en
su tratamiento, específicamente humanitaria, ontológica y
moral, tratando de analizar y estudiar las relaciones del
hombre en la sociedad aunque no intenta soluciones.
256
Realmente el autor trata de hacer consciente al lector de
lo que ocurre en su ambiente.
A través de sus obras hemos podido observar que el
pensamiento humanitario de Cela y su interpretación de la
vida aunque no explícitamente expresados, se revelan, no
obstante, claramente y sin lugar a dudas por medio de una
exposición del autor, bien de unas vidas, bien de unas
situaciones o actitudes. No cabe duda que Cela está plena
mente consciente de su vocación no sólo de escritor sino de
intelectual y que adjunto a ello lleva la responsabilidad
de no dejar apagar la antorcha que ha recibido de sus gran
des antepasados, los escritores clásicos. Al transmitir su
mensaje, Cela emplea asiduamente con discreción y arte
todos los medios a su alcance haciendo literatura de todos
aquellos casos que caen bajo la responsabilidad moral de
un escritor. Aunque Cela expresara en nuestra entrevista
que se limitaba a denunciar el mal donde creía que estaba,
no, por cierto, crecimos que es un escritor de denuncia o de
protesta social. Creer esto sería limitar gravemente las
lindes y las capacidades que por otra parte nos ha ofre
cido.
257
Hemos ya recalcado en que Cela no es imitador de
los clásicos ni de ningún otro escritor aunque no se sale
del lema español de que todo lo que no es tradición es
plagio. Entendamos, sin embargo, por tradición no un con
servadurismo huero ni un empecinamiento con el pasado,
divorciado de la realidad actual, sino una entidad única y
peculiar a un pueblo o a una nación que la hace ser lo que
es por su historia o tradición. En este sentido, Cela es
el portador de la antorcha en nuestros días de un Cervantes
o de un Feijóo. Cada escritor ha tenido su manera de ex
presar su mensaje igual que Cela tiene su manera peculiar
que no deja de ser universal aunque a la vez muy del
terreno español. Las obras de Cela son universales no por
que los temas o las circunstancias lo sean sino porque su
trato del hombre en sí mismo es universal.
Hemos colegido del estudio que Cela es fundamental
mente un hombre de compasión y que lo aparentemente cruel y
desgarrado, lo grotesco o lo brutal aparecen en más fuertes
contrastes aún que la cruenta y despiadada realidad que
Cela observa y emplea a su manera para dar cabida implícita
a lo contrario de lo que observa, precisamente, a la mise
ricordia y a la compasión y no al cinismo o a la burla como
258
a primera vista parezca. Cela es un escritor pintor, un
artista que, como Picasso, expresa lo que ha encontrado en
la realidad según su interpretación aunque al espectador
o al lector le parezca exagerado. Su arte, por consi
guiente, no es una expresión de lo que la obra quisiera
decir sino de lo que la realidad le ha dicho ya al autor.
Si hemos de enumerar específicamente los hallazgos
de esta investigación en su orden de importancia, conviene
decir que la aplicación de la filosofía del ser y comporta
miento humano orteguiano es el punto céntrico del pensa
miento celiano puesto en concreta demostración en sus
obras, principalmente, en las tres novelas que hemos anali
zado.
Aunque no concretamente demostrado como el pensa
miento de Ortega, hay en Cela una tenue reverberación de
las actitudes filosóficas de San Agustín en los contrastes
del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, del
enfermo y del sano, de la vida y de la muerte.
Otros hallazgos, como los precedentes, descubiertos
también por vez primera en esta investigación son los
problemas ontológicos y éticos del hombre que no habían
sido explorados por otros investigadores. También encon
tramos que Cela, a diferencia de los del 98, no ofrece
259
soluciones al desbarajuste social sino que se limita a
presentar y a analizar el problema para que el lector saque
sus conclusiones si quiere, y acierta.
Hemos también descubierto en Cela un hombre de
compasión y misericordia muy contrario al cuadro que de él
ha pintado la crítica. Su obra es multifacética y homo-
céntrica, girando alrededor del hombre lastrado por la
misma sociedad que él compone.
Lo que de su pensamiento hemos podido sacar en
limpio, nos ha venido a través de la crítica abundante de
su obra y de ejemplos selectos del autor tomados de su obra
completa.
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APENDICE
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APENDICE
ENTREVISTA CON CAMILO JOSE CELA
En la primavera de 1968 se me concedió una beca
para el extranjero con el propósito no sólo de hacer in
vestigación sobre la obra de Cela para este trabajo, sino
también con el motivo de que me entrevistase con el autor.
De ahí la entrevista que ofrezco en este apéndice.
El día 26 de marzo de 1969 Camilo José Cela me
concedió una entrevista en su propia casa de Palma de
Mallorca. Guardo de entonces un grato recuerdo de nuestro
autor, especialmente de su amabilidad que me hizo sentir
como si me conociera por largo tiempo. Al final de la
entrevista me dedicó un bello ejemplar de lujo de Gavilla
de fábulas sin amor ilustrado por Picasso y otro ejemplar
de la revista del veinticinco aniversario de Pascual Duarte
de Papeles de Son Armadans. Le agradecí ambos de verdad.
Recuerdo con cariño a su hijo, Camilo Cela, quien a instan
cia de Camilo Cela, padre, me llevó en su coche unos
catorce kilómetros a la pensión donde me alojaba. Ofrezco
278
279
a continuación el interrogatorio y las respuestas de la
entrevista.
— De entre sus lecturas en los primeros años de
formación ¿qué autores o novelistas fueron sus escri
tores predilectos?
— Los clásicos españoles, especialmente los del
Siglo de Oro, también Stendahl, Dickens, la generación
del 98 y Ortega y Gasset.
— ¿Qué autores o lecturas hicieron en Ud. el mayor
impacto?
— Cervantes, El Lazarillo, La Celestina, Ortega y
Gasset, Baroja y el poeta Pedro Salinas.
— De entre los problemas que tiene hoy España e
incluso el mundo ¿cuál diría Ud. que le preocupa con
mayor intensidad?
— Son varios entre ellos el problema de la litera
tura que en verdad es una cultura que se transmite
como una antorcha de mano en mano hasta llegar al
mundo de hoy. Pero el mundo no ha sacado provecho, en
cambio ha retrocedido; los imperialismos siguen aún
con mayor fuerza.
— ¿Cómo concibe Ud. la sociedad actual? ¿Cree Ud.
que un escritor debe limitarse a presentar la realidad
objetiva o al lado darle una interpretación personal?
— Debe limitarse a la realidad objetiva, con fre
cuencia ésta puede ser moralizadora, pero no se debe
sermonear aunque se puede ser moralista.
— ¿Cómo ve Ud. el problema espiritual de España?
Es decir artístico, estético y moral no simplemente
religioso.
— Confuso y abatido.
— ¿Qué influencias admitiría Ud. en su pensamiento?
280
— No lo sé, posiblemente la influencia de un exis-
tencialismo, quizá San Agustín.
— ¿Cree Ud. que el novelista influye en la socie
dad?
— Muy poco, a la gente no le gusta leer y lee poco.
— ¿Le parece a Ud. que un escritor para ser uni
versal, no debe estar comprometido con la sociedad en
que vive?
— Se debe estar comprometido con el tiempo y con
el espacio en que se vive. La universalidad va marcada
por su propio ser. Yo siempre he desconfiado del
escritor que se puede leer en cualquier lengua.
— Muchas de las obras fundamentales de la litera
tura española se forjaron en la desesperanza, en la
crisis, por ejemplo La Celestina cuando la inquisición
y El Lazarillo cuando la nobleza padecía y disimulaba
el hambre. ¿Le parece a Ud. que la novela contempo
ránea tiene un nexo con la Guerra Civil?
— Sí, y con todo. Felizmente las épocas de crisis
en España han sido siempre de gran motivo literario.
— ¿A qué atribuye Ud. el éxito de su primer novela,
La familia de Pascual Duarte? Esperaba Ud. esa aclama
ción?
— No la esperaba.
— ¿Cree Ud. que el público ha captado lo que en
ella quiso decir?
— Habrá de todo. Unos más que otros.
— Sus obras preocupan e inquietan al lector.
¿Aspira Ud. con ellas a modificar el orden de las cosas
o simplemente a indicar cómo se debe comportar en una
situación dada?
— Me limito a denunciar el mal donde creo que
está.
281
— De entre sus obras ¿de cuál se siente Ud. más
satisfecho y de cuál menos?
— Es difícil decir. Sería como preguntarle a un
padre si qué hijo quiere más.
— De todos sus personajes ¿con cuál se siente Ud.
más identificado o escribió con mayor cariño?
— En todos está siempre detrás el autor. El autor
es horizontal y no vertical.
— En sy carrera literaria, ¿cuál ha sido su mayor
alegría y su mayor desilusión?
— La publicación del primer libro fue un momento
de alegría y también de asombro.
— De entre los críticos de la novelística contempo
ránea, ¿cuál diría Ud. que ha penetrado y captado el
espíritu del momento especialmente en lo que concierne
a su obra?
Cela como un señor y gran caballero que es, en su
mesura, no mencionó ningún crítico prefiriendo no tomar
partes y dejar siempre la decisión al lector.
— Por lo que concierne a las actitudes sociales de
Ud. ¿en qué géneros u obras suyas le parece que mejor
se reflejan?
— Probablemente en la novela y en los libros de
viajes.
Cela ha expresado en nuestra entrevista que se debe
estar comprometido con el tiempo y con el espacio en que se
escribe. En realidad, no se puede hablar del hombre aparte
de su medio y de su cultura que lo hacen ser lo que es.
Y por eso con razón afirmó Cela en la entrevista que des
confiaba de los autores que igual se podían leer en uno que
otro idioma. Esto lo dijo aunque sus propias obras se
encuentren traducidas, sobre todo, La familia de Pascual
Duarte, a casi todos los idiomas occidentales modernos.
A esto le contesté que en eso tenía él razón porque lo que,
en realidad, pertenece al hombre por su particular cultura
es intraducibie. Y en el intento de traducirlo pierde su
innato sabor y lo que es peor, su natural significado. Las
obras, agregó Cela, deben leerse si se puede, claro está,
en su lengua original, mayormente si están escritas como
expresión de ese propio modo de ser de una persona o de un
pueblo. Ciertamente un español no es un francés, ni un
francés un inglés. El hecho de leer una obra extranjera,
incluso en su idioma original, sin conocer la cultura o sin
la intención de exponerse a su conocimiento, es equivalente
a no leer y peor aún, es formarse ideas erróneas.
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Asset Metadata
Creator
Abeyta, Wenceslas Peter
(author)
Core Title
El Pensamiento Filosofico-Social De Camilo Jose Cela A Traves De Su Obra. (Spanish Text)
Degree
Doctor of Philosophy
Degree Program
Spanish
Publisher
University of Southern California
(original),
University of Southern California. Libraries
(digital)
Tag
Literature, Modern,literature, romance,OAI-PMH Harvest
Language
English
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Advisor
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committee chair
), Sackett, Theodore A. (
committee member
), Schettino, Franca (
committee member
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Unique identifier
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Identifier
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Legacy Identifier
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Dmrecord
744456
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Dissertation
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texts
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Literature, Modern
literature, romance